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Martes 14 de Febrero de 2017 07:47

8. La nostalgia y la aparición del lunfardo

por María Mirna Rugnon Paiva
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Esa añoranza, estos comportamientos, en las orillas, en cierta forma normales del ser humano en su desadaptación, se mezclan y van a derivar en que, tanto aquellos extranjeros, venidos de tan lejos, decididos a iniciar una nueva vida, así como también los criollos que fueron alejados de su medio, el campo; van a experimentar una remembranza o un sentir muy profundo que es la nostalgia que sentían los gauchos en la ciudad, al recordar el campo; así como aquellos inmigrantes radicados en América, quienes habían dejado atrás su patria lejana y a la que nunca volverían.

Figura 10: dicionario Lunfardo


Como consecuencia natural del proceso de comunicación y de integración, los criollos empiezan a incorporar expresiones italianas en su vocabulario coloquial, a veces palabras foráneas deformadas. De la misma manera, los extranjeros iban adoptando el lenguaje local mezclado con el suyo, lo cual resultó en una mezcla de los dos idiomas.

Se puede añadir que llegaron corrientes de españoles, preferentemente del norte de los Países Vascos y del sur, de Andalucía. Igualmente, italianos de muy al norte, de La Liguria, por ejemplo y también del sur de Italia. En menor cantidad, también hubo procedencia de Francia, de esta manera, se fue conformando el lunfardo.

En aquellos tiempos, hacia la mitad del siglo XIX las distintas culturas se iban mezclando, ya que las dos capitales rioplatenses, Montevideo y Buenos Aires, contaban con una población que era mitad criolla y mitad extranjera, y aun hubo épocas donde los extranjeros eran los más numerosos.

Como dice Daniel Vidart, en su excelente publicación El tango y su mundo:

[…] Toda cultura compleja está cosida, apuntalada con empréstitos […].

[…] El resultado de ese intercambio fue una fusión gradual, imperceptible. Los italianos se acriollaron y nosotros, sin quererlo y sin saberlo, nos italianizamos. Una idea colectiva, empero, sobrevivió al embate del acordeón, de la agricultura y de la polenta. No quisimos renunciar a la sangre charrúa […].

[…] La tan llevada y traída “sangre charrúa” es una idea-fuerza, un mito piadoso de nuestro orgullo nacional.

[…] Esta epopeya popular de la inmigración italiana, silenciada y escamoteada por la historia oficial, no ha tenido otro cancionero que el del tango”[1].

Hay que destacar otro factor, que influyó en la gestación de este ritmo, y es que los extranjeros eran muy dados a cantar al interpretar música con instrumentos, justamente el estilo del cantar enfático de los italianos influyó en el cantar del tango.

Como ya se dijo, al principio lo bailaban en las orillas, los hombres que se consideraban pesados o personajes, luego con mujeres de los bajos fondos. Pero con la presencia de los inmigrantes surgen otros bailarines, sus descendientes, hijos de españoles y de italianos, que se van integrando. Ellos conforman personajes, como son ‘los compadritos’, quienes, sin otras habilidades, bailan muy bien el tango, lo que se considera como un mérito, pues ellos carecen de la valentía que caracteriza al gaucho quien se vio desterrado de la campaña y llegó a la ciudad, sintiéndose desamparado.

El tango, surgido en los bajos fondos, es danza, y esta forma de esparcimiento también comienza poco a poco a ser igualmente, el esparcimiento de la gente honrada: los trabajadores de las fábricas, los conductores de los carros a caballo, los vendedores de productos varios, los obreros, los basureros, las yiras, las lavanderas y planchadoras de los conventillos, quienes en sus ratos de ocio concurrían a los sitios donde se escuchaba y se bailaba esta danza. Es decir, que también empezaban a participar de esa danza gente de los sectores de las capitales rioplatenses, habitados por una población trabajadora, los proletarios.

Sea lo que sea, el tango apareció para ser bailado. Sus compases se empezaron a oír en los suburbios del Bajo, donde se concentraba “la mala vida”. Lo bailaban los milicos, los trabajadores de mataderos, los carreros, los artesanos, los gauchos desterrados, los peones, marineros, los hombres que buscaban diversión.

De ahí que, cuando los militares tenían “día libre” se improvisaban reuniones con guitarras y enseguida se formaba el baile sobre los pisos de tierra que debía ser mojada, cada cierto tiempo para que no se desprendiera polvo. La iluminación era con velas de sebo o con faroles a kerosene.



[1] Vidart, Daniel. “Los italianos en el nuevo mundo”. El tango y su mundo. Montevideo: Ediciones Tauro, S.R.L. 1967, p. 114.


María Mirna Rugnon Paiva

María Mirna Rugnon Paiva

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