MENORCA ES OTRA HISTORIA


EL MEDITERRÁNEO: “EL MAR DE LA HISTORIA”

Viajar, se ha dicho, consiste no solo en ver lo que no se ha conocido previamente sino también en volver a sitios en los que ya se estuvo descubriendo o redescubriendo lugares y trazando, en este último caso, nuevos caminos. Asimismo, se ha sostenido (1) que “la esencia del viaje no es llegar sino hacerlo”, y es que, en definitiva, se hace camino al andar.

Pues bien: en esas cuitas estaba inmerso el viajero cuando se dirigió a Menorca. Y referirse a Menorca conduce, inevitablemente, a tener que aludir al Mediterráneo, “Mar Medi Terraneum”, esto es, mar entre tierras, el “Mare Nostrum” para los romanos, centro medular del mundo romano en cuyo ámbito se cimentó un extraordinario flujo de vida.

En ese sentido afirmaba F. Braudel (2), al plantearse qué cosa era el Mar Mediterráneo, que es “mil cosas a la vez. No un paisaje, sino innumerables paisajes. No un mar, sino una sucesión de mares. No una civilización, sino civilizaciones amontonadas unas sobre otras”. Así son muchos los mares que, a modo de subdivisiones, componen el Mediterráneo: Adriático, de Alborán, Egeo, Jónico, Tirreno, de Creta, de Liguria, Balear, de Mármara, Negro, de Argelia y de Levante, partes de un todo, el Mediterráneo, que está rodeado por tres Continentes: Europa, África y Asia y que baña con sus aguas las grandes Penínsulas Ibérica, Itálica, Balcánica y de Anatolia. Y el mismo F. Braudel, de otra parte, apuntaba que el Mediterráneo es “una encrucijada viejísima. Desde hace milenios todo ha confluido hacia él alterando y enriqueciendo su historia: hombres, bestias de carga, carros, mercancías, navíos, ideas, religiones, artes de vivir e incluso las plantas”.

El caso es que ese “melting pot” de agentes y factores que ha albergado el Mediterráneo, su carácter heteróclito, no ha impedido que, de forma admirable, el mismo se presente como un sistema en el que todo se mezcla y reconduce a una unidad que viene a reflejar un cierto modo común de vida y de ser de las gentes que lo pueblan-en una suerte de particular “way of life”-superando las dicotomías ínsitas en aquél de encuentros y de desencuentros, de conflictos y de consensos, de guerras y de pactos (sí, de pactos), de creencias y de filosofías, de trueques y de mitos. Y es que, a pesar de tan diversas, cuando no contradictorias, circunstancias concurriendo en el “Mare Nostrum”, las mismas, sin embargo, forjan un cosmos en el que la propia identidad se alcanza, precisamente, gracias a la suma de las múltiples diferencias actuantes perfilando, a la postre, una estructura de cultura mediterránea que genera unas instituciones, un estilo de vida y unas pautas de desarrollo determinadas.

Un mar, el Mediterráneo, que ha sido calificado por J.E.Ruiz-Domènec (3) como “mar de la historia” (lo que ya se apuntó, en su momento, por F.Braudel) donde durante mucho tiempo se decidieron los destinos de la Humanidad, habiendo sido testigo del nacimiento y evolución de civilizaciones como las correspondientes a egipcios, fenicios,

hebreos, griegos, cartagineses, romanos, o a la consolidación del cristianismo. Por otra parte, si bien el Mediterráneo perdió parte de su acusado protagonismo en el escenario universal siglos atrás a causa, sobre todo, de la apertura de nuevas rutas transoceánicas-en la época de los Descubrimientos-ha continuado constituyendo uno de los actores globales a nivel planetario de tal manera que acontecimientos sucedidos en el mismo, no siempre gratos ni satisfactorios, recaban, en cualquier caso, la atención de la opinión pública mundial, ya sea el caso de conflictos bélicos, de procesos de paz, de dinámicas migratorias contemporáneos (con las pateras de protagonistas), de catástrofes naturales, de preocupantes niveles de contaminación de sus aguas y costas…

Pero el Mediterráneo es más que todo lo que se ha dicho anteriormente y si bien, en la Antigüedad las gentes que vivieron en su ámbito lo vieron, seguramente, más bien como un límite, como algo inmenso, poderoso y misterioso se nos presenta hoy como una, hasta exagerada y permanente, excitación de los sentidos, exhibiendo una auténtica sinfonía de colores, de olores, de sabores, de vegetación, de agriculturas, de arquitecturas…, bajo una cegadora y blanquísima luz del cielo como superpuesta a su vivo color azul que se confunde, a su vez, con el turquesa del mar, siendo éste un espectáculo que resulta aún más visible en las puestas de sol al sumergirse en el mar, en un escenario multicolor en el que se mezclan la tonalidad naranja del decadente sol y el fondo azul del cielo y del mar, componiendo esos inigualables atardeceres rojos. Esa “vis atractiva” del Mediterráneo, esa su desbordante sensualidad resulta insoslayable de tenerse en cuenta cuando se quiere desentrañar la esencia del “mar de la historia”, singular escenario que hipnotiza, y en el que se encuentra la isla de Menorca.

MENORCA: EL MEDITERRÁNEO Y LA HISTORIA

Con carácter previo hay que decir que Menorca es una isla de unos 50 kms. de longitud y de unos 20 kms. de anchura, la más septentrional y oriental del Archipiélago Balear, que se halla situada, estratégicamente, en el centro del Mediterráneo occidental y equidistante de las costas francesas y argelinas, así como de las islas de Córcega y Cerdeña, y que es la isla balear más cercana a la Península Ibérica.

Si S. Rusiñol, denominó, en su momento, a Mallorca como la “Isla de la Calma”-hoy costaría mantener, sin matices, esta definición teniendo en cuenta el estresante ritmo vital que se percibe sobre todo en algunas de sus zonas-y a Ibiza como la “Isla Blanca”, hoy se podría denominar a Menorca como la “Isla del Sosiego”, ya que en la misma se “respira” quietud, manifestándose como un lugar que, a priori, plantea dificultades al viajero para su inmediata aprehensión a causa de su configuración geográfica y urbanística que lleva a tener que descubrirla, por su física “discreción”, valga la expresión, paulatinamente, paso a paso.

Sucede, en otro orden de factores, que hay que acudir necesariamente a la Historia si se pretende desentrañar lo que ha sido y es Menorca, máxime si se atiende a la afirmación de que “la Historia no sirve para nada, pero el que no sabe Historia no sabe nada”. En esas coordenadas la Historia muestra, “prima facie”, cómo Menorca ha constituido un enclave por el que han desfilado, aun en no lejanas épocas, las más diversas civilizaciones y países.

Hay que aludir, en primer lugar, en la Edad del Bronce, a una brillante civilización que ha dejado lo que se ha venido a llamar arquitectura megalítica-esto es, grandes piedras sin labrar- felizmente conservada y que es actualmente, la expresión cultural menorquina más representativa (también en las islas de Malta, de Cerdeña y de Mallorca, por ejemplo, se han conservado restos de la arquitectura megalítica). Hay que hablar por consiguiente de los “talaiots”(enormes piedras en forma de torres con una finalidad defensiva), de las “taules”( enigmáticas en cuanto a su uso, son piedras en forma de T gigante, siendo ésta una construcción exclusivamente aparecida en Menorca) y de las “navetas”, calificadas como una de las construcciones humanas más antiguas y cuya configuración parece recordar a una nave invertida, teniendo un uso funerario y manifestándose como como un monumento megalítico emblemático de Menorca, siendo la “Naveta des Tudons” la más representativa.

Con posterioridad a esos pobladores de la Edad del Bronce otras civilizaciones arribaron a Menorca: fenicios, griegos, cartagineses y romanos-“Baleares minor”, así denominada por los romanos que la incorporaron a su imperio en el año 123 a C.-conviviendo con la población isleña y dejando variadas huellas: cerámicas, bronces, sellos, monedas… Tiempos después comparecieron en la isla los vándalos y después los bizantinos, que, con el general Belisario al frente y siendo Justiniano el Emperador, vencieron a aquellos legando basílicas paleocristianas de las que se conservan restos. Será en 903 cuando Menorca es conquistada por los árabes e integrada en el Califato de Córdoba, mostrándose al día de hoy como la más percibida huella de la presencia árabe allí la que se detecta en el habla, en determinadas palabras usadas por las gentes y en la toponimia.

Pero continuemos. En 1287 la isla es conquistada por el Rey Alfons III de Aragón, incorporándose en 1298 al Reino de Mallorca (si bien, con anterioridad, en 1230, la Menorca árabe ya había sido tributaria del Rey Jaume I) pasando a formar parte, en 1349, de la Corona de Aragón. Ya en el siglo XVI-continuando con este excurso histórico-los turcos saquearon las poblaciones de Ciutadella y de Maó y la isla conoció épocas turbulentas con rapiñas de piratas berberiscos, sequías, hambrunas, peste bubónica, malas cosechas…que influyeron negativamente sobre la economía insular.

EL NUEVO, Y PROPIO, RUMBO SEGUIDO POR MENORCA

Será en el siglo XVIII cuando Menorca seguirá su particular rumbo experimentando cambios casi constantes de dominaciones foráneas sobre la isla, con idas y venidas, dominaciones ocasionadas por conflictos bélicos o por convenios políticos, y ello se produjo tanto por su situación geográfica estratégica en el Mediterráneo occidental como por disponer de uno de los grandes puertos del mismo. El caso es que Menorca, sobre todo en el siglo XVIII, tendrá un destacado papel en el tablero político europeo. Y es que hasta el siglo XVIII se observaba una cierta coincidencia en las islas que componen el Archipiélago Balear al ser visitadas y/o conquistadas por las mismas civilizaciones, advirtiéndose, pues, un paralelismo histórico entre aquellas.

Pero ese paralelismo histórico entre las islas del Archipiélago Balear quiebra en la centuria citada con la Guerra de Sucesión Española al haber fallecido Carlos II, último monarca de la dinastía de los Austrias, sin sucesión y derivar tal circunstancia en un

conflicto bélico internacional. En el transcurso de esa contienda tropas británicas y holandesas ocuparon Gibraltar en 1704, y Menorca, en 1708, plazas que se situaban y se sitúan, respectivamente, en el centro y en la puerta de acceso, valga la expresión, al Mediterráneo occidental. Corresponderá al Tratado de Utrecht (1713)-del que los británicos fueron los grandes beneficiarios por su supremacía en los terrenos militar y diplomático-el que establezca la cesión de la soberanía de ambos territorios a la Gran Bretaña y, en concreto, en cuanto a Menorca, el Tratado referirá, rotundamente, que “el Rey Católico cederá, por sí o por sus herederos y sucesores, a la Corona de la Gran Bretaña toda la isla de Menorca, traspasándola para siempre todo el derecho y pleno dominio sobre la dicha isla…”

La primera dominación británica sobre la isla se extendió desde 1708 hasta 1755, momento en el cual Menorca, en el escenario de la Guerra de los Siete Años (1755-1763), fue tomada por los franceses, si bien en 1763 por el Tratado de París (Fontainebleau) fue devuelta a la Gran Bretaña que, de esta manera, procedió a ocupar la isla por segunda vez hasta 1782, año durante el cual tropas franco-españolas, en el marco de la Guerra de la Independencia de Estados Unidos, derrotaron a las británicas y la recuperaron, volviendo a España por el Tratado de Versalles, de 1783,si bien, al socaire de las Guerras contra la Francia revolucionaria, hubo un tercer período de dominación británica sobre suelo menorquín, que finalizó en 1802, cuando la isla, por el Tratado de Amiens, fue entregada a España, integrándose en el sistema político español inspirado en el unitario modelo territorial francés y perdiendo, de alguna manera, identidad. En conclusión: Menorca estuvo bajo la dominación británica por más de setenta años, debiéndose añadir el período de tiempo, de siete años, de la dominación francesa, prácticamente, pues, durante el siglo XVIII con dominaciones foráneas.

La cuestión es que, sobre todo, durante los primeros tiempos de la presencia británica en Menorca, y con el excelente Gobernador R. Kane al frente de la misma-calificación, la de excelencia, que no es predicable en iguales términos de los Gobernadores británicos siguientes-con pretensiones de modernización, de fomentar el mercantilismo y con un aire liberal y de tolerancia en su política, se adoptaron una serie de medidas que fueron bien recibidas, en su mayoría, por los menorquines: así se terminó con prácticas de la Inquisición; se respetó el antiguo derecho menorquín y el uso de la lengua catalana; se abordó la construcción de infraestructuras, en concreto de vías públicas; se produjeron innovaciones en lo que a la ganadería y agricultura se refiere, tal es el caso de un determinado forraje para favorecer la explotación del ganado bovino, una de las bases de la economía menorquina, o el cultivo de determinadas manzanas; se fortificó el gran puerto de Maó, que se convirtió en el más preciado botín para los británicos, puerto que generó un gran tráfico mercantil.

A su vez durante el tiempo de la presencia francesa en la isla, además de fundarse una población, Sant Lluís, y de construirse un sendero que bordea la isla con fines, inicialmente defensivos, se propició que la intelectualidad menorquina, durante más de un siglo, se formase en las Universidades francesas, ilustradas, con toda la carga que la Ilustración suponía en cuanto a proyección cultural y de apertura al mundo.(Ya muy entrados en el siglo XVIII, y por Floridablanca, con un notorio diferente planteamiento al respecto, se ideó el establecimiento de una suerte de “cordón sanitario” en el territorio español para evitar la propagación en el mismo de las ideas enciclopedistas y de los revolucionarios franceses).

Ese propio rumbo seguido por Menorca ha tenido, de alguna manera, continuación en el siglo XX cuando la isla, al comienzo de la Guerra Civil española (1936-1939), a diferencia de Mallorca y de las islas Pitiusas, que se alinearon con el bando de los nacionales, optó por su lealtad al Gobierno republicano, lealtad que se mantuvo hasta el final de la contienda. En otro orden de cosas conviene señalar como matiz, asimismo, que el comportamiento electoral de la población menorquina desde la implantación de la Democracia en nuestro país, en 1977, parece haberse decantado por una línea progresista, lo que no ha sucedido en idénticos términos y en todos los casos, en el Archipiélago Balear.

MENORCA Y LOS DECRETOS DE NUEVA PLANTA

Las dominaciones foráneas de Menorca, durante el siglo XVIII, supusieron que la isla no se rigiese por los Decretos de Nueva Planta dictados por Felipe V, monarca de la dinastía de los Borbones, dinastía que venía a suceder a la de los Austrias. Los Decretos de Nueva Planta se dictaron-apoyados en el “dominio absoluto” y en el “justo derecho de conquista”, según el monarca-en 1707 para los Reinos de Valencia y de Aragón, en 1715 para el Reino de Mallorca y, en 1716 para el Principado de Cataluña y comportaron, como castigo, la abolición de Leyes e Instituciones propias de esos Reinos y del Principado de Cataluña (aunque, en este caso, se conservó el derecho civil) ya que se habían decantado, en el conflicto bélico desatado, por el Archiduque Carlos de Austria y no por Felipe de Anjou y, asimismo, la aplicación en esos enclaves, al igual que en el resto del Estado, del Ordenamiento Jurídico de Castilla.

Pero aconteció que el Señorío de Vizcaya, las Provincias de Álava y de Guipúzcoa y el Reino de Navarra, que permanecieron fieles a la causa de los Borbones, mantuvieron, como premio, sus propias Leyes e Instituciones. Claro está que, con esas salvedades legales, con esas excepciones a la aplicación de los Decretos de Nueva Planta, quedaba en entredicho la afirmación de Felipe V de que con los Decretos de Nueva Planta “se logra el importante fin de la uniformidad que tanto deseo haya entre mis vasallos”, nuevo orden legal que estaba inspirado en el sistema de la Monarquía Absolutista, que se impuso en Francia con Luis XIV (“l´Etat c´est moi”) y que predicaba una férrea uniformidad normativa, sin concesiones territoriales, en todo el Estado.

