Parece que todo el mundo quiere apuntarse al carro de la regeneración democrática. Tiene su lado bueno porque parece que al fin una amplia mayoría se da cuenta de que las cosas no pueden seguir así pero, cuidado, cuando una expresión se generaliza, cada uno acaba entendiendo lo que quiere. Y deberíamos preguntarnos que hay tras la propuesta del gobierno relativa a la elección directa de los alcaldes.
Hay ciertas ideas cuya simpleza las hace aparentemente evidentes sin ninguna crítica. Está claro que si nos preguntan si nos parece bien que el alcalde sea la persona más votada, la mayoría tendemos a decir que sí. Parece obvio.
Claro que también podríamos preguntarnos si nos parece bien que se excluya de la posibilidad de ser alcalde a aquel o aquella a quien más gente ha excluido de sus votos. Es un poco menos obvio, pero también es lógico: nadie puede gobernar en contra de la mayoría de la población.
En elecciones binarias (dos candidatos/as) la contradicción no se plantea. Quien obtiene la mayoría es, por definición, el que menos oposición encuentra pero ¿qué pasa si hay tres, cuatro o más candidatos?
Desde hace varias décadas, los economistas están aplicando el modo de razonar de la teoría económica a los asuntos políticos. Desde este punto de vista lo que importa en un sistema electoral, es que dé un resultado de satisfacción óptimo para el conjunto de los ciudadanos, entendiendo como óptimo cualquier estado en el que cualquier cambio que suponga incremento de satisfacción de unos tenga como como consecuencia una perdida superior en otro u otros y por consecuencia un estado sub óptimo.
La propuesta del gobierno para las elecciones municipales tiene dos fallos conceptuales de base que la invalidan.
El primero parece ignorar que, en el sistema actual, los ciudadanos votan listas, no personas y que en la lista más votada, y en realidad en todas las listas, todos los miembros tiene los mismos votos. Inferir que los ciudadanos que han dado un mismo número de votos a, pongamos 10 personas, quieren que sea alcalde el señalado por su partido como cabeza de lista, no me parece un ejemplo de regeneración democrática precisamente.
Teniendo en cuenta que lo que se vota son listas, el segundo fallo es el de suponer, para las elecciones de tres o más listas, que los ciudadanos descartan por igual a las listas que no votan. Es decir que el elector que vota, por ejemplo, al PP, valora exactamente igual a fuerza nueva, a izquierda unida y a los verdes. Suena raro.
Por el contrario, parece perfectamente lógico que un elector, que quiere que gobierne el partido que él ha votado, pueda aceptar, como segunda opción que gobierne otro y descartar absolutamente que gobierne un tercero. Un gobierno formado por una minoría pero al que apoyan otros electores que lo ven como segunda opción tendría, seguramente, más legitimidad democrática que un gobierno de una minoría algo más mayoritaria pero al que los demás electores no quieren ver ni en pintura. Podemos razonablemente pensar que la primera solución se acerca más al óptimo de bienestar común que la segunda.
Para entender lo que digo pensemos un momento en cómo funciona el concurso de Eurovisión. En él cada jurado no vota exclusivamente la canción que más le gusta sino que tiene una serie de votos ponderados (12; 10; etc.) que da a diversas canciones según su orden de preferencias. No es habitual, pero no sería imposible que un concursante que obtuviera 10 puntos de cada jurado, pudiera ser el más votado sin haber tenido un solo voto de 12. Dejando aparte el dudoso gusto que los jurados de Eurovisión han demostrado en las últimas ediciones, esta claro que nadie consentiría que se llevara el premio alguien que tuviera en total menos votos aunque tuviera una respetable cantidad de doces porque el total es la expresión de la máxima satisfacción del conjunto de jurados.
El problema practico que se plantea en las elecciones políticas es el de determinar de forma correcta cuales son las segundas y terceras opciones de los electores (Curiosamente, nunca he visto preguntar al CIS por ello. Por ejemplo: Si el partido al que usted vota no obtuviera la mayoría suficiente para gobernar, ¿Cuál preferiría Usted que o hiciera? o algo similar). Por supuesto una elección con un sistema de puntos como en Eurovisión me parece difícilmente practicable pero hay alternativas.
Una de ellas es el voto sucesivo: Si hay, supongamos, cinco candidatos y ninguno logra la mayoría absoluta, se hace una segunda elección de la que se elimina al que menos votos ha sacado. Con ello se obliga a los que tenían a ese candidato eliminado como primera opción a explicitar su segunda preferencia en su nuevo voto. Si aun así nadie saca la mayoría absoluta, se elimina de nuevo al que menos votos ha sacado y así sucesivamente.
En realidad, pienso que, en la práctica, un sistema como el francés, en el que lo que se hace es una segunda vuelta con los dos candidatos mejor situados, daría unos resultados bastante aceptables en cuanto a combinación de primeras y segundas preferencias de los electores con una notable economía de procedimiento.
El “pero” de este sistema es que obligaría a disociar en las municipales la elección del alcalde de la de los concejales ya que si se aplica la eliminación de los menos votados a todos los componentes de la lista se acabaría con uno de los elementos claves de nuestro sistema que es la representación proporcional. En un momento en que se pone en cuestión el bipartidismo no parece que sea la dirección correcta. Por su parte la elección separada de alcalde y concejales obligaría a repensar el reparto de competencias establecido en la ley de reguladora de las bases del régimen local, incluida la moción de censura. No obstante, es una vía que se puede explorar.
La solución más simple es, curiosamente, la que está más a mano: El sistema actual funciona de manera que, cuando una lista no alcanza la mayoría absoluta, se abre un proceso de posibles coaliciones poselectorales y acuerdos de gobierno. Lo que está implícito en el sistema es que los representantes elegidos comparten con los electores a los que representan no solo el acuerdo sobre un programa sino también, las segundas opciones y preferencias.
Suponer que ese vínculo es fiable al 100% es excesivo y todos tenemos en la cabeza a formaciones políticas que han hecho acuerdos post electorales que claramente rechinaban con el sentir de sus bases. Probablemente esto se deba a que el sistema de listas cerradas tiende a separar a los aparatchiks de sus bases y aunque todos sabemos que al final se acaba pagando en términos electorales, esto no es un gran consuelo.
Sin embargo el remedio a esa separación es más simple de lo que parece: un sistema de listas abiertas permitiría a los ciudadanos poner en las concejalías a quienes más sintonicen con sus propias ideas e incluso expresar sus primeras preferencias y siguientes con mayor claridad. Hecho esto, los concejales elegidos podrían llegar a acuerdos que expresaran más fielmente la voluntad de los electores. Eso sería una verdadera regeneración democrática.
Pretender gobernar todos los municipios de España a base de treintas y cuarentas por ciento puede ser muy útil para conservar el poder e incluso para intentar imponer el sistema a niveles superiores pero de regeneración democrática no tiene nada.