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Lunes 16 de Junio de 2014 10:49

7. Las Vegas en todos sus estados

por maria teresa
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La ciudad de Las Vegas parece un espejismo en medio de un paisaje desolador, un oasis de cemento y vegetación. Una enorme mancha de aceite de bloques de edificios bajos en medio de una planicie desértica, moteada en el centro, en torno a Las Vegas Boulevard -también llamado The Strip-, por una arquitectura abigarrada, disparatada, de proporciones descomunales. Es como si el desierto que rodea la ciudad le permitiera no tener límites al crecimiento. Esta no es, desde luego, Las Vegas que conocí en aquella Nochebuena de 1971, con su Downtown y los complejos hoteleros en torno a The Strip que podían recorrerse fácilmente andando. Era la época de los grandes casinos levantados durante los años de bonanza de la posguerra: los Sands, Desert Inn, Stardust, The Dunes, Sahara, Golden Nugget, Vegas Vic (con su gran anuncio de un vaquero sonriente y fumador perfilado por las luces de neón), Binion’s Horseshoe, etc. Algunos han desaparecido, mientras que otros se han reconstruido de arriba abajo y cambiado de nombre en la década de los noventa. Prácticamente no ha quedado ninguno incólume.

MGM y Tropicana al fondo

Los hoteles casino se han desplazado hacia el sur del bulevar central, muy cerca curiosamente del aeropuerto McCarran que ahora ha quedado enclavado en el centro de la ciudad, pese a que el número de turistas que llegan por avión se ha multiplicado varias veces en este tiempo (la ciudad recibe a unos 40 millones de visitantes al año, de los que cerca de un 20 por ciento son extranjeros; supongo que son bastantes millones los que llegan en avión). Los antiguos hoteles casino que crecían en horizontal, cual gigantescos moteles, han sido susituidos a partir de los noventa por los nuevos complejos hoteleros que crecen en vertical, pudiendo llegar a tener salas de juego de 16.000 metros cuadrados, imponentes torres de 30 pisos, más de cinco mil habitaciones y estacionamientos para miles de vehículos. Al parecer, 18 de los 20 mayores hoteles del mundo se encuentran en Las Vegas, cuya población debe rondar un millón y medio de habitantes y ha crecido sin parar desde los noventa; pero los tiempos están cambiando y, últimamente, son más quienes la dejan que quienes se instalan en ella Por si fuera poco, casi toda la actividad lúdica de la ciudad se concentra en un radio de acción de unos tres kilómetros a lo largo de The Strip.

Noche en Las Vegas

La zona donde se levanta hoy Las Vegas estuvo habitada previamente por los indios paiute, pioneros mormones y trabajadores del ferrocarril, datando la fundación de la ciudad de hace exactamente un siglo. Su despegue inicial vino dado por la construcción de la presa Hoover para regular las aguas del río Colorado y la legalización del juego en el estado de Nevada, coincidiendo con los años de la Gran Depresión. Miles de trabajadores participaron en el proyecto hidráulico, que aportó abundantes recursos de agua y electricidad a la ciudad, optando posteriormente por quedarse en ella. Corrían los años de la Ley Seca, y muchas de las ganancias obtenidas gracias al contrabando de licor y otras actividades delictivas de célebres gángsteres como Bugsy Siegel fueron invertidas en la construcción de casinos. La ciudad floreció en los felices años de posguerra gracias a la prosperidad económica del país –y, en especial, de California; Los Ángeles está a tan sólo 350 kilómetros-, al tremendo crecimiento del parque automovilístico y al auge de la aviación comercial. Fueron años de construcción de grandes complejos por cadenas hoteleras como Hilton y multimillonarios extravagantes como Howard Hughes. En los sesenta, empezaron a montarse grandes espectáculos con artistas como Frank Sinatra y sus compinches cantantes, Elvis Presley -en sus años de len- tejuelas, grandes patillas y obesa decadencia- y otros made in Las Vegas como el excéntrico Liberace, que tiene un museo del más puro kitsch ad maiorem gloriam del artista. Una genuina aportación de Las Vegas a la modernidad fue la wedding chapel (o capilla matrimonial), con relucientes reclamos de neón por lo general, en la que puede contraerse matrimonio civil tras acreditar una brevísima estancia en la ciudad.

Máquinas tragaperras

Esa era Las Vegas que yo conocí en las navidades de 1971. Pero a partir de la década de los noventa el desarrollo de la ciudad se ha acelerado y han crecido como hongos los enormes complejos hoteleros, que compiten en atractivo y espectacularidad para atraer al visitante y que éste no tenga que salir de ellos: restaurantes, bares, comercios de artículos de lujo o baratijas, cines, teatros que programan espectáculos musicales, capillas matrimoniales, auditorios para grandes conciertos y combates de boxeo (casi todos los campeonatos mundiales se celebran en Las Vegas), piscinas exóticas, etc. Pero el hotel está siempre centrado en torno al enorme espacio del casino, que es lo primero que el visitante ve nada más entrar y de lo que, sin duda, más le cuesta salir. Las salidas suele estar hábilmente camufladas para que al visitante, o potencial jugador, se le quiten las ganas de abandonar el lugar a la menor vacilación. Las oportunidades de jugarse los cuartos en él son de lo más variadas: desde las interminables hileras de máquinas tragaperras (en las que abundan las mujeres de edad madura con sus enormes vasos de cartón plastificado repletos de monedas) en los laterales hasta las gigantescas salas de los paneles de apuestas, pasando por la ruleta, el blackjack o los salones donde se juega al póquer en concurridos campeonatos. Los complejos hoteleros son espacios que se cierran sobre sí mismos; uno come y duerme en ellos, pero también juega, pasea, observa, liga con merodeadoras al acecho o con jugadoras ocasionales, se entretiene y, en ocasiones, se queda estupefacto ante todo lo que ve. Si sale es para ir a otro espacio similar o patearse la avenida principal o el Downtown, pues poco más merece verse en esta ciudad del espectáculo y el derroche, del lujo kitsch y el cartón piedra.

Salas de apuestas

En The Strip, el espectáculo alcanza su punto álgido al caer la noche. Las luces de neón que perfilan y resaltan los hitos emblemáticos y los rayos láser hacen que la ciudad cobre el resplandor que no tiene durante el día. Hay una auténtica saturación de hoteles y casinos, que no descollan tanto por su arquitectura como por las recreaciones que tratan de evocar (Nueva York, el Egipto faraónico, Paris, Venecia, los lagos italianos, los mares del Sur, ciudadelas medievales...), lujosos, a veces con gusto pero en conjunto con disgusto (rutilantes dorados, cartón piedra, mármoles relucientes, estatuaria romana, bocas de metro parisinas, pero también magníficos jardines y estanques, fantásticos juegos de luz y agua, deliciosos espacios art-déco, etc.), pues en el desenfreno por sorprender al visitante a veