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Si llegamos a tener en la mano cualquier moneda romana, mas aun, si se trata de un Sestercio, la primera sensación que nos invade es de que se trata de algo especialmente valioso. Cuando paseando por la calle algún objeto pequeño con un cierto reflejo llama nuestra atención hasta el punto de que nos inclinamos a recogerlo y realizar sobre èl una primara observación, el segundo paso de este proceso es tomar la decisión de si tiramos el objeto o lo depositamos en alguna papelera, o bien lo guardamos en el bolsillo asumiendo que el objeto tiene algún tipo de valor o utilidad para nosotros.
Se habla de valor o utilidad por que de ordinario estos dos términos corresponden a conceptos diferentes. Algo útil puede ser una determinada pieza, un tornillo, una tuerca, algo en definitiva que nos pueda servir ulteriormente para efectuar alguna reparación en nuestro domicilio. En estos caso, la pieza en cuestión suele acabar en la cajas de herramientas que todos tenemos y a las que acudimos en caso de necesidad para tratar de resolver por nosotros mismos las mil y una chapuzas caseras que contribuyen a resolver los pequeños problemas prácticos de la vida diaria, ya sean eléctricos, mecánicos, o de cualquier otro tipo.
Es claro que en este caso, lo que hemos encontrado tiene junto con su potencial utilidad, algún tipo de valor para nosotros, pero sin embargo nunca se nos ocurriría tratar de obtener dinero por este objeto aparte de casos excepcionales, publicitar su venta en Internet o en los periódicos especializados en la compra venta de objeto de segunda mano. A sensu contrario estimamos que el objeto tiene un valor cuando con independencia de que vayamos a conservarlos u ofrecerlos en venta, con independencia de su utilidad en la vida practica, decidimos no dejarlo en el suelo y pasar de largo, sino que igualmente que en el caso anterior, guardamos el objeto en nuestro bolsillo. Es decir que el concepto de valor suele ir asociado con la idea de que otras personas que contemplaran este objeto formularían previsiblemente un juicio semejante al nuestro, y por tanto estarían interesadas en la posesión de este objeto y dependiendo de la características del objeto y de los particulares gustos de cada uno, estaríamos dispuestos a ofrecer una cuantidad grande o pequeña, de dinero por èl.
Es en este sentido en el que se afirma que cualquiera que tenga en su mano un Sestercio, tiende a pensar de inmediato que se trata de algo valioso. Las características de la pieza, que ya se han comentado en entradas anteriores, ayudan a ello. En efecto se trata de algo pesado, recordemos, de 20 a 30 gramos, en relación con su tamaño que no obstante resulta significativo, en tal forma que permite observar parte de la figura e inscripción del anverso y del reverso. En forma imperceptible tendemos a tratar de entender a que se refiere lo que estamos contemplando y acudimos perceptiblemente a intentar la lectura de las inscripciones que rodean la figura, normalmente coronada de laurel lo que, en principio, si somos ajenos a la numismática, es difícil que nos digan algo. Sin embargo estas inscripciones aunque gastadas por el uso de las monedas, sí es fácil que nos den una pista cierta sobre la pieza que estamos examinando. Así, las palabras, Cesar o Augusto que a todos evocan la Antigüedad Clásica es fácil que sean legibles, e incluso otras mas especificas como IMPERATOR o el nombre de algún emperador muy conocido como Nero (Nerón) o Claudius (Claudio) nos resultan perfectamente entendibles, merced a la similitud de nuestra lengua con la latina.
Por tanto, una vez que tenemos una sospecha cierta de que se trata de una moneda romana, inmediatamente pensamos que se trata de algo que tiene una antigüedad de unos dos mil años y que por tanto se trata de algo muy raro y valioso. Sobre su antigüedad nuestro juicio será certero aunque no tanto, la apreciación de rareza o valor. En efecto, los Sestercios, los Dupondios, los Ases y, en menor medida, los Semis y Cuadrans formaban parte de lo que a lo largo de los siglos se llamò calderilla, constituida por denominaciones de valor bajo que se utilizaban únicamente para las pequeñas transacciones y para ajustar las ultimas unidades del precio de los artículos.
Curiosamente, esta denominación de calderilla, inicialmente derivada de la composición predominante de cobre en su aleación, metal en el que también estaban hechos los calderos que se utilizaban para cocinar, ha pervivido asociada a la emisión de pequeños divisores de moneda de bronce desde el siglo XV al siglo XIX respecto a las unidades monetarias acuñadas en plata y oro. Aun, con la introducción del euro, decimos que no nos entreguen el cambio en calderilla, cuando el conjunto de monedas que nos dan al cambiar, por debajo del valor del 1 euro, de 50,20,10,5,2, y 1 céntimos, superan al de 1 euro.
El uso frecuente de este tipo de numerario conduce a que estas monedas normalmente presenten un desgaste muy notable, especialmente presente en aquellas que han tenido un periodo de circulación muy prolongado como ocurre con los Sestercios, ya que la pervivencia del régimen imperial y la relativa estabilidad de precios no hacía imprescindible su retirada de la circulación ya que cualquier emperador, aun en los casos de cambios sangrientos de dinastía, se sentía continuador de todos los anteriores, por lo que el numerario anterior continuaba circulando, lo que redundaba en su desgaste, especialmente evidente en las emisiones de los primeros emperadores.
Por tanto, todas las denominaciones que formaban parte de esta calderilla, no son en absoluto raras, en la misma medida en que no es rara la calderilla de la Casa de Austria, normalmente compuesta de 8 maravedies resellados para circular por un valor superior, y los maravedíes de la Casa de Borbòn acuñados desde Carlos III a Isabel II, ni los 10 o 5 céntimos de bronce del Gobierno Provisional de 1870 y de Alfonso XII y menos aun, los 10 y 5 céntimos de aluminio de la época de Franco acuñados de 1940 a 1953 con jinete ibérico en el anverso a imitación del reverso de los Ases ibéricos de la época de la conquista romana.
Esta ausencia de rareza que presenta en principio un Sestercio común, se debe a la abundancia de emisiones, aun dentro de un mismo emperador, y al elevadísimo número de ejemplares acuñados en la mayoría de las emisiones. Tenemos, por tanto, ya fijadas dos de las características a utilizar para determinar el valor de un Sestercio dado: la rareza y la conservación, es decir el relieve y legibilidad que presenta debido a la circulación que ha tenido desde el momento de su emisión. La tercera característica, en el caso específico de la monedas romanas en bronce ò latón, es como ya se ha indicado en la entrada anterior, es la patina o fina capa de oxido metálico que el tiempo transcurrido y la acción de los agentes atmosféricos ha ido depositando sobre su superficie.
La interacción de estas tres características nos va a determinar el valor de un Sestercio dado. Nuestra impresión de que un Sestercio es algo valioso, que normalmente sentiremos al contemplarlo por primera vez es, en sí correcta pero su valor puede llegar a ser en verdad, muy diferente, oscilando desde de los 3 euros de un Sestercio de Gordiano III con muy escasa legibilidad y carente por completo de pátina, hasta los 30.000 euros de un Sestercio de romano Vitelio, con el emperador dirigiendo la palabra a sus tropas en el reverso, un relieve en el que se distinguen todos sus detalles y una patina completa que no ha sido manipulada artificialmente.
Divergencias tan sensibles como de 1 a 10000, no suelen ser corrientes dentro de las monedas de una determinada denominación, pero si nos atenemos a una misma pieza de un determinado tipo, con el mismo anverso y reverso y acuñada en un año determinada, las diferencias pueden llegar oscilar de uno a mil euro en algunos casos y de 1 a 100 siempre que se trate de denominaciones que han tenido una circulación muy duradera como son en general los bronces y latones romanos, la plata acuñada por las monarquías europeas desde el siglo XVI al XIX, las monedas fraccionarias en metales viles desde 1880 a 1960 y la plata y bronce acuñada en los Estados Unidos y en la repúblicas americanas después de la emancipación de España completada en 1825, con ello la buena noticia para quien contempla por primera vez una moneda como un Sestercio, es que puede iniciar su colección con un coste muy bajo, ya que si los Sestercios corrientes en mala conservación pueden ser adquiridos por 3 euros, en el caso de los Dupondios, Ases, Semis y Cuadrans podemos estimar una relación de precio con respecto a los Sestercios de igual rareza, conservación y patina, de 1 a 6,por lo que el precio de adquisición de éstos pueden ser tan bajo, como 50 céntimos de euro.
Sin embargo claro está, que la mala noticia es que un Sestercio correctamente valorado 3 euros, nunca será igual de agradable a la vista como uno valorado en 30 euros, y a su vez la sensación que sentiremos al contemplar éste, será muy diferente de la que sentiremos al contemplar una pieza valorada en 300 euros. En general, entre estos tres valores: 3,30 y 300 euros será entre lo que se desenvuelvan la mayoría de las personas que se decidan a coleccionar Sestercios romanos. Evidentemente existen Sestercios de un valor muy superior, expresado en miles de euros, pero es absolutamente desaconsejable dedicarse a adquirir siquiera uno de este tipo de piezas, sin antes habernos familiarizado con piezas de un valor inferior, haber leído algunas obras elementales sobre numismática romana, haber contemplado cientos o mejor miles de fotografías de Sestercios, haber aprendido a distinguir lo realmente raro de lo que no lo es, llegar a distinguir los distintos escalones en la conservación de un Sestercio y especialmente valorar correctamente la condición de una pátina, distinguiendo la natural de la artificial, y para la natural, hasta que punto ha sido retocada.
En entregas sucesivas se iràn exponiendo los criterios que nos permitirán llegar a determinar con precisión suficiente cual puede ser el valor de un determinado Sestercio. Para ello será inevitable describir las características generales de la graduación de la conservación de las monedas, tal como han ido decantándose a lo largo del tiempo, especialmente desde 1990, a través de la obra de promotores de subastas, autores de catálogos y escritores de obras de referencia en los diferentes países. Estas nociones permitirán explicar, sobre fotografías de anverso y reverso de monedas especialmente representativas, cedidas amablemente para su reproducción por sus actuales poseedores, cual es su grado de rareza, de conservación y de pátina.
Al ser el procedimiento de valoración relativa entre una y otras piezas , de carácter empírico, solo conociendo por què a una pieza especifica se le asigna un grado determinado es posible llegar a una valoración completa de cada ejemplar con el que podamos encontrarnos a la hora de buscar monedas, para lo cual suele resultar lo mas aconsejable el acudir a los lugares de reunión de coleccionistas y comerciantes, que suelen tener lugar los domingos por la mañana en la mayor parte de Plazas Mayores de la principales ciudades españolas.
En espera de proporcionar mayores detalles respecto a la valoración de los Sestercios, se reproducen en esta entrega, 5 Sestercios del emperador Claudio del siglo I D.C. con un valor estimado actual de mercado de 150 euros los dos primeras,300 euros los dos siguientes y 750 euros el último lo que considerando que las características de rareza y pátina no son muy distintas entre ellas, ya nos permiten irnos haciendo una idea de la influencia de la conservación en el valor de las monedas cuya circulación en su época ha sido intensa.
THE VALUE OF A SESTERCE
If we have in hand any Roman coin, especially if it is a sesterce, the first sensation that overcomes us is that it is especially valuable. When we are walking down the street and a small object with some reflection draws our attention to the point that we tend to pick it up and make a first observation, the second step of this process is deciding whether throw the object away or deposit it in any paper, or we keep it in your pocket assuming that the object has some value or usefulness for us.
