Como prácticamente todos en nuestros países, he vivido en contacto con el sistema educativo desde muy pequeño y hasta una edad relativamente avanzada. Además, tuve la suerte de convivir con mi abuelo materno, Nicolás Escanilla, profesor numerario de la Escuela normal de maestros, autor de al menos un manual sobre pedagogía histórica, diversos artículos, un pequeño libro con obras de Lope de Vega adaptadas a los niños y una obra de teatro nunca publicada.
Ejerció conmigo una pedagogía tolerante, crítica y motivadora. Lástima que la enfermedad de Alzheimer, que padeció al final de su vida, no me dejara disfrutar de ella cuando más falta me hacía.
Mi abuelo sirvió a la República como director del grupo escolar de la inclusa de Madrid. Por ello, por haber permanecido leal a su gobierno legítimo, por estar afiliado al partido comunista y, pienso que sobre todo, por ser hermano del director de la “checa” de San Bernardo, Agapito Escanilla (quien escapó a Moscú), los sublevados le encarcelaron, le desterraron y le quitaron la cátedra y la dignidad de poder alimentar a su familia. Así que el que había sido número 1 de su promoción en la escuela superior de magisterio de Madrid se vio abocado a dar clases particulares en una academia. Todavía hoy, cuando oigo o leo el latinajo ese de “vae victis”, me viene a la cabeza la imagen de mi abuelo hundido en su sillón, envejecido y con la mirada perdida.
La vida quiso que en un momento dado me tocara a mi reparar mínimamente la injusticia: En los sótanos del Ministerio de educación se pudría en el olvido el expediente de rehabilitación de mi abuelo sin que nadie quisiera darle el empujoncito necesario. Ocurrió que en el curso 72/73 fui alumno de Cruz Martínez Esteruelas quien tenia una tertulia fuera de horas de clase con algunos de sus alumnos, entre ellos yo. Poco más tarde lo nombraron ministro, primero del Plan de Desarrollo y finalmente de Educación. Duro poco, pero lo bastante para que yo pudiera contarle lo de mi abuelo y gracias a la tenacidad de su secretario Gerardo Hernández, quien se lo tomó como algo personal, el expediente salió de la cueva, el ministro lo firmó y mi abuelo recuperó si no la cátedra (para eso era muy tarde) al menos una pensión para lo poco que le quedó de vida.
Martínez Esteruelas, quien se tenía a si mismo por progresista (al menos en el sentido de liberal y moderno) fue conocido sobre todo por cerrar la universidad de Valladolid, instaurar la prueba de Selectividad (que ningún gobierno posterior ha eliminado aunque haya tenido varias reformas) y sentarse en el consejo de ministros que dio el “enterado” a las ejecuciones de Puig Antich y Heinz Ches. Debo decir que era mejor persona de lo que todo eso da a entender.
La gran idea maestra de Martínez Esteruelas, que discutía con nosotros prácticamente cada vez que se reunía la tertulia a la que me refiero, era la necesidad casi absoluta de subir las tasas académicas. Nihil novi sub sole.
Razonaba Esteruelas que unas tasas académicas baratas cubren solo una parte del coste real de la educación. Por lo tanto el alumno se beneficia de un efecto de apalancamiento ya que paga, pongamos, 10 y recibe un servicio que vale, pongamos, 100. Comoquiera que no todos pueden pagar ni siquiera las tasas mas baratas, hay una discriminación a favor de los que pueden pagarlas que, para colmo, es pagada por todos. Suena lógico pero es una falacia:
En primer lugar, ¿Cuánto cuesta el servicio que un alumno recibe? Una respuesta fácil es decir que se suman todos los costes relacionados con la educación: Infraestructuras; sueldos de profesores; administración; material, etc. Y se divide por el número de alumnos. Pero esto no nos avanza gran cosa ya que se trata de un coste medio que variará en función del número de alumnos y un aula casi vacía en una materia muy especializada puede coexistir con otra llena en un primer curso de una materia generalista. En puridad, el primer alumno cuesta un pastón (y esta beneficiándose de un enorme apalancamiento) mientras que cualquier alumno N+1, sentado en el suelo de un gran anfiteatro, genera unos costes despreciables, inferiores incluso a lo que paga de matricula. Es el problema de los costes marginales decrecientes que trae de cabeza a los economistas ortodoxos y hace las delicias de las páginas web tipo “last minute.com”.
Por otra parte, las tasas académicas no son el único componente del coste de la enseñanza para el alumno: Alojamiento, transporte, mantenimiento, material, etc, son gastos anejos que incluso ahora que hay universidades un poco por todas partes siguen teniendo su importancia. Existe, sobre todo, el coste de oportunidad: Los ingresos que un joven deja de percibir por seguir estudiando y no entrar en el mercado laboral. Es algo muy variable: Durante la burbuja inmobiliaria, el coste de oportunidad era tan alto que grandes masas de jóvenes dejaron los estudios antes incluso de terminar el bachillerato. Ahora, sin embargo, es difícil pensar que las alternativas al estudio sean muchas. En cualquier caso, incluso tomando en cuenta los costes medios, hay que relativizar el concepto de apalancamiento, que puede ser alto en algunas épocas y moderado en otras. Quizás más alto cuando más se necesita que la gente estudie.
Aún admitiendo que la demanda de educación tiene una cierta rigidez (el personal está dispuesto a hacer sacrificios para que sus hijos estudien) está claro que a medida que las tasas suban algunos tendrán que renunciar a los estudios y el numero de alumnos disminuirá. Comoquiera que los costes globales tardarán en adaptarse (jubilación de profesores, reafectación del uso de edificios, etc), los costes medios subirán por lo que el efecto de apalancamiento (admitiendo que se pueda calcular) se mantendrá intacto pero se dará la paradoja que, como los beneficiarios de ese efecto son menos numerosos, la “injusticia” que quería remediar Esteruelas se intensificará.
Ahora que los estudiantes vuelven a salir a la calle a defender su derecho a unos estudios de calidad accesibles a todos los que tengan ganas y capacidad para cursarlos, no está de más recordar estas viejas discusiones que demuestran que la subida de las tasas académicas no tiene ningún fundamento económico, ni de justicia social o fiscal. Son sólo un capitulo más del desmantelamiento del Estado del Bienestar que se está llevando a cabo de forma tan concienzuda como corta de miras: Recaudar un poquito más en tasas no resolverá el problema del déficit pero dejará a muchos jóvenes sin alternativa al paro y deteriorará la calidad de nuestro capital humano cuando más se necesite. Ni un ministro de Franco lo habría hecho peor.