La implantación del antes referido modelo uniformista borbónico suponía, y ello no era una cuestión menor, poner fin a la estructura de carácter compuesto de la Monarquía Hispánica de los Austrias, perfilada como un agregado de ordenamientos jurídicos diversos, y a la base pactista que la inspiraba, y donde las Cortes territoriales legislaban conjuntamente con el Rey.

Mucho se ha especulado acerca de los beneficios que reportaron los Decretos de Nueva Planta propiciando una cierta recuperación, dinamismo y expansión económicas al permitir una mayor especialización productiva por territorios y al suprimir las aduanas interiores, lo que incrementó considerablemente el comercio en el ámbito estatal, el mercado nacional.

De cualquier forma, Menorca que, durante el siglo XVIII fue un “outsider” de los Decretos de Nueva Planta, conoció también en esos tiempos un período de bonanza

económica, de modernización y de progreso que se gestó, especialmente, durante la primera de las dominaciones británicas. De otra parte, no hay signos que permitan vislumbrar el hecho de que, desde los territorios del Señorío de Vizcaya, de las Provincias de Álava y de Guipúzcoa y del Reino de Navarra, se perdiese el “sentío” reclamando una aplicación en sus ámbitos de los Decretos de Nueva Planta, lo que hubiera llevado a aquellos territorios a renunciar a sus propios derechos e Instituciones, por considerarse que quedaban perjudicados con la inaplicación de los citados Decretos en sus dominios. Esa circunstancia, que no se produjo, sería, se barrunta, por cuanto los mencionados territorios se beneficiaron igualmente de una expansión económica y, además, mantuvieron sus libertades, sus derechos e Instituciones. En conclusión: no parece que puedan atribuirse en exclusiva, sin más, a los Decretos de Nueva Planta el logro de una bonanza económica, puesto que aquella se produjo, asimismo, en otros contextos jurídicos.

Por lo demás los Decretos de Nueva Planta no vinieron a resolver la cuestión territorial hispana y las reivindicaciones sobre ese particular, expresadas desde la periferia, acabaron aflorando cautelosamente tiempo después, en el mismo siglo XVIII y más claramente en el siglo XIX, al volverse la mirada por los territorios hacia atrás, en el tiempo, y evaluarse la pérdida de libertades ocasionada por los Decretos de Nueva Planta.

MENORCA Y SUS PARTICULARIDADES

Durante el siglo XIX Menorca continuó desarrollando, de alguna manera, un modelo económico y social propio-no exactamente coincidente con el adoptado por las otras islas del Archipiélago Balear, modelo que, aunque no estuvo exento de crisis que empujaron a la emigración de una buena parte de los isleños, dio lugar a una industria floreciente, como es la del calzado, con un importante nivel de exportación, a una dinámica industria textil, a la construcción de fábricas de electricidad, a la conformación de una industria de la piel, a un mayor impulso a la agricultura (al viñedo en especial, con el hándicap de la filoxera) y a la ganadería (con la fabricación de quesos con denominación de origen, por ejemplo), a la creación de pequeñas industrias, en suma, entre ellas las relativa a la producción artesanal de monedas de plata, y a la mejora de la movilidad con la inauguración de una línea regular de navegación para pasajeros.

Pues bien: ese “background” económico y social de Menorca, pergeñado en los siglos XVIII y XIX, ha permitido que en la isla, en la década de los sesenta del pasado siglo, cuando irrumpió el “boom” del turismo en el Archipiélago Balear, al disponer de potentes economías propias-la agricultura y la industria como pilares, si bien hoy con una Economía en tránsito hacia el sector terciario-y un aceptable nivel de vida, no se apostase por un turismo como una suerte de “monocultivo”, y que se haya podido desplegar, en cambio, una “cultura” de control del turismo, de la construcción urbanística. Ese planteamiento ha comportado poder esquivar la supeditación a los dictados del “ladrillo” intentando encontrar un equilibrio en el binomio turismo/naturaleza-con un turismo no de masas, de calidad, y respetuoso del entorno (lo que no habrá estado desprovisto de tensiones por las presiones especuladoras). Y esa política, que ha venido a ser una clara seña de identidad de Menorca, se ha visto refrendada con la Declaración acordada en 1995 por la UNESCO, de considerar a la isla

como Reserva de la Biosfera, lo que postula una consideración de la conservación ambiental como algo prioritario y el compromiso asumido por la población de mantener las características naturales y culturales en su ámbito.