We talk about value or usefulness because these two terms usually correspond to different concepts. Something useful can be a particular piece, a screw, a nut, something that then we can be used for any repairs at our home. In this case, the piece in question usually ends up in the toolbox that we all have and where we go if necessary to arrange by ourselves a thousand and one botched home jobs that contribute to solving the small practical problems of daily life, whether electrical, mechanical, or of other nature.
It is clear that in this case, what we have found has along with its potential utility, some sort of value to us, but we will never think about trying to get money with it apart from exceptional cases, advertise its sale on the Internet neither publishing it in the buying and selling second-hand object section of specialized journals. On the contrary, we estimate that the object has a value regardless of where we're going to keep it or offer it for sale, regardless of its usefulness in practical life, but when we decided not to leave it on the floor and to pass through it, and as in the previous situation, we keep the object in our pocket. This means that the concept of value is generally associated with the idea that other people who would contemplate this object are expected to formulate a similar trial to ours, and therefore they would also be interested in the possession of this object, and depending on the characteristics of the object and liking of each individual would be willing to offer a large or small quantity of money for it.
It is in this sense that we state that anyone, who has a sesterce in his hand, tend to think immediately that this is something valuable. The characteristics of this piece, which have been mentioned in previous posts, help to think like this. Indeed it is something heavy, remember, from 20 to 30 grams, in relation to its size also significant, in such a way that allows us to observe a part of the figure and inscription on the front and on the back. In a imperceptibly way, we tend to try to figure out what we are looking to is referred to and perceptibly we try to read the inscriptions around the figure, usually crowned with laurel which, in principle, if we do not know anything about numanistic, it is difficult to mean something to us. However, these inscriptions even worn by the use of the coins, it is easy to give us a clue about the piece we are examining. Thus the words, Caesar or Augustus that to all of us evoke the classical antiquity are easily legible, and even other more specific words as IMPERATOR or the name of a well-known emperor as Nero or Claudius, are perfectly understandable for us thanks to the similarity of our language with the Latin.
Therefore, once we have some suspicion that it is a Roman coin, instantaneously we think that it is something that last from about two thousand years ago and therefore it is very rare and valuable. Our view on its antiquity will be accurate but not as much as the valuation of its rarity or value. Indeed, sesterces, dupondius, as and to a lesser extent, semis and quadrans were part of what over the centuries was called small change, consisting of low value denominations only used for small transactions and to adjust the last units of the goods prices.
Interestingly, the name of small change initially came from the dominant composition of copper in the alloy, metal with which the buckets were also made to be used for cooking and it has remained associated to the issue of small dividers of bronze coin from the fifteenth century to the nineteenth century, regarding currencies minted in silver and gold. Even with the introduction of the euro, we ask for having the change different from being in small change, when the set of coins that they give us in change, below the value of 1 euro, 50, 20, 10, 5, 2, and 1 cents coins, exceeding the value of 1 euro.
The frequent use of this type of coins makes that these coins usually present a very significant wear, especially it is present in those which have had a very long period of circulation as with the sesterces, because of the remaining imperial regime and the relative price stability did not produced their withdrawal from circulation as any emperor, even in cases of bloody changes of dynasty, felt as the follower of all the emperors above, so the previous coin continued to circulate, resulting in their wear, particularly evident in the issues of the first emperors.
Therefore, all names that were part of this small change are not at all rare, to the same extent that it is not rare the small change from the Habsburg Spain, usually composed of 8 maravedies resealed for being in circulation with a superior value, and the maravedíes of House of Bourbon coined from Charles III of Spain to Isabella II of Spain, or the 10 or 5 cents a bronze of the Provisional Government from 1870 to Alfonso XII of Spain and much less the 10 and 5 cent aluminum coined in the time of the Franco form 1940 to 1953 with Iberian horseman on the front to imitate the back of the Iberian As of the time of the Roman conquest.
This lack of rarity which in principle has a common sesterces, is due to the abundance of issues, even within the same emperor, and to the high number of copies coined in most issues. Therefore, we already have fixed two of the characteristics used to determine the value of sesterces given: the rarity and conservation, i.e. the relief and the clarity that arises because of the circulation it has had since the time of issuance. The third feature, in the specific case of Roman coins in bronze or brass, as stated in the previous post, is the patina, or thin layer of metallic oxide that time passed and the action of the weather has been deposited on its surface.
The interaction of these three characteristics will determine the value of a given sesterce. Our impression that a sesterce is valuable, usually felt when contemplating for the first time is in itself correct, but its value can be indeed very different, ranging from the 3 euros of a Gordian III sesterce very illegible and completely devoid of patina, to 30,000 euros from a Roman sesterce of Vitellius, with the emperor leading a speech to his troops in the back, a relief in which it ca be distinguished all the details and a full patina that has not been artificially manipulated.
Divergences as sensitive as from 1 to 10000 are not usual among the currencies with a certain name, but if you stick to one piece of a certain type, with the same front and back and coined in the same given year, their differences can reach a range from one to a thousand euro in some cases and from 1 to 100 provided that they are denominations that have had a long-lasting circulation and they are generally Roman bronzes and brasses, the silvers coined by European monarchies since the sixteenth to the nineteenth century, the coins broke up in vain metals from 1880 to 1960 and the silver and bronze minted in the United States and in the American republics after the independence from Spain completed in 1825, regarding this the good news for those who look for the first time currency as a sesterces, are that you can start your collection with a very low cost, because if the current sesterces in poor maintenance can be purchased for 3 euros, in the case of dupondios, as, semis and quadrans we estimate a price relation with respect to equal sesterces rarity, conservation and patina, form 1 to 6, so that the purchase price of these can be as low as 50 cents of euro.
However it is clear that the bad news is that a properly sesterces worth 3 euros, never will be just as pleasing for the eye as one valued at 30 euros, and in turn the feeling you feel when contemplating this will be very different from the feeling when contemplating a piece valued at 300 euros. In general, between these three values: 3. 30 and 300 euros will be the quantities most of the people who decide to collect Roman sesterces will work with. Obviously there are sesterces with a much higher value, expressed in thousands of euros, but it is absolutely unwise to engage in acquiring even one of these pieces, without, before that, becoming familiar with pieces of a lower value, having read some elementary works on Roman coins, having contemplated hundreds or even better thousands of photographs of sesterces, having learned to distinguish what is really rare than what is not, being able to distinguish the different steps in the conservation of a particular sesterces and namely valuating properly the conditions of a patina, distinguishing natural from the artificial and in the case of being natural, till what point it has been retouched.
In successive posts we will expose the criteria that will allow us to determine with enough precision what may be the value of a given sesterces. With this objective in mind, it will be inevitably to describe the general characteristics for graduation of the conservation of coins, as they have been decanted over the time, especially since 1990, through the work of promoters of auction authors of catalogs and writers of reference works in different countries. These notions le us explain, based on photographs of the front and back of the especially representative coins, kindly donated by its current owners for their reproduction, which is its degree of rarity, conservation and patina.
As the relative valuation procedure from one to other pieces, an empirical process, just knowing why for a specific piece is assigned a particular grade, it is possible to reach to a full valuation of each issue which we can face when looking for coins, for which it is often more advisable to go to the meeting places of collectors and traders, which usually take place on Sunday morning in the main squares in most of the main Spanish cities.
In hopes of providing more detail regarding the valuation of sesterces, we display in this post, 5 sesterces of Emperor Claudius of first century A.C. with an estimated current market value of 150 euros the first two, 300 euros the following two and 750 euros the last one, whereas their characteristics of rarity and patina are not very different among them, this difference gives as an idea of the influence of preservation in the value of coins whose circulation in that period was intense.
Ha llegado, sin pena ni gloria, el fin de la temporada taurina 2010. No es muy sorprendente. De la Maestranza y de Las Ventas…el suspiro del duende sevillano , y la puerta que da a la calle de Alcalá para abrir , inmediatamente , la Caja del Banco de España….de ambos cosos , salió muy clara la señal de que poco se iba ver de lo verdaderamente bueno... y es lo normal porque la Fiesta continua sufriendo los mismos achaques : obstáculos a la libre competencia en el sector , serios problemas en la ganadería brava, un escalafón taurino peculiar, matadores "funcionarios" , matadores de "telebasura" ... novilleros que no tienen ocasiones, novilleros frustrados, novilleros que tienen que pagar para torear...
Es toda una prolongación de la incertidumbre sobre su ubicación administrativa (discuten tirios y troyanos sobre si la Fiesta es carne o pescado...delicado manjar cultural o tinglado laboral, industrial, carnicero, y susceptible de ocasionar alteraciones leves y graves del orden público ...
Además el aislamiento informativo. La Fiesta interesa a la totalidad de los medios cuando se sitúa en paralelo con la crónica de sucesos: un toro da un gran salto, se planta en el tendido 5 y siembra el terror por doquier... Impresionante cogida con seis trayectorias en Tudelilla... (Siempre en " primera " y con letras como zapatillas) y similar actitud en radio y televisión.
Esto no es una protesta es un dato, hoy interesan más al público los deportes como el fútbol, el baloncesto y, a veces, las carreras de automóviles, jamás un espectáculo taurino ha alcanzado sus cifras de audiencia...
La prensa escrita, al menos la que lo hace, se limita a ofrecer los clásicos telegramas "segunda de feria: Tomasete (pitos y palmas ) Gitanillo (vuelta y aviso) Niño del Postigo (vuelta y saludos). El subalterno Paco Soria (herido de pronóstico reservado) y en este plan. Algunos tienen crítico de plantilla .Ciertos critican poco, otros demasiado, ya no hay gente como Vidal, Corrochano, Chaves ...
Otro dato, sin duda negativo, es la casi ausencia total, temporada tras temporada, del toreo de allende los mares muy poquitos espadas se han ido librando de esta quema. Hace algunas décadas, la mayor parte de los matadores mexicanos confirmaban sus alternativas en Las Ventas : Gaona, Calesero, Garza, Soldado, Solórzano, Armillita, Silveti, Rivera, Arruza, Procuna, Córdova, Martínez... son una pequeña muestra, llena de calidad . Se entiende menos la ausencia cuando los matadores hispanos siguen viajando allá, Perú, Colombia, Ecuador, Venezuela y ... México . Y ellos por qué no vuelven, y refrigeran la monotonía de los carteles, muchos de esos espadas han rivalizado con los nuestros. Pero averigüe Vargas el porqué de esta situación.
Toda esta pequeña relación es preocupante. Por mucho que ciertos cosos se llenen durante sus ferias anuales, Madrid, Pamplona, Sevilla, San Sebastián o Santander ... ahí , o poco más allá , se detiene lo positivo . Hay plazas y más plazas donde la parrioca es menguada o ha desaparecido para siempre. La Fiesta anda mal, y tiene quizás poco remedio.
Y a todo esto, en Cataluña, políticos listillos aprovechan el momento de debilidad del enfermo: de unas quince o veinte plazas, que tenía Cataluña, queda una o dos. Y la hipotética afición barcelonesa que tuvo, en su momento, la palabra cuando Serafín Marin, catalán y matador de toros, la convocó a dar testimonio de la Fiesta y su pretendida vigencia allí. El resultado fue que casi nadie acudió. Luego, los listillos, después de presentar al enfermo como un monstruo lleno de peligros, lograron con grande heroísmo una de las más pírricas victorias, de las que hay memoria.
Invierno: espigueo de relatos.
espigueo.
m. En la siega, acción de espigar.
m. Acción y efecto de rebuscar en libros datos para algún trabajo.
De cara al invierno, he decidido recapitular, hacer un inventario de los relatos de espigueo, de aquellas historias que, dentro del seno acogedor de un libro de relatos, me han atrapado por sus propios medios, me han dejado la huella de sus dientes en el recuerdo, la dentellada bien marcada.
Un libro de relatos es un abanico, más o menos amplio, de historias breves, más o menos logradas, dirigido a un público, más o menos impresionable, con una memoria a largo plazo más o menos fiable.
Tras la lectura de una recopilación de relatos la mayoría de las veces, pasado el tiempo, sólo guardamos una impresión general, favorable o desfavorable, una especie de recuerdo de la atmósfera que formaba el conjunto de historias, independientes, pero inefablemente unidas por la potencia narrativa de la autora, del autor, de los autores, por su pericia para exprimir el lenguaje o por su forma contar, de afrontar el mundo. También puede quedar un ligero poso: el poso de lo concreto y, entonces, recordaremos el uso preciso de una palabra, una imagen desconcertante, una escena escandalosamente anodina, pero, narrada con tanta pericia que daba respuesta a preguntas íntimas nunca puestas negro sobre blanco.
Lo que no es habitual es que entre la hojarasca de una obra de relatos, sin que nos lo propongamos, de manera inconsciente, reconozcamos una de esas historias que cumplen los severos requisitos secretos que la memoria exige para que una narración no caiga en el abismo del olvido y se convierta en una boya marítima de referencia, a la que podemos aferrarnos siempre que perdamos pie.
Se salvan estos relatos porque dejan en nosotros la tan cacareada honda impresión, casi una marca a hierro y fuego. Nos definen, o, al menos, definen el momento, la época, en la que nos cautivaron, aunque nunca dejen de acompañarnos. Nos acordamos de ellos, nos invaden, olas imprevistas, muchas veces y a ellos regresamos como la lengua al hueco de la muela perdida.
Nos reconfortan. Son relatos que nos salvan y de los que pasamos a ser huéspedes.
Éste es el fruto del espigueo inconsciente, involuntario. Mi propio abanico de historias indelebles: puro trigo.
La puerta en el muro, relato escrito por H.G. Wells en 1911 y seleccionado por Borges en La puerta en el muro y otras narraciones. Siruela, 1984.
Empiezo aquí una serie de pequeños textos con la intención de reflejar la situación actual del Jazz, principalmente en España, aunque también haré esporádicamente alguna incursión en otros países.
No se trata de escribir sobre la historia del Jazz y sus grandes intérpretes, muchos de ellos ya desaparecidos. Acerca de los orígenes del Jazz y de sus “grandes” ya hay mucha literatura y no creo que yo –un simple aficionado (y enamorado) de esta música– pueda aportar alguna novedad y en todo caso no haría otra cosa que repetir lo que tantos otros han dicho o escrito.
Locales, intérpretes y estilos, todos ellos actuales o de los últimos años, pasarán por este blog, con la pretensión de compartir con sus lectores mi entusiasmo por el Jazz.
Y para empezar, nada mejor que recordar uno de los locales más emblemáticos de Madrid. El Johnny, como todos los aficionados conocemos al CMU San Juan Evangelista. ¡Qué historia tiene! Y espero que siga teniendo, pese a que este año ha estado a punto de desaparecer. En su auditorio no sólo (perdón, estoy acostumbrado a escribirlo con tilde) se ha escuchado jazz, sino también música clásica, flamenco, folk (allí pudimos ver y escuchar a nuestro querido J.A. Labordeta), etc. El Club de Música y Jazz de San Juan Evangelista comenzó su andadura en el año 1970 y por él han pasado músicos de la talla de LOU BENNETT, TETE MONTOLIU, VLADY BAS, JUAN CARLOS CALDERON, PEDRO ITURRALDE, COUNT BASIE ORCHESTRA, STEPHANE GRAPPELI, CHET BAKER, FREDDIE HUBBARD, ORNETTE COLEMAN, ART BLAKEY, CHICK COREA, DIANA KRALL, ENRICO RAVA … (hablemos algo de este último).
Enrico Rava es uno de los músicos italianos de jazz más importantes. Nacido en Trieste en 1939, ¡qué gran trompetista! Al poco de empezar entró a formar parte del grupo de Gato Barbieri cuando éste residía en Roma. Admirador de Miles Davis y Chet Baker y con una influencia clara del estilo de ambos, ha actuado en los principales festivales de Jazz (Montreal, San Francisco, Chicago, New York, Buenos Aires, Perugia, Berlin, Paris, Tokyo, etc.) y ha residido varios años en Buenos Aires y New York, además de en Italia. Vi a Rava, con su quinteto, en el Johnny en noviembre de 2007, pocos meses después de publicar su disco "The Words and The Days", en una mini-gira que le llevó también al festival de Girona. Magistral Rava en todo el concierto, y magnífico también algún solo de trombón con el que se lució Gianluca Petrella. El resto de componentes del quinteto aquella noche fueron Andrea Pozza (piano) Rosario Bonaccorso (contrabajo) y Roberto Gatto (batería). En junio de 2008 tocó con su quinteto en el Auditorio “Martín Codax” de Vigo y creo que ha sido la última vez que estuvo (o al menos que actuó) en España. Posteriormente Rava ha publicado otros dos discos: “The Third Man”, con el pianista Stefano Bollani, y “New York Days”. Si tenéis ocasión, no dejéis de ir a verle.
En los tres artículos anteriores se ha mencionado en varias ocasiones un tipo de moneda romana, el Sestercio, a la par que se han publicado anverso y reverso de 15 de estas piezas, 5 de las cuales también se incorporan dentro del presente artículo.
Estos ejemplares, los Sestercios, nos proporcionan la más acabada imagen de lo que constituye la numismática romana. Dentro del mundo griego y helenístico, posterior a Alejandro el Magno, la moneda de bronce o latón constituye una excepción ya que la mayor parte del circulante estaba constituido por la moneda de plata.
Aún así, los ejemplares en estos metales solían ser de peso muy reducido, siendo empleados en pequeñas transacciones o para completar el precio de los artículos cuando éste quedaba expresado en fracciones de peso como correspondía a la venta a granel de mercancías.
Únicamente en el Egipto tolomeico se acuñan grandes piezas de bronce con cabeza de Zeus en el anverso y águila en reposo en el reverso circundada por la leyenda Tolomeo Rey en lengua y caracteres griego. El determinar el valor circulante de esta piezas en relación con el Dracma o Tetradacma que constituía la unidad monetaria helenística, acuñada en plata, no resulta sencillo ya que la relación entre unas y otras dependía de las condiciones económicas de cada momento que influían en la relación entre los valores del cobre y de la plata.
Estas monedas de la dinastía tolomeico, en la misma forma que los primitivos Ases romanos nacen con la pretensión de circular por el valor intrínseco del metal en el que están acuñadas. Así, en la misma forma que los Ases, los bronces de Tolomeo I tienen un peso elevado que puede llegar a los 45 g, mientras que las últimas acuñaciones tolomeicas a nombre de la tan bien conocida reina Cleopatra, relacionada con Julio Cesar y Marco Antonio, no rebasan los 15 g. A la par, el retrato hierático de Zeus va humanizándose hasta llegar a presentar una cabeza figurativa como se da en las acuñaciones de las reinas Berenice y la mencionada Cleopatra, ya en el siglo I A.C .
Estas monedas pueden ser consideradas como antecedente de los Sestercios, por cuanto sus últimas emisiones tenían un valor fiduciario, es decir independiente y claramente superior al valor intrínseco del metal a ellas incorporado. Dependiendo del autor que elijamos para documentarnos sobre estas piezas dentro de la numismática griega, son denominadas Hemidracmas ( por suponer que son el divisor inmediato del Dracma) o bien” grandes bronces” evidenciando la dificultad de expresar su valor en términos de relación con el de la unidad monetaria.
Precisamente esta denominación de “grandes bronces” aparece asociada a la de Sestercios al referirse a ellos los primeros autores que se ocupan de la descripción del numerario romano en los albores de la edad moderna. En este caso, la expresión” gran bronce” alude básicamente al tamaño de los Sestercios, que en su primera época presentan un diámetro de 3 a 3,5 centímetros y un peso aproximado de 30 a 25 g.
En este sentido, son claramente identificables en relación con Dupondios y Ases, cuyo peso no llega a rebasar la mitad de el de los Sestercios.
Los Sestercios se acuñan siempre el latón, aleación en la que el bronce (cobre y estaño) aparece asociado con el zinc. La adición de este último se efectúa, buscando una mayor dureza, en forma que los rasgos de las figuras y leyendas representadas en la moneda, pervivan durante más tiempo así como que el brillo especial del metal acuñado, especialmente llamativo en el latón frente al cobre, se diluya más lentamente.
En este sentido, resulta sintomática la similitud de la aleación empleada en los Sestercios con la de las monedas de 10, 20 y 50 céntimos de euro en circulación en los países de la Unión Monetaria europea a partir de 2002.
Para el aficionado a la numismática resulta útil el disponer de una estimación del valor adquisitivo de una determinada unidad monetaria del pasado, con las unidades de nuestro tiempo con las que se encuentra familiarizado. Esto que ya resulta complicado para las monedas de oro y plata en las que al menos se dispone de estimaciones de la evolución del precio de los metales nobles, realizadas por los autores que se ocupan de la historia de la economía, es particularmente difícil para el caso de la moneda acuñada en metales llamados viles, para la cual la única fuente que puede tomarse en cuenta son ordenes de compra o contratos para la adquisición de bienes o servicios que suelen estar expresados en unidades de cuenta, en este caso los Sestercios. No obstante debemos tener en cuenta que si consideramos periodos muy largos, tres siglos para los Sestercios, en que esta moneda tuvo una circulación extendida, su valor en términos de moneda actual puede llegar a presentar grandes variaciones, normalmente depreciándose en el tiempo, hasta el momento en que la circulación de una pieza desaparece cuando el valor del metal más el coste de acuñación rebasan el valor de las monedas que pueden ser acuñadas.
Esto es lo que llego a ocurrir con la moneda de una peseta, la popular “rubia”, acuñada en latón desde el año 1944, hasta que al finales del la década de los setenta, su valor de producción rebasó el de lo que podía ser adquirido con ella, lo que no debe sorprendernos si tenemos en cuenta que desde 1944 a 1980, el valor adquisitivo de la peseta se dividió aproximadamente por 20.
Este mismo fenómeno es el que tiene lugar para los Sestercios en la época de Galieno en el siglo III D.C. cuando dejó de acuñarse, en el momento en el que Antoniniano ( doble denario, equivalente por tanto a 8 sestercios) pierde prácticamente todo su contenido en plata, siendo su peso en cobre la octava parte de este metal incluida en los Sestercios.
Considerando todos lo elementos resaltados, podemos estimar un poder adquisitivo medio del sestercio durante el periodo de su acuñación equivalente a 50 céntimos de euro, lo que nos permite una identidad relativa entre ambas piezas, ya que las dos son los valores superiores de sus escalas monetarias, están acuñadas en latón, y tienen tamaños, si nos atenemos a los últimos Sestercios acuñados, no excesivamente distintos.
Desde el punto de vista artístico, los Sestercios suponen la culminación de la escultura, concretamente el bajo relieve, en la acuñación de monedas en la antigüedad. Ciertamente, los artistas griegos habían llegado a una extraordinaria calidad en la representación de figuras en las monedas. Pero sus diseños permanecían inalterados durante periodos muy largos de tiempo y prácticamente siempre la asociación entre figuras acuñadas en anverso y reverso de una determinada denominación no se modificaba durante el periodo de acuñación. Sin embargo a lo largo del periodo de vida del Sestercio en el Imperio Romano de la mitad del siglo I A.C. hasta la mitad del siglo III D.C. , la figura del anverso siempre va asociada al emperador reinante o divinizado tras su muerte, a nombre del cual se acuña, con una pretensión de representación figurativa de rasgos faciales semejantes a los expresados en estatuas y bajo relieves en los que aparece el emperador o miembros relevantes de su familia.
