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Jueves 12 de Febrero de 2015 10:22

CUERDAS Y CINTA AISLANTE

por Juan Pedro Escanilla
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Es inminente, si no se ha producido ya, el estreno de la película “Fifty shades of grey”, basada en la novela homónima (2011) de E. L. James (Erika Leonard) a quien se atribuye la creación del llamado “porno para mamás”. Es una expresión que me parece exagerada. No leí la novela, aunque la empecé, porque a la tercera página decidí que lo light no es lo mío y que en realidad no era más que una novela cursi, de las que antes se llamaban románticas, adornada con un poco de picante. Así que dejémoslo en que la Señora Leonard ha encontrado su propio momio aggiornando el género, algo que falta hacía porque, ahora que no hay una sola película sin escena de sexo ni serie televisiva en la que los protagonistas no encadenen palabrota tras palabrota, a nadie le entusiasman las frases ñoñas.
Siempre me interesé por los relatos subidos de tono. Clandestinamente al principio claro, porque a aquellas edades y con aquel ambiente, en el que una mirada de reojo al escaparate de una corsetería te costaba una buena colleja, los colegas del cole nos limitábamos a buscar en el diccionario las palabras más gruesas que conocíamos y a sorprendernos con sus asépticas, precisas y absolutamente inútiles, definiciones.
A escondidas también o casi, me atreví con novelas de las que en casa se comentaba que “eran muy fuertes”, cómo “la tía Tula” (1921) de Unamuno, con las consiguientes decepciones no tanto por la prosa y el estilo, que no estaba en edad de apreciar, sino porque el contenido no era el que yo me esperaba. Recuerdo que incluso me tragué un ladrillo de Ibsen (1828-1906) en el que lo más fuerte que se decía, eso si, varias veces, es que uno de los protagonistas había tenido de joven una vida muy disoluta. Supongo que en las heladas noches invernales de Oslo, las ideas evocadas por esta frase debían ser muy reconfortantes pero, desde entonces, odio a los puritanos.
Por suerte, en mi entusiasmo investigador, acabé dando en casa con una colección de comedias de Aristófanes (444-385 a.c.) que mi abuelo guardaba de épocas mejores en su despacho y que, por arte de magia o la protección de la diosa Afrodita, se habían salvado de las diversas censuras del momento incluida la de mi abuela. Las realistas descripciones que entremezcla Aristófanes en sus historias burlescas son auténticas joyas. Un puntazo el griego (sin segundas).
Volviendo a lo nuestro. Parece que con motivo del estreno de “Fifty…” una cadena inglesa de tiendas de bricolaje ha previsto un incremento notable de la demanda de cuerdas y cinta aislante y no solo ha aumentado su stocks de estos productos sino que además, no sé si considerarlo una mejora extra convenio, ha repartido entre sus empleados ejemplares del libro para que puedan aconsejar a la clientela.
¿Efecto de marketing? ¿Deseo de atraer y fidelizar a una parroquia que raramente distingue un tornillo de un clavo? ¿O simplemente agradecimiento del gerente cuya mujer ha leído el libro? En todo caso es impresionante la forma en que la vida real y la imaginaria desbordan una sobre otra y se entrecruzan a través de ese espejo de Alicia que es la literatura.
En todo caso, e insisto en que no terminé la novela, me cuesta imaginar el papel de la cinta “aislante” en una relación en la que lo que todo el mundo quiere es acabar con la solución de continuidad entre moléculas propias y extrañas pero, en fin, hay variedades para todos los gustos.
Algo más claro tengo lo de la cuerda, para la que puedo imaginar múltiples usos incluido el que Vargas Llosa atribuye a los monjes tibetanos en una de sus novelas, ¿El elogio de la madrastra? (1988). Sin embargo, debo advertir a los que quieran utilizar las cuerdas para aquello a lo que están genuinamente destinadas, atar o ser atado, que les conviene, a modo de precaución y para actuar con conocimiento de causa, la lectura del libro de Stephen King, “Gerald’s Game” (1992). Si, a pesar de todo, se deciden a ir a comprarlas, no traten de explicarle a ese vendedor que disimula una sonrisa que tienen que arreglar el tendedero.
El también ha leído el libro.

 

Juan Pedro Escanilla

Juan Pedro Escanilla

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