Pero las particularidades de Menorca no se quedan ahí. En efecto, la isla ha disfrutado, de una parte, de una Arquitectura con un estilo propio, que no es propiamente el ibicenco, y, de otra, ha sido más fluida, en no pocas ocasiones, la comunicación de Menorca con Cataluña-siendo Cataluña la más próxima, geográficamente, de la Península Ibérica a la isla-que, por ejemplo, con las islas Pitiusas.

LOS CONTRASTES DE MENORCA

Hay que señalar, en primer lugar, que, con carácter general, existen en el paisaje de Menorca dos protagonistas, si bien con mayor o menor énfasis, según las zonas, que son el viento de la tramuntana y las piedras, las pequeñas, que han permitido levantar kilómetros de muros, a modo de paravientos, y las grandes, protagonizadas por los monumentos megalíticos.

Mas ocurre que Menorca presenta en su seno-como el dios Jano, el de las dos caras-unos notorios contrastes, unas polaridades, que han llevado a considerar, exageradamente, que concurren allí dos islas, cuando, a pesar de esos contrastes, la sociedad menorquina en su conjunto responde a una común caracterología.

Si se alude a concretas dicotomías hay que referirse, por ejemplo, en primer lugar, al Norte y al Sur de la isla, Tramuntana y Migjorn, respectivamente. Constituye así el Norte una zona más húmeda y sometida al persistente, cuando no implacable, viento de la tramuntana, que llega a condicionar las labores agrícolas y de la pesca y que hasta acaba determinando el grado de inclinación de los árboles y retorciendo, en su caso, de forma espectacular, los troncos de los mismos, siendo el Sur, en cambio, una zona de clima más cálido. Asimismo, el Norte de la isla exhibe geológicamente oscuros suelos formados por pizarras y el Sur presenta, no estando tan sometido a la tramuntana, unas tonalidades en sus suelos calcáreos, más claras, acaso más mediterráneas, apreciándose-y ésta es otra polaridad destacable en Menorca-que en Tramuntana se muestra una costa abrupta, rocosa y con playas de piedra y espolones y en Migjorn, por su parte, ofrece una costa regular, plana, y con playas de fina y blanca arena.

Por otra parte, continuando con el tema de los contrastes, en la zona septentrional de Menorca se halla Ciutadella, la ciudad más poblada, con solera aristocrática-y los palacios italianizantes son un buen ejemplo de ello-con carácter, apegada a tradiciones (la archiconocida “Cavalls a es Born”, por ejemplo) con callejuelas propias de antigua fortaleza medieval-de ciudadela mediterránea, como haciendo honor a su nombre, diríamos-destacando Ses Voltes (estrecha calle porticada con influencia italianizante y arteria principal de la ciudad antigua) y contando con la Catedral de la isla, con edificios singulares, como el Ayuntamiento, con iglesias como la de Sant Francesc, amplias y abiertas plazas ( Es Born y S´Esplanada) y el Castell de Sant Nicolau y con un puerto de 1 Km. de extensión que ofrece seguridad, refugio y buenas aguas a las embarcaciones mostrando, en definitiva, el sello de haber sido la capital de la isla (decisión, la de la capitalidad allí ubicada, que tomaron los árabes).