Al mismo tiempo para cada representación del emperador en el anverso que frecuentemente va modificándose con el paso del tiempo en el caso de los reinados largos, tenemos una amplia panoplia de reversos, no solamente para el caso de conmemoraciones especiales, como ocurre en la actualidad, sino también para las emisiones ordinarias en la que la representación de figuras mitológicas o de dioses o diosas menores no escasas en el mundo grecorromano se acompañan con la del emperador, a cuerpo completo en diferentes actitudes tanto cívicas como militares.
Si a todo ésto añadimos las leyendas que aparecen sobre estas monedas, de ordinario representando los títulos del emperador, no siempre los mismos, en el anverso, completados con la indicación del número de orden del consulado o del poder tribunicio que ejercía en el momento de la emisión de la moneda representado en el reverso juntamente con una inscripción alusiva a las figuras que aparecen en el mismo, tenemos una extraordinaria variedad de tipos de Sestercios que proporcionan al historiador elementos imprescindibles para reconstruir la evolución del Imperio Romano, al coleccionista un campo casi ilimitado sobre el que ejercer su afición y a la gente en general que contempla estas monedas en museos y en fotografías asociadas a los libros de historia, la posibilidad de visualizar estas auténticas obras de arte que aunque producidas en serie a partir de cuños cincelados manualmente, su procedimiento de acuñación asegura que sea prácticamente imposible encontrar dos monedas idénticas e incluso altamente semejantes.
Esta extrema individualización de cada Sestercio, válida en cierta medida para la mayor parte de la moneda romana, se completa en este caso con la casi infinita variedad de los tipos de pátina que el transcurso de tiempo ha ido acumulando sobre la moneda original. Tenemos así pátinas: negra, marrón, verde, gris, rojiza, amarillenta, y cualquier clase de combinación entre estos colores. La pátina, aparte de permitir apreciar la autenticidad y ausencia de manipulación de los Sestercios, les añade belleza al permitir apreciar con mayor detalle los rasgos distintivos de cada figura.
A todas estas características atractivas para los coleccionistas, los Sestercios añaden su tamaño, que permite apreciar sus detalles sin necesidad de recurrir de forma sistemática a instrumentos de aumento, y especialmente su abundancia, ya que el número de ejemplares para cada emisión es normalmente muy alto, y el número de emisiones muy elevado al prolongarse sobre un largo periodo. A ésto cabe añadir su imponente aspecto y carencia de beneficio con su fusión, que ha originado que la mayor parte de los ejemplares acuñados hayan llegado hasta nuestros días.
Desgraciadamente, el elevado número de años en que los Sestercios permanecieron en circulación, ya que los acuñados por los emperadores continuaron circulando indistintamente con los de sus sucesores, ocasionó que gran parte de los Sestercios, que han llegado hasta nosotros se encuentren en un estado pobre de conservación que en muchos caso, si bien permite su identificación, hace difícil la lectura de la totalidad de las leyendas y la representación de muchos de los rasgos distintivos de las figuras. También la pátina original de la moneda frecuentemente ha sido alterada o removida por procedimientos químicos o mecánicos por un intento de identificar y mejorar la apariencia y comercialidad de piezas que, en el momento de su hallazgo, se encontraban recubiertas de arcilla y óxidos que prácticamente imposibilitaban su catalogación.
Así, las características de rareza de las emisiones de un determinado emperador, rareza del reverso de la moneda para un emperador determinado, características de la pátina, y grado de conservación, son las que nos permiten estimar el valor comercial de un Sestercio específico. La ponderación de estos factores para un tipo determinado de Sestercios, quedará expuesta en los próximos artículos, en el que las piezas ya reproducidas y que se irán reproduciendo, servirán de referencia para que podamos irnos familiarizando con la valoración que pueden tener los Sestercios dentro del mercado numismático.
Todo lo indicado para los tipos emitidos a nombre de los emperadores romanos resulta igualmente válido para las emisiones efectuadas a nombre de miembros relevantes de su familia, singularmente padres, esposa e hijos, que frecuentemente tienen lugar durante el reinado emperador. Sirva para ello de muestra los 3 Sestercios de Agripina, la nieta de Augusto y esposa de Germánico, los 2 Sestercios de Nerón Druso, hermano de Tiberio y padre de Germánico y Claudio, que se reproducen en este artículo.
THE TOP OF ROMAN COINS: THE SESTERCIO
In the three previous articles it is mentioned in several occasions a type of Roman coin, the sesterces and the front and the back of 15 of these pieces have been published, 5 of them are also incorporated in this article.
These pieces, the sesterces, provide the most complete picture of what constitutes the Roman coins. In the Greek and Hellenistic world, after Alexander the Great, the bronze or brass coins were an exception because most of the circulating asset was made by silver.
Even so, the pieces of these metals generally were of a very low weight and used in small transactions or to complete the price of goods when it was expressed in fractions of weight as it was for the sale of goods in bulk.
Only in Ptolemaic Egypt were coined large pieces of bronze with the head of Zeus on the front and an eagle in repose surrounded by the legend King Ptolemy in Greek language and characters on the back. Determining the value of the current asset of this piece in relation with the drachma or tetradachm which was the monetary Hellenistic currency, minted in silver, it is not easy because the relation among them depended on the economic conditions of the moment that influenced the relationship between the values of the bronze and the silver.
These coins of the Ptolemaic dynasty, in the same way as the original Romans As, are created with the intention of them being in circulation based on the intrinsic value of the metal in which they are minted. Thus, in the same way as the As, the bronzes of Ptolemy I have a high weight that can reach 45 g, while the last Ptolemaic coinage on behalf of the Queen Cleopatra so well known, related to Julius Caesar and Mark Antony did not exceed 15 g. At the same time, the hieratic portrait of Zeus became more human to the point of presenting a figurative head as in the coinage of the queens Berenice and the above mentioned Cleopatra, in the first century B.C.
These coins can be considered as the antecedent of the sesterces, because the last ones issued had a trust value, i.e. they had an independent and clearly superior value than the value of the metal used to build them. Depending on the author we choose to do research about these pieces of the Greek coins, they are called Hemidracmas (by assuming they are the immediate divisor of the drachma) or "big bronzes" highlighting the difficulty of expressing its value in terms related to that of the monetary unit.
Precisely this term of "big bronzes" appears associated to sesterces to make reference to them by the first authors who are in charge of the description of the Roman coinage in the dawn of the modern age. In this case, the term "big bronzes" refers basically to the size of the sesterces, which in its first period had a diameter from 3 to 3.5 centimeters and weighing approximately 30 to 25 g.
In this sense, they are clearly identifiable in relation to Dupondius and As, whose weight is less than the half of the weight of a sesterce.
The sesterces are always coined in brass, alloy in which the bronze (copper and tin) appears associated to zinc. The addition of the last one is carried out, seeking for a greater strength, for the features of the figures and of the legends depicted on the coin to last for longer time and also for the special brightness of the metal coined, particularly sparkling in the brass compared with the copper to dilute more slowly.
In this sense, it is symptomatic the similarity of the alloy used in sesterces to the one used in the coins of 10, 20 and 50 cent of Euro which are in circulation in the countries of the European Monetary Union since 2002.
For those interested in numismatic it is useful to have an estimated purchasing power of a particular currency of the past, with the currencies of our time, which we are familiar with. This is already difficult with the gold and silver coins for which at least we have an estimation of the evolution changes in the price of the precious metals, made by the authors in the history of the economy. Also it is particularly difficult for metal coinage of those called vain metals, for which the only source that can be considered are the purchase or contracts orders for the acquisition of goods or services which are usually expressed in units of account, in this case the sesterces. However, we should take into account that if we consider very long periods of time, three centuries for the sesterces, that this coin had a widespread circulation, so its value in terms of current currency can present large variations, It is normally undervalued over time, until the moment when the circulation of a piece disappears when the value of the metal plus the cost of its minting exceed the value of the coins that can be minted.
This is what happened with the currency of a peseta, the popular known as “blonde”, brass coined since 1944, until the end of the seventies, its production value exceeded the value of what could be acquired with it, what should not surprise us if we take in account that from 1944 to 1980, the purchasing value of the peseta was divided approximately by 20.
This same phenomenon took place with the sesterces at the time of Gallienus in the third century A.C. when its coinage stopped, at the time in which Antoninianus (double denarius, equivalent to 8 sesterces) lost all its silver content, and the copper represented the eighth part contained of this metal in the sesterces.
Considering all the highlighted items, we can estimate an average purchasing power of the sesterce during the period of its coinage equivalent to 50 cents of Euro, what gives us a relative identity between both pieces, since the two are the highest values of their monetary scales, they are minted in brass, and that have sizes, if we stick to the last sesterces coined, not too different.
From the artistic point of view, the sesterces are the culmination of the sculpture, namely of the low relief in the minting of coins in the antiquity. Certainly, the Greek artists had reached an extraordinary quality in the representation of figures on the coins. Nevertheless, their designs remained the same over very long periods of time and almost always the association of the figures minted between on the front and on the back of a specific name did not change during its minting period. However, over the lifetime of the sesterces in the half-century B.C. during the Roman Empire until the mid-third century A.D., the figure on the front is always associated with the reigning emperor or deified after his death, in behalf of the one it was coined, with a aim of a figurative representation of facial features similar to those expressed in statues and bas-reliefs in which the emperor or the relevant members of his family appeared.
At the same time, for each representation of the emperor on the front, which is often modified over time in the case of long reigns, we have a wide array of different backs, not just for special commemorations, as nowadays, but also for the routine issues in which the depiction of mythological gods and goddesses, numerous in the Greek and Roman world, were accompanied by the emperor's full body in various attitudes both civic and military.
If we add to above mentioned the legends that appear on these coins, usually representing the title of Emperor, which always varies, on the front, with the indication of the number of the consulate or of the tribunician power that exerted in the issue moment of currency represented on the back along with an inscription alluding the figures appearing in it, we have an extraordinary variety of different sesterces. Those facts provide the essential elements for historian to reconstruct the evolution of the Roman Empire, for the collector a field almost unlimited to exercise their affection and for people in general, who contemplate these coins in museums and in photos associated with the history books, the possibility to admire these pieces of art that, although mass-produced from hand chiseled stamps, their minting process ensures that it is nearly impossible to find two identical coins and even highly similar.
This extreme individualization of each sesterce, valid to some extent for most of the Roman coins, is completed in this case with the almost infinite variety of types of patina accumulated on the original currency over the time. Thus, we have different patinas: black, brown, green, gray, red, yellow, and any other kind of combination of these colors. The patina, apart from letting us appreciate the authenticity and lack of manipulation of the sesterces, gives them the beauty that enables to appreciate more fully the distinctive features of each figure.
To all these attractive features to collectors, sesterces also have a significant size, which allows us to appreciate their details without the necessity of using systematically magnifying instruments, and especially the abundance of them, as the number of copies for each issue is usually very high and the very large number of issues to continue over a long period. We should also add their impressive aspect and lack of benefit from their melting, what has caused that most of their copies coined have remained till today.
Unfortunately, the high number of years that sesterces were in circulation, because those coined by the emperors continued in circulation indistinctly at the same time with those of their successors, led to the fact that much of the sesterces, which nowadays are at our disposal, in many cases are in a poor state of conservation, even being able to identify them, that makes difficult to read all the legends and the representation of many of the distinctive features of their figures. Also the original patina of the coin has often been altered or removed by chemical or mechanical procedures in an attempt to identify and improve their appearance and for their marketability of pieces that, at the time of their discovery, were covered with clay and oxides that almost precluded their cataloging.
Thus, the characteristics of rarity of a certain emperor issues, rarity of the back of the coin for a particular emperor, characteristics of the patina, and degree of conservation, are what allow us to estimate the market value of a specific sesterce. The weighting of these factors for a particular type of sesterce, shall be posted in future articles, in which the pieces already reproduced and which will be displayed will be use as reference for us to become more familiar with the valuation that sesterces may have within numismatic market.
All the criteria exposed for the types issued on behalf of the Roman emperors it also applies for the issues made on behalf of relevant members of their family, specially their parents, wives and children, who often take place during the reign of the emperor. We can take as an example the 3 sesterces of Agrippina, the granddaughter of Augustus and wife of Germanicus, the 2 sesterces of Nero Drusus, Tiberius's brother and father of Germanicus and Claudius, which are reproduced in this article.
Durante el siglo III A.C. se verifica una extraordinaria trasformación de las monedas circulantes en el mundo romano llevada a cabo en forma paralela a la expansión del territorio dominado por Roma, pasando de poco más de la Italia central a comienzos de la centuria, a una parte sustancial de las riberas del Mediterráneo, comprendiendo la totalidad de Italia, el Levante español, Córcega, Cerdeña y Sicilia a finales del siglo, a la par de ejerciendo un efectivo protectorado sobre partes sustanciales del mundo helenístico europeo.
De esta manera, las necesidades del comercio pronto obligan a ir más allá de un sistema monetario basado exclusivamente en el bronce con el As y sus divisores, en los que el valor intrínseco del metal representaba expresamente el valor asignado a cada moneda. El trasporte de esta moneda, de hasta un tercio de Kilo para los Ases de comienzos de siglo, exigía, cuando se trataba de cantidades importantes, unos medios de desplazamiento que hubieran llegado a impedir la compraventa de mercancías más allá de los límites de la ciudad de Roma.
Así, juntamente con los Ases, fundidos en bronce, se continua comerciando con el oro y sobre todo con la plata, en forma de lingotes, tomados como medio de intercambio, por su valor intrínseco, sin incorporar marcas o símbolos, ya que cada comerciante se encargaba de ensayarlas, a menudo con la llamada piedra de toque que dependiendo de la ley del metal producía con el roce con el lingote, un efecto diferente. Estos procedimientos que se inician en Grecia, pasan como tantas otras cosas a Roma y, de ahí se extienden a Asía y al resto de Europa, pudiendo encontrarnos en el siglo XVIII en China, lingotes y monedas de plata ensayadas por mercaderes locales que señalaban con sus propias marcas o punzones, símbolos acreditativos de las características del metal y la autenticidad de la proporción de plata en la aleación. Esta práctica llega hasta el siglo XIX en Europa, pudiendo encontrarnos con moneda de plata de esta época con características evidentes de haber sido ensayadas por este procedimiento, para comprobar su autenticidad a través de la verificación de su ley, siempre dada a conocer por el Estado que emite una determinada moneda.
En la misma manera que había sucedido con el circulante de bronce, también el oro y la plata pasan a ser acuñados como sistema de posibilitar su intercambio en unidades de peso reducido, así como de verificar su autenticidad a partir de la identificación de las figuras incluidas en el anverso y reverso de las monedas. También la oportunidad de mostrar símbolos característicos de la autoridad a nombre la la cual se emite la moneda y figuras o hechos directamente relacionados con esta autoridad, no pasa desapercibida a las Casa de Moneda que emiten en nombre de Roma, iniciándose de esta manera una tradición que se mantendrá inalterada hasta nuestros días.
Antes del siglo III A.C y durante y durante la primera parte de éste, ya la plata y el oro acuñado eran utilizados en la órbita de Roma, aunque sin emisiones propias, en base a utilizar los Dracmas Didracmas y Tetradracmas propios del mundo griego y, posteriormente a Alejandro, helenístico. Sin embargo, a mediados del siglo III A.C. y singularmente tras el triunfo de Roma sobre Cartago en la I Guerra Púnica aunque se mantienen estas denominaciones, ya comienza a emitirse la moneda de plata a nombre de Roma, figurando este nombre en caracteres itálicos en reverso de las monedas. Las primeras monedas en las que aparece esta leyenda son Didracmas con 8 gramos y ley aproximada de 900 milésimas con cabeza con casco en anverso y leyenda ROMA acompañada de caballo alado ( Pegaso ) en el reverso y Didracmas, llamados en el lenguaje de calle Cuadrigatus en los que aparece en el anverso la doble cabeza Jano mirando a izquierda y derecha, idéntica a la representada en los Ases de bronce, y en el reverso, una cuadriga conducida por la figura alada de la Victoria transportando a Júpiter, apareciendo igualmente en el reverso la leyenda aludida de ROMA en caracteres itálicos.
Esta representación de una cuadriga pervivirá en la moneda romana hasta la época de Diocleciano a finales del siglo III D.C. cuando el declive del Imperio ya comenzaba a evidenciarse. Esta representación de la cuadriga o carro de guerra, como símbolo del triunfo y poder de Roma, no es privativa de las monedas de oro y plata, sino que llega a extenderse a las monedas de bronce. Así en el artículo anterior podemos contemplar esta representación en las dos últimas monedas reproducidas, dos sestercios de Tiberio en las que en el anverso aparece la mencionada cuadriga. Claro es que como símbolo de los nuevos tiempos, la figura de Júpiter pasa a ser sustituida por la figura del emperador reinante, con objeto de que los utilizadores de la moneda tendieran a identificar la representación de la figura de la autoridad que la emitió, con la figura central de la mitología griega, Zeus o su trasunto romano, Júpiter.
Este medio de difusión de la imagen del poder con propósito de propaganda resultaba particularmente efectivo en un mundo en el que no existían otros medios de comunicación social propios del mundo actual como prensa, radio, televisión o Internet, a través de los cuales se trasmite a los ciudadanos mensajes de este tipo, cuyo vehículo ideal en otros tiempos eran las monedas que eran manejadas y comprendidas por una población que en su mayoría no sabía ni leer ni escribir.
La época preimperial desde el siglo II A.C. hasta el tiempo de Augusto al filo entre el siglo I A.C y el I D.C es predominantemente la época del Denario, pieza que con un peso aproximado de 4 gramos sustituye al Dracma, siendo acuñado en la ciudad de Roma en plata con una ley de 900 milésimas que con ligeras variantes, será la ley de la mayoría de las monedas acuñadas en metales preciosos hasta bien entrado el siglo XX y que será identificada en el lenguaje de joyería con el termino usual de plata de ley.
El Denario omnipresente en la literatura y documentos de la época y que hasta el Evangelio menciona en repetidas ocasiones, será la moneda más extensamente acuñada de la historia y con un ámbito de utilización más amplio como demuestran sus hallazgos frecuentes, incluso en nuestro tiempo, no solamente en Europa sino también en numerosas zonas de África y Asia. Su popularidad y pervivencia de uso fue tal que diez siglos después de la caída del Imperio Romano de Occidente en el que se generaliza la emisión en Europa de moneda gruesa de plata, continuaba utilizándose como sinónimo de moneda de buena ley que era empleada aun como circulante, expresándose su valor en un número determinado de unidades de cuenta, como pudieran ser el Maravedí, castellano el Ardite aragonés o el Pfenig alemán. Desde su creación hasta los tiempos modernos, el Denario desempeñará un papel de moneda universalmente aceptada, como llegó a ser posteriormente el Peso español o pieza de ocho reales de plata en los siglos XVII y XVIII o el Dólar en los siglos XIX y XX.
Continuando en la tradición grecorromana de estructurar los sistemas monetarios para facilidad de cambio, en piezas tales que cada una represente el duplo de la pieza de valor inferior, un Denario de plata se cambiaba por dos Quinarios de plata y cada Quinario por dos Sextercios, equivaliendo por tanto el Denario a 4 Sextercios, cambiándose de esta manera por 16 Ases. A diferencia del mundo griego, Roma no emite múltiplos en plata de Denario, salvo el Antoniano ( doble Denario ) acuñado desde Caracalla a Diocleciano, al menos en la zona occidental del Imperio, aunque en la zona oriental, particularmente en Alejandría, continúan emitiéndose Tetradracmas con características iniciales similares a los de Alejandro, si bien con representaciones de los rostros de los emperadores en sustitución de los bustos idealizados de Hércules revestido de piel de lobo. El papel de múltiplos del Denario es asumido por la emisión de monedas de oro que llegan a alcanzar una difusión mucho mayor que las emisiones de Estáteras griegas iniciadas en la Grecia clásica y mantenidas en la helenística.
Así, la moneda de oro, propia de numerario romano será el Áureo ( denominación genérica del metal en el que está acuñada ) con un peso próximo a los 6 gramos que sólo empieza a acuñarse a partir del tiempo de Pompeyo, bien entrado el siglo I A.C. continuado por Cesar y los diferentes triunviros y sus generales en la época denominada en la terminología anglosajona “imperatorial” y en términos castellanos, preimperial, llegando a la época de Augusto y manteniéndose con la misma denominación, peso y ley semejantes, a diferencia del Denario, hasta el reinado de Diocleciano a finales del siglo III D.C, siendo reemplazado durante el imperio de Constantino y sus sucesores, por el Sólido que continuará acuñándose por la práctica totalidad de los titulares de Imperio Romano de Oriente hasta la caída de Constantinopla en la década central del siglo XV. Siguiendo la equivalencia ya presente en cierta medida en la Grecia clásica de 1 a 16 en cuanto a la relación del valor de la plata al del oro, el Áureo se sitúa en términos generales en 25 Denarios, al tener cada uno 6 gramos frente a los 4 gramos de los denarios republicanos mantenidos durante el reinado de Augusto. En general a diferencia del Denario, el Áureo mantiene su peso y ley a lo largo de 4 siglos, mientras que el denario va decreciendo su peso y ley desde Augusto a sus últimas emisiones en época de Aureliano, a mediados del siglo III C,D.
Lógicamente este hecho fue determinando una pérdida del valor del Denario frente al Áureo a lo largo del tiempo, mientras que la valoración de este último en términos de moneda de cuenta acuñada como Ases o Sestercios permaneció sensiblemente equilibrada durante toda la época de su acuñación, llegando a desempeñar el Denario un papel similar a la llamada moneda de vellón en el tiempo de los Austrias españoles en el siglo XVII, en el que las continuas devaluaciones del las monedas circulantes de vellón ( cobre recubierto por ligera capa de plata ) o bronce respecto a la moneda de cuenta ( Maravedí ) representaron una apreciación paralela del circulante en plata ( Reales ) y oro ( Escudos ) que en cada devaluación pasaban a tener un valor superior en Maravedís, moneda en la que se estipulaban la mayor parte de los contratos menores en forma similar a lo acaecido en Roma para este tipo de contratos expresados en Sestercios o en Ases como moneda de cuenta mientras que los de mayor cuantía quedaban expresados en Áureos o piezas de oro, según la terminología usual romana.
De esta manera queda completada una semblanza general del universo monetario romano antes de introducirnos en el fascinante mundo del Sestercio del que queda nuevamente como muestra reproducida en este artículo, un ejemplar de Tiberio y cuatro de Calígula, el emperador enloquecido de el que tanto hemos oído hablar desde la niñez .
GOLD AND SILVER ARE MINTED IN ROME
During the third century B.C. a remarkable transformation of the circulating coins takes place in the Roman world held in parallel with the expansion of the territory controlled by Rome, from just over central Italy at the beginning of the century, a substantial part of the shores of the Mediterranean, comprising the whole of Italy, the east of Spain, Corsica, Sardinia and Sicily at the end of the century, as well as with exercising a effective protectorate in substantial parts of the Hellenistic world in Europe.