En la isleña zona meridional, a su vez, se encuentra la ciudad de Maó, de aire tranquilo y colonial, sobre todo en la parte céntrica de la misma, constituyendo de esto mismo un claro ejemplo la mansión “The Golden Farm”, acusando en esa zona una influencia británica en la construcción de edificios con ventanas de guillotina y galerías balconadas y disponiendo, asimismo, de singulares edificios, modernistas o neoclásicos, como el Ayuntamiento, de monumentos de relieve, tales como el Convent de Sant Francesc, la iglesia de Santa María y el Bastió de Sant Roc y, de forma destacada, de un puerto espectacular, de 6 kms. de largo, aupándose así Maó desde el puerto por las rutas de las costas de la isla, mirando desde el sur al norte y albergando el mismo puerto numerosas calas y núcleos urbanos, escollos, acantilados, hospitales, áreas de cuarentena y una fortificación militar y con muy considerable tráfico de personas y de mercancías, con lo que ello ha supuesto para Maó de apertura al mundo, a la que, por cierto, y no por casualidad, los británicos trasladaron la capitalidad desde Ciutadella, siendo hoy la sede del Consell Insular de Menorca. Dos ciudades, en fin, distintas, que confirman las polaridades de la isla, y con una cierta rivalidad, histórica y geográfica, aunque sin exageraciones, entre ellas.

SOBRE LOS MENORQUINES

No resulta arriesgado presumir que los menorquines, con un período largo de dominación foránea, británica, sobre todo, y francesa, en el siglo XVIII, puedan haber incorporado de alguna manera, a su “Weltanschauung”, a su carácter, tales prolongadas convivencias. En efecto, esto parece haber sucedido. De esa suerte los menorquines han introducido en su lengua propia, el catalán, adaptándolas, no pocas palabras inglesas o francesas y a su insobornable y celosamente defendido carácter mediterráneo-que ha sobrevivido a un persistente “desfile” por Menorca de no pocas culturas y países-una cierta flema, de sello británico, no inmutándose, ni mucho menos, aparentemente, por cualquier cosa como si casi nada pudiese sorprenderles ya después de haber soportado-solos ante el peligro, valga la frase-variadas vicisitudes históricas que les vinieron impuestas sin consulta alguna, acompañado todo ello de una mirada al exterior no exenta, quizás, de un cauteloso escepticismo y envuelto todo ello en una cortesía en el trato.

Han dado muestras, de otra parte, los menorquines, con esa Historia tan compleja que han experimentado, de una formidable capacidad de adaptación a inciertos tiempos, de espíritu de tolerancia y de considerables dosis de pragmatismo, percibiéndose una especial manera menorquina de hacer las cosas con calma, con ausencia de prisas, contraviniendo, haciendo caso omiso de la época actual que parece albergar una “dictadura”, valga la expresión, de lo productivo, de lo eficiente, de la mano de las tecnologías, que ha domeñado también el tiempo libre en el que hay que estar siempre activo, sin un minuto libre, y muy lejos, por lo tanto, de un “dolce fare niente”- consustancial con el ocio-al no resultar productivo, lo que ha llevado a decir (4) que estamos con “la Humanidad acosada por el tiempo”. También el visitante detecta una palpable discreción de los menorquines, lindando acaso con una cierta timidez, en consonancia con la ya comentada “discreción”, valga la expresión, con la que se presenta la isla a sus visitantes.

Por otro lado, ofrecen los menorquines una sociedad inquieta en lo cultural y en lo científico con gran afición, sobre todo a partir del siglo XIX, al teatro y a la música-la influencia británica y francesa parecen haber sido determinantes al respecto-a través de dos focos: el Teatro Principal de Maó, edificio italianizante, con espectáculos operísticos desde sus comienzos, y que se inauguró antes que el Liceu barcelonés, y el Teatro Municipal de Ciutadella, edificio neoclásico, sin olvidar el papel jugado por Instituciones como el Ateneu y el Cercle Artistic, respectivamente, en ambas ciudades, en relación a múltiples actividades culturales y científicas y todo ello en un contexto de una notable presencia de artistas plásticos y de científicos en la sociedad menorquina.

Decididamente: Menorca es otra Historia, ¿o no?.

(1) “La utilidad de lo inútil”. Nuccio Ordine.Ed. Acantilado.

(2)” El Mediterráneo”. F. Braudel. Ed.Colección Austral.

(3)” El sueño de Ulises”. Ed Taurus.

(4)” Caminar la vida”. David Le Breton. Ed. Siruela.

Fernando Díaz de Liaño y Argüelles octubre de 2