Thus, rapidly business needs forced to go beyond a monetary system based just on the bronze with the as and its dividers, in which the intrinsic value of this metal specifically represented the value assigned to each coin. The transportation of the currency, up to one third of kilogram for the as at the beginning of the century, required when substantial quantities, means of movement that had come to prevent the sale of goods beyond the city limits of Rome.
Thus, together with the As, casted in bronze, they continue the trading with gold and especially with silver in ingot form, taken as a way of exchange, for its intrinsic value, without adding marks or symbols, because each trader was responsible for assaying them, they made normally with the so-called touchstone, depending on the purity of the metal by the contact with the ingot, a different effect. These procedures that are initiated in Greece, like many other things go to Rome and from there they spread to Asia and to the rest of Europe, we may find in the eighteenth century in China, silver coins and ingots assayed by local merchants who used their own marks or hallmarks, making symbols proving the characteristics of the metal and the authenticity of the proportion of silver in the alloy. This practice continues until the nineteenth century in Europe, we may find silver coins of this period with obvious features of having been assayed with this procedure for verifying its authenticity by checking its purity, given by the state which emits a particular currency.
In the same way as it had happened with the current asset of bronze, also with gold and silver are coined as a system that allows its exchange in a weight-reduced way, and also their authenticity to be verify by the identification of the figures included on the front and on the back of the coins. Also the chance to show characteristic symbols of the authority’s name which issues the currency and figures or events directly related to this authority, it does not go unnoticed by the Mint that issued in the name of Rome, thus the beginning of this tradition that will remain unchanged until today.
Before the third century B.C. and during the first part of it, the minted silver and gold were used in the orbit of Rome, although without their own emissions, based on using Greek Drachmas, Didrachmas and Tetradrachms of the Greek world and after Alejandro, Hellenistic. However, in mid-third century B.C. and particularly after the victory of Rome over Carthage in the first Punic War, though those names remain the same, they start to issued silver coins in the name of Rome, this name appears in italics on the back of the currency. The first coins with this legend are seen in the Didrachmas of 8 grams and of approximately 900 mil-head, with the head with helmet in the front and the legend ROMA accompanied by winged horse (Pegasus) on the back, they were called in the street language Cuadrigati which features the double Janus head looking left and right on the front, identical to that shown in the As of bronze, and in the back, a quadriga (four-horse chariot) driven by the winged figure of Victory carrying Jupiter, also appearing on the back the legend ROME in italics aforementioned.
This representation of a quadriga in the Roman coin will remain until the time of Diocletian at the end of the third century A.D. when the decline of the empire was already starting to become evident. This representation of the quadriga or war chariot as a symbol of triumph and power of Rome is not exclusive of the gold and silver coins, but it is also use in the bronze coins. So in the previous article we can see this representation in the last two coins shown, in the two sesterces of Tiberius we can see the above mentioned chariot. It is clear that as a sign of new times, the figure of Jupiter is replaced by the figure of the reigning emperor, with the purpose of the users of the currency would identify the representation of the figure of authority that issued it, with central figure of the Greek mythology, Zeus or its ffaithful representation Roman Jupiter.
This way of spreading the image of power for purposes of propaganda was particularly effective in a world in which there were no other social media present in nowadays world as press, radio, television or Internet, used to transmit such messages to the citizens, whose vehicle at other times were the coins that were handled and understood by a population who mostly could not read or write.
The pre-imperial period from the second century B.C. to the time of Augustus at the edge between the first century B.C. and the first A.D. is predominantly the period of the denarius, a piece weighing about 4 grams replaced the drachma, being coined in the city of Roma in silver at a grade of 900 milliseconds with slight variations, it will be the purity of most of the coins minted in precious metals until the advanced twentieth century and it will be identified in the language of jewelry with the usual term of marked silver.
The denarius, ubiquitous in the literature and documents of that period and even mentioned the Gospel in several times, will be the most widely coin minted in history and a wider field of use as evidenced by its frequent findings, even in our time, not only in Europe but also in many parts of Africa and Asia. His popularity and persistence of use was such that ten centuries after the fall of Western Roman Empire in which the issue of thick silver coins is widespread in Europe, it continued to be used as a synonym for currency of good purity that was still used as current asset, expressing its value in a number of units of account, like the Castilian Maravedí, or the Aragonese Ardite or the German Pfenig. From its creation untill modern times, the denarius coin play a role universally accepted, as it became the Spanish peso later on or piece of eight Reals of silver in the seventeenth and eighteenth centuries or the dollar in the nineteenth and twentieth centuries.
Continuing in the Greco-Roman tradition of structuring monetary systems for making the change easier, they coined pieces in a way that each one represents the double of the lower value piece, a silver denarius was changed by two silver Quinarius and every Quinario by two Sesterces, therefore the Denarius was equivalent to 4 Sesterces, in this way you could change them for 16 as. Unlike the Greek world, Rome does not issue multiples in silver of Denarius, apart from the Antoniano (double denarius) coined Caracalla to Diocletian, at least in the western empire, although in the east, particularly in Alexandria, they continue to issued Tetradrachmas with similar initial characteristics to those of Alexander, but with representations of the faces of the emperors to instead of the idealized busts of Hercules covered with wolf's skin. The role of the multiples of the Denarius is assumed by issuing gold coins that can reach a much larger spreading than Greek Stater emissions started in ancient Greece and kept in the Hellenistic period.
Thus, the gold coin, typical of Roman coinage is the Aureus (generic name for the metal in which it is coined) weighing close to 6 grams which only begins to be coined from the time of Pompey, well into the first century B.C., continued by Cesar and by different triumvirs and their generals, called at that time in the Anglo-Saxon terminology "imperatorial" and in Spanish terms, “pre-imperial”, reaching the era of Augustus and maintaining the same name, weight and similar purity, unlike Denarius, until the reign of Diocletian in the late third century A.D., which was replaced during the reign of Constantine and his successors by the Solidus, continuing minted by nearly all of the holders of the Eastern Roman Empire until the fall of Constantinople in the central decade of the fifteenth century. Following this equivalence and to some extent present in ancient Greece from 1 to 16 regarding the relationship of the value of silver to gold, the Aureus is generally situated at 25 Denarius, having 6 grams each compared to the 4 grams of Republican Denarius held during the reign of Augustus. Overall unlike the Denarius, the Aureus maintains its weight and fineness over 4 centuries, while the Denarius is decreasing its weight and fineness from Augustus to his latest issued in time of Aurelian, in the mid-third century A.D.
Logically, this fact determined a lost of the Denarius value compared with the Aurius over the time, while the valuation of the last one in terms of currency as As or Sesterces remained substantially balanced during the whole period of its coinage, reaching Denario to play a role similar to the so-called billon coins at the time of the Spanish Habsburgs in the seventeenth century, in which the continuous devaluation of the currencies circulating of billon (copper cover by thin layer of silver) or bronze regarding the currency (Maravedí) represented a parallel assessment of current asset in silver (Real) and gold (Escudo) so in each devaluation went to have a higher value in Maravedí, the currency in which is set most of the minor contracts, similarly to what happened in Rome for this type of contracts denominated in Sesterces or As, as currency while those of highest amount were expressed in Aureus or in gold pieces, as the usual Roman terminology.
Thus, with this is completed a general description of the Roman monetary universe before enter into the fascinating world of the sesterces which is again reproduced as we can see in this article, a copy of Tiberius and four of Caligula, the mad emperor of who we have heard since childhood.
Durante todo el periodo de existencia de la moneda metálica, desde el siglo VI A.C en Lidia ( Asia Menor) hasta nuestros días ha sido una constante el mostrar en el anverso de las monedas, lo que en lenguaje popular conocemos como “cara”, la imagen de la máxima autoridad del Estado que la he emitido en los casos en que ésta puede ser personificada en un hombre o mujer concreta como es el caso de emperadores , reyes , príncipes , duques , etc, mientras que cuando ésta no puede ser encarnada en una persona determinada , sino que es asumida por un Cuerpo representativo, como es el caso de las repúblicas, ciudades libres o confederaciones de Estados , esta imagen es tomada de representaciones alegóricas de la nación como el símbolo de la libertad ( normalmente una figura femenina) o el escudo de armas del Estado o ciudad que emite la moneda.
Estas dos alternativas de representación de la “cara” de la moneda ya se manifiestan con claridad en la moneda griega en la que la representación de personas concretas, solo comienza a partir del siglo III A.C. Anteriormente, sólo símbolos de una ciudad o confederación de ciudades están presentes, de ordinario a través de escenas mitológicas o figuras de la deidades protectoras de cada una. Es a partir del siglo III A.C cuando la figura de Alejandro de Macedonia se hace omnipresente en forma de cabeza idealizada evocando a Hércules, no sólo en las monedas emitidas en territorios primigeniamente griegos, como Macedonia, Tracia y Jonia, sino también en todo el mundo helenístico desde Siria y Egipto hasta Persia y Bactria.
Esta cabeza, idealizada, de Alejandro irá siendo progresivamente sustituida por la de los distintos monarcas de las dinastías que se sucedan en los diferentes territorios en que queda dividido el Imperio tanto en Europa como en Asía. Toda esta tradición de representación figurativa del mundo griego será recogida, fijada y sistematizada en la moneda romana cuya evolución va a situarse desde el siglo III A.C hasta el siglo V D.C,
comprendiendo inicialmente la moneda republicana anterior a Augusto basada principalmente en la moneda de plata, siguiendo la tradición helenística, y posteriormente la moneda imperial en la que la plata se va progresivamente sustituyendo en la circulación diaria por la moneda de bronce y particualermente de latón.
Como podemos fácilmente suponer, la moneda republicana nos muestra representaciones alegóricas, en este caso símbolos de las familias en nombre de las cuales se emite la moneda, mientras que la moneda imperial aunque con los dos primeros emperadores mantiene aún un respeto a la tradición de la Republica que vedaba la presencia del retrato figurativo de autoridades, con una presencia escasa en la moneda de bronce y latón de Augusto y Tiberio, a partir de Calígula la figura del emperador o de miembros distinguidos de su familia se hará omnipresente en este tipo de circulante, así como también en la moneda de plata y oro, en la que el uso del busto del emperador es ya una constante desde los tiempos de Augusto.
A diferencia de la moneda griega basa fundamentalmente en la plata obtenida a través del activo comercio mantenido por las polis a lo largo y ancho del Mediterráneo, el mundo romano parte de una mayor austeridad en el circulante, dadas las dificultades de aprovisionamiento de metales preciosos, presente en los primeros tiempos de la República cuya autoridad a comienzos del siglo IIIA.C sólo a duras penas se extendía más alla de la región del Lazio en la Italia central.
Así, el sistema monetario romano anterior al siglo III A.C se basa en la utilización de los metales, básicamente el bronce, como instrumento de intercambio con una valoración del mismo, como el de cualquier otra mercancía, en función de su valor intrínseco, ya que los signos monetarios podían ser fundidos y utilizados para la forja de utensilios metálicos con una utilidad real en su manejo.
Sin embargo a lo largo del siglo III A.C. a medida que se va fortaleciendo la autoridad la República que tras las victorias sucesivas sobre los galos cisalpinos, Pirro y Anibal, se va extendiendo no sólo sobre Italia sino también sobre el mundo mediterráneo, tiene lugar un fenómeno que va repetirse sistemáticamente en todas las civilizaciones posteriores. La moneda pierde valor intrínseco, es decir que expresado en términos actuales, se devalúa, al propio tiempo que la autoridad del Estado impone su curso forzoso para asegurar por una parte el comercio y por otra la obtención de recursos para el Estado en función de su papel de emisor de la moneda, proceso en el cual el valor asignado al producto final, es decir la moneda, es muy superior al valor de la materia prima, es decir el metal, y al de los costes de producción en el proceso de fabricación de la moneda.
La separación del valor intrínseco del valor circulante de la moneda, exigió que la autoridad emisora, en el caso de la república y aún en el Alto Imperio, termino por el que se conoce al anterior a Diocleciano a finales del siglo III D.C, el Senado modelaba en el anverso y reverso de las monedas representaciones tan detalladas como fuera posible que dificultaran su reproducción a potenciales falsificadores y al mismo tiempo actuaran como un símbolo de la existencia de la autoridad del Estado a través de la presencia de sus símbolos en la vida diaria de sus ciudadanos, obligando a la visualización de estos símbolos en su quehacer cuotidiano a través de la adquisición ordinaria de bienes y servicios.
Antes del siglo III A .C la unidad de peso en Roma era el As con una masa equivalente a unos 360 gramos. Es en estos momentos cuando los lingotes de bronce inicialmente sin marca oficial alguna y después con marca oficial, pasan a ser sustituidos por auténticas monedas con forma lenticular en las cuales figuran siempre el símbolo del Estado, con doble cabeza de Jano, mirando a izquierda y derecha en el anverso y proa de nave en el reverso, con el número romano I arriba y la leyenda ROMA debajo de ella.
Estas monedas, dado su enorme peso, dimensiones ( unos 10 cms de diámetro y 1 cms de espesor), no podían ser, en modo alguno, acuñadas por el procedimiento griego de construcción de cuños con la figura incusa que eran posteriormente martilleados sobre los discos de metal, sino que tenían necesariamente que ser fundidas a partir de unos moldes de metal configurado en arcilla sobre los que se vería la aleación fundida, primero con el anverso y luego con el reverso, que posteriormente se soldaban a martillo.
Este procedimiento impedía, claro está, que los rasgos de las figuras quedaran delimitados con claridad por lo que se facilitaba la labor de los falsificadores, si bien inicialmente el problema no era excesivo ya que la moneda circulaba por su valor intrínseco, aunque ya a lo largo del siglo III A.C las monedas pasan progresivamente a ser acuñadas con lo que los rasgos de las figuras pasan a ser más acusados por lo que la identificación de las falsificaciones pasan a ser más pausible. Es claro que ésto es cada vez más imprescindible a irse alejando el valor circulante de los Ases, de su valor intrínseco.
Como submúltiplo de los Ases, se funden a lo largo de este periodo, Semis con un peso de 180 gramos y valor de la mitad del As con cabeza de Saturno identificados con una S, Triens con un peso de 120 gramos y valor de un tercio de As con cabeza de Minerva identificados por cuatro puntos, Cuadrans con 90 gramos de peso y valor de un cuarto de As con cabeza de Hércules identificados por tres puntos, Sextans con peso de 60 gramos y cabeza de Mercurio, con valor de un sexto de As, identificados por dos puntos y Uncia con un peso de 30 gramos con cabeza de Bellona, con valor de un doceavo de As identificada por un punto.
Los primeros Ases acuñados datan de mediados del siglo III A.D ya con un peso de 30 gramos, es decir casi la décima parte de su peso a comienzos del siglo. En la época de Augusto en el siglo I A.C el As, ya siempre acuñado, se estabilizó en su peso de 10 gramos que prácticamente se mantiene aún con un ligero declive hasta la epoca que deja de ser emitido ya en tiempos de Aureliano en el siglo III D.C
Como múltiplos del As se emiten al declinar el valor de éste, Duopondios con valor de dos Ases, Sextercios ya en tiempo de Augusto e incluso dobles Sextercios, si bien en forma esporádica, en tiempos de Trajano Decio y Póstumo ya en el siglo III D.C. Precisamente los sextercios emitidos a lo largo de casi tres siglos a nombre de todos los emperadores y familiares relevantes, de Augusto a Diocleciano, conocidos también como grandes bronces, por su peso ( de 30 a 20 gramos) y tamaño ( de 4 a 2 centímetros de diámetro) constituyen el culmen de numismática romana y es a ellos a los que dedicaremos los próximos artículos. Como muestra de éstos, añadimos a la reproducción de los 5 sextercios de Augusto publicados en el artículo anterior, otros 5 sextercios acuñados todos ellos en el reinado de Tiberio, hijo adoptivo y sucesor de Augusto.
THE BIRTH OF THE ROMAN COIN
During the entire period of existence of metallic coins, from the sixth century B.C. in Lydia (Asia Minor) to the present day, it has been a constant to display in the front of the coins, what we know in popular language as "face", the image of the highest authority of the state who have issued it, in those cases when it can be embodied by a specific man or woman as in the case of emperors, kings, princes, dukes, etc., whereas when it can not be embodied by a particular person, but it is assumed by a representative body, as in the case of the republics, free cities or confederations of states, this picture is assumed by allegorical representations of the nation as the symbol of freedom (usually a female figure) or the coat of arms of the state or city that issues the coin.
These two alternative representations of the "face" of the currency are clearly displayed in the Greek currency in which the representation of real people just begins in the third century B.C. Before then, there are only symbols of a city or of the confederation of cities are present in them, normally represented by mythological scenes or figures of deities, guardians of each place. It is in the third century B.C. when the figure of Alexander of Macedonia is ubiquitous as idealized head evoking Hercules, not only on coins minted in originally Greek encompassed territories such as Macedonia, Thrace and Ionia, but also in the whole Hellenistic world from Syria and Egypt to Persia and Bactria.
This idealized Alexander’s head will be progressively replaced by the one of various kings of the dynasties which follows him of the different territories in which the Empire was divided in, both in Europe and in Asia. All this tradition of figurative representation of the Greek world will be collected, fixed and systematized in the Roman currency whose evolution will be placed from the third century B.C. to the fifth century A.D.
Initially there was the Republican currency before Augustus based primarily on the silver coin, following by the Hellenistic tradition, and afterwards the imperial currency in which the silver is gradually replacing the daily circulation by the coin of bronze and in particular of brass.
As we can easily guess, the Republican coin shows allegorical representations, in this case symbols of the families on behalf of who the currency is issued, while the imperial currency even with the first two emperors still maintains a respect for the tradition of the Republic, which forbade the presence of the figurative portrait of the authorities, with a little presence of Augustus and Tiberius in the brass and bronze coins. After the emperor Caligula, the figure of the emperor or of the distinguished members of his family will be omnipresent in this type of currency, as well as in the silver and gold currency, in which the use of the bust of the emperor is already a constant since the time of Augustus.
Unlike the Greek coin based primarily on silver obtained through the active trading made between the polis and throughout the Mediterranean, the Roman world suffered a larger austerity in the currency at the beginning, due to the difficulties in the precious metals supply, present in the early days of the Republic whose authority, at the beginning of the third century A.C., only barely extended beyond the region of Lazio in central Italy.
Thus, the Roman monetary system before the third century B.C. is based on the use of metals, mainly bronze, as an instrument of exchange with a valuation of it, like any other merchandise, according to their intrinsic value, as monetary signs could be melted and used to forge metal tools with real utility in their management.
However during the third century B.C. as the authority is strengthening the Republic after successive victories over the Cisalpine Gauls, Pyrrhus and Hannibal, it is spreading not only in Italy but also in the Mediterranean world, a phenomenon takes place which is going to be consistently repeated in all subsequent civilizations. The currency lost its intrinsic value, i.e. expressed in current terms, it is devalued at the same time as the State's authority impose its legal tender on one hand to ensure trading and on the other to obtain resources for the State according to its issuing currency role, a process in which the value assigned to the final product, i.e. the currency is much higher than the value of the raw material, i.e. metal, and than the cost of production in the manufacturing process currency.
The separation of the intrinsic value from the current asset value of the currency, demanded that the issuing authority, in the case of the Republic and even in the Early Empire, the term for which is known the predecessor of Diocletian in the late third century A.D., the Senate modeled representations on the front and on the back of the coin as detailed as possible to make potential counterfeiters more difficult to copy them and at the same time was the symbol of the existence of the state authority thanks to the presence of its symbols in everyday life of their citizens, forcing them to see these symbols in their everyday routine through the regular acquisition of goods and services.
Before the third century B.C., the weight unit in Rome was the As with a mass equivalent of about 360 grams. It is in this time when the ingots of bronze, which initially did not have any official mark and then with the official mark, are replaced by a lenticular authentic coins in which there always are the symbol of the state, with a double head of Janus, looking left and right on the front and a ship’s prow on the back, with the Roman number I above it and the legend ROME underneath.
These coins, due to its huge weight, dimensions (about 10 cm. of diameter and 1 cm. thick) could not be in any way, coined by the Greek procedure of creating stamps with the figure carved (in incuso) which then were hammered on metal discs, but they were necessary to be cast from metal molds set in clay on which the molten alloy would be, first with the front and then with the back, which then were welded with a hammer.
Obviously, this procedure prevented that the features of the figures were clearly defined, facilitating the work of counterfeiters, although initially this problem was not usual because of the intrinsic value of the circulating currency, while throughout the third century B.C. coins started gradually to be minted so the features of the figures become more pronounced therefore the identification of fakes become more plausible. Clearly this is becoming more imperative when the current value of the As change from its intrinsic value.
As a submultiple of the As, they melt along this period Semis weighing 180 grams and costing one-half of an As, with the head of Saturn and identified with an S, Triens weighing 120 grams and with a value of one third of an As, with the head of Minerva and identified by four points, Quadrans with 90 grams of weight and with a value of a quarter of an As, with the head of Hercules and identified by three points, Sextans weighing 60 grams and identified by two points and Uncia weighing 30 grams with the head of Bellona, worth one-twelfth of an As and identified by a point.
The first As coined date from mid-third century B.C. and weighing 30 grams, i.e. almost a tenth of its weight at the beginning of the century. At the time of Augustus in the first century B.C. the As, continually coined, stabilized at a weight of 10 grams and it practically remains even with a slight decline until the time it ceases to be issued in the time of Aurelian in the third century A.C. As the decline of the As, Dupondius are issued as the multiples of the As, they worth two as, in time of Augustus sesterces are issued and even double sesterces, although sporadically, in times of Trajan Decius and Posthumous in the third century A.C. Specifically, the sesterces issued during nearly three centuries in the name of all the emperors and relevant relatives of Augustus to Diocletian, known also as large bronzes, because their weight (30 to 20 grams) and size (4 to 2 cm of diameter) are the pinnacle of Roman coins and we will talk about them in the next articles. As an example of these, we add to the reproduction of the 5 sesterces of Augustus published in the previous article, 5 sesterces more coined in the reign of Tiberius, the adopted son and successor of Augustus.
Ahora que se avecina el otoño y se empieza a revelar nuestro deseo de ver árboles perdiendo clorofila y ganando colores rojizos, no hay nada mejor que girar la memoria hacia un país como Canadá, donde los arces se transformarán en gloriosos mantos de hojas de fuego, puntuales, a partir del jueves 23 de septiembre de 2010, cuando, según el convenio astronómico, comenzará el otoño en el hemisferio norte.
Pero este país americano no sólo ha de recordarnos el esplendor de los arces o el sirope, carísimo, que se elabora con su savia.
Si alguien me dice Canadá, me traslado a las historias que pare el frío que allí habita, por encima del paralelo 45. Historias con forma de barroca novela de urbanitas ateridos, desastrados con afán de éxito en el mundo de la restauración, tentados por figuras demoníacas, rodeados de extraños amigos como menores de edad alcoholizados, gatos despeluchados y libros con recetas para hacer jabón con esencia de limón.
Este inolvidable universo del que os hablo lo creó Yves Beauchemin en su obra Gatuperios (Alianza Editorial, 1989) (Le Matou, en el original en francés de Quebec) que sólo he podido encontrar en Bibliotecas Públicas. Es una joya que en su día fue traducida al español por María Teresa Gallego Urrutia (Premio Nacional a la Obra de un Traductor (Ministerio de Cultura) 2008) en colaboración con María Isabel Reverte Cejudo. Una buena traducción marca la diferencia.
Otra historia hija de las nevadas canadienses es la contenida en ese pozo de infancia oscura, en el que los adultos no son capaces de intuir más que sombras, contado por Margaret Atwood (Príncipe de Asturias de las Letras 2008) en su libro Ojo de gato (Ediciones B, 2002).
Ojo de gato sabe a hielo sucio, a colección de canicas celosamente custodiada, a sangre que nos hacía la gravilla en las rodillas al aprender a ir en bicicleta, a la sangre que se nos podía llegar a quemar, lentamente, por el influjo de todas las amistades infantiles con las que nos hemos hecho daño. Las distintas capas, tiempos y sensaciones volcadas en la narración, el descubrimiento de los velos del pasado infantil, como cataratas, el sabor en la lengua de una atmósfera de maldad infantil, son algunas de las bazas de Margaret Atwood, capaz de describir lo secreto, lo que pensamos que sólo nosotras mismas habíamos vivido, sin el amparo de los adultos.
Alice Munro, también canadiense, tiene otros poderes distintos a los de Margaret Atwood. Sus relatos breves suelen tratar de las relaciones entre miembros de familias, vecinos de pequeñas ciudades canadienses, suelen ser relatos sobre momentos de epifanía en la vida de una mujer, pero sin olvidar nunca la red que se teje alrededor y dentro de cada existencia.
Su escritura es sencilla, no como la de Yves Beauchemin, con recovecos y vértigo urbano, no como la de Margaret Atwood, onírica a veces, con detalles de arenisca en el ojo, de entraña, de sensación. Su superpoder radica en la impronta que dejan sus historias que, con el paso del tiempo van ganando cuerpo en la memoria y se recuerdan motivos, el lector regurgita escenas pasados los años, y se recuperan imágenes. Me ha ocurrido esto con el primero de los relatos de Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio (RBA, 2009), y con la historia de la bibliotecaria del libro de cuentos cortos Secretos a voces (RBA, 2008).
No es posible hablar de Canadá sin recomendar la lectura voraz de las trilogías de Robertson Davies, que descanse en paz, publicadas en España por la editorial Libros del Asteroide: la Trilogía Deptford, mi favorita, integrada por: El quinto en discordia, Mantícora y El mundo de los prodigios ; y la Trilogía Cornish: Ángeles rebeldes, Lo que arraiga en el hueso y La lira de Orfeo.
Robertson Davies derrochó durante su vida un talento desmesurado. Sus obra es una obra maestra llena de inteligente crítica social, de conocimientos sobre lo divino y lo humano. En su afán por desentrañar el porqué de la vida de sus personajes, patentó, de algún modo, un método peculiar para lograrlo y, así, iluminarnos. Además, lucía una perfecta barba blanca.
El otoño de este año 2010 durará 89 días y 20 horas. Aprovechémoslas acercándonos a la savia literaria de estos cuatro canadienses y magníficos contadores de historias: Beauchemin, Atwood, Munro y Davies.
Que ustedes los disfruten.
A. C. L.
Alfa Romeo Spyder 2.0
Este fue el primer coche semiclásico que adquirí como fruto de una casualidad, ya que el mismo día que me entregaron un Alfa Romeo 75 Twin Spark 2.0 que yo iba a utilizar como vehículo familiar, estaban explicando a otro comprador las características de un Alfa Romeo Spyder 2.0 rojo, que se me quedó grabado en mi retina, y sobre cuyo propietario sentí una envidia sana monumental, ya que por un momento me olvide de mis hijos y solo pensé en poseerlo, lo cual, por motivos obvios era imposible.
Pues bien, resultó que a la hora de hacer la primera revisión y siguientes, volví a coincidir en el concesionario con el dueño del Spyder, y mis mas bajos instintos seguían vivos sobre aquel coche tan bonito.
Lo cierto es que una de las ocasiones vi que el dueño ya no conducía el Alfa sino que lo llevaba su hija, y empezaron a aparecer algunos rayones. Que pena, le comenté a Solera, encargado de chapa de TEXAUTO, con lo impecable que siempre ha estado este coche, a lo que me contesto, que el dueño ya no lo sacaba mucho y se encargaba su hija, pero al ser profesora en un Instituto, a veces, los alumnos le jugaban malas pasadas en forma de arañazos.
Pues bien, en una de estas visitas al concesionario, volví a encontrar a mi deseado Spyder, y como de costumbre pregunté a Solera, que de revisión. No, me contesto, lo estoy repasando para venderlo, ya que no lo usan y han decidido deshacerse de el.
Como os podéis imaginar la adrenalina se me salía por los poros, Solera, le dije, dame la dirección y teléfono del dueño que me lo quedo yo, no hace falta, me dijo, me ha dejado la transferencia firmada y me ha encargado a mi de su venta. Donde hay que firmar le dije, pero no quieres saber el precio y el estado, me contesto, pues me es indiferente, este es mi coche, de hecho lo lleva siendo muchos años en que lo sigo con paciencia sin poder hacerme con el, y ese momento ha llegado.
Es evidente que llegamos rápidamente a un acuerdo y una tarde nos acercamos a recogerlo, y dar el primer paseo descapotados, y creerme, la sensación fue tan grata que ni me entere del endemoniado tráfico de Madrid.
Este coche nos ha dado muchas satisfacciones, y lo hemos usado en numerosas concentraciones de vehículos clásicos, en las que han tratado de comprármelo en varias ocasiones, pero no se vende, es uno de mis juguetes favoritos.
En cuanto a características técnicas, indicar que este modelo es de la cuarta y última generación de Alfa Romeo Spyder que se fabrico a lo largo de 27 años, y que siempre será conocido, entre otras cosas, por su aparición en la película “El Graduado”, junto a la canción Miss Robinson de Simon and Garfunkel.
Esta cuarta generación dispone de un motor de 2000cc que le permitía obtener 132CV y que además, en el modelo correspondiente a 1991 fue dotado como novedad de catalizador. La culata y bloque son de aleación ligera, y la caja de cambios es de cinco velocidades y sus frenos de disco, disponiendo de ayuda asistida en la dirección y sistema de frenado, lo cual facilita su uso en ciudad.
En cualquier caso, quien esté interesado en conocer mas cosas de este modelo, puede acceder a la otra parte del blog en la que estoy incorporando mis artículos sobre coches y leer el relativo a este modelo.
Hasta el siguiente.
"EL AMO DEL CORRAL" DE TRISTAN EGOLF. Por Ana C. López.
Aquí, en mi trinchera de lectora, tengo a buen recaudo uno de los tres libros que Tristan Egolf escribió antes de morir, por voluntad propia, en el año 2005 a los 33 años. Se trata de “El amo del corral” (1998), parco título en su versión española, siendo el original: “Lord of the Barnyard: killing the fatted calf and arming the aware in the cornbelt”.
Ambientada en Kentucky, estado federado que, en parte, pertenece al denominado “cinturón del maíz” (corn belt) del medio Oeste de los Estados Unidos de Norteamérica, la ópera prima de Tristan Egolf es la narración a fogonazos, una erupción de sucesos inefables (del latín ineffabĭlis, indecible) que el autor, desafiando esta etimología, logra contar armado con una verborrea brillante, imparable y avasalladora. Desde La conjura de los necios (1980) de John Kennedy Toole, que también atesoro en mi trinchera de lectora, no había vuelto a encontrarme con un texto capaz de arrebatarme con tal intensidad, caótica y visceral, de tornado.
Podrás olvidar en el futuro el hilo argumental de El amo del corral, podrás olvidar los detalles, pero quedará en tu memoria la deslumbrante descripción de la pericia empresarial de un crío de ocho años, John Kaltenbrunner, semihuérfano, convertido en experto criador de gallinas de raza, sometido a todo tipo de vejaciones en la escuela, a la que va solo, sin asear, en tractor, sometido a un acoso infernal por un grupo de arpías metodistas que rondan como buitres la granja esperando la muerte de la madre para hacerse con la propiedad.
Nunca olvidarás las desgracias concatenadas que van lastrando la juventud malograda de nuestro antihéroe rural: su trabajo en una fábrica de despiece de pavos, codeándose, entre sangre, electrocuciones y tendones, con los inmigrantes de origen latino, con la escoria blanca y la negra, condenados todos a vivir por no morir, por encima del asco y la rabia contra el sistema.
Esta es la historia vital de un hijo de granjeros, con una voluntad de hierro y un destino que insiste en arrancarle las tripas, el corazón y la dignidad. Tiene su planteamiento, su nudo, y un aparente desenlace: John parece ser premiado por el destino con un nuevo empleo como recogedor de basura…
Mas no es el desenlace, el fin, sino que como si una nueva novela comenzase en el segundo tercio de El amo del corral, Tristan Egolf vuelve a cegarnos con otra tanda de golpes bajos cuando nos relata el episodio en el que John Kaltenbrunner, corazón cartesiano, arrastrado por las circunstancias, por el lodo de ese río putrefacto que ha sido hasta entonces su vida, se convierte en un auténtico héroe contra el mundo. Una huelga de basureros, sin precedentes, totalmente inenarrable, nos quita el aliento hasta que pasamos la última página y suspiramos. La avalancha ya ha pasado y en nuestra retina queda el fulgor de la caída, el vómito del miedo.
Este verano os recomiendo la inmersión en la obra, en la América profunda, visceral, de Tristan Egolf.
Tristan Egolf: algunos datos sobre su figura.
Tristan Egolf nació en El Escorial, por casualidad, en 1971. Comenzó a segregar talento en el instituto, donde oculto bajo un seudónimo fácil de desencriptar por parte del jefe de estudios, publicó, junto con su mejor amigo, futuro periodista, una publicación underground que vendían a los alumnos del instituto, ávidos de subversión, por un módico precio. Les expulsaron tres días, cuando fueron descubiertos, pero, al mismo tiempo, las autoridades educativas alabaron el sorprendente dominio de la palabra, de la ficción y del ritmo de Tristan.
Si en la educación secundaria, las publicaciones underground fueron la válvula de escape por la que brotó su genio narrativo, ya en la Universidad, fue su grupo de música punk el que le granjeó el éxito: firmó un contrato con una compañía discográfica.
Escritor, músico y viajero, abandonó sus estudios superiores para ir a París a escribir su primera novela. Con 27 años, entró en contacto, de manera accidental con la editorial Gallimard que publicó su primera novela: “El amo del corral”
Antes de suicidarse en el año 2005, no sólo escribió otras dos novelas "La chica y el violín" (2002) - Skirt and the Fiddle- y "Kornwolf" (2006), sino que, ya de regreso en Estados Unidos, desarrolló su faceta de activista político, como líder de Smoketown 6, un colectivo que protestó contra el, ahora, ex presidente de los Estados Unidos de Norteamérica, George W. Bush.
Ediciones disponibles en España:
1. Edición descatalogada por la editorial
EL AMO DEL CORRAL de Egolf, Tristan
MONDADORI
ISBN: 9788439702511
Año de edición:1998 BARCELONA
2. LORD OF THE BARNYARD: KILLING THE FATTED CALF AND ARMING THE AWAR E IN THE CORNBELT Egolf, Tristan
GROVE PRESS
ISBN: 9780802136725
Año de edición:1998 NEW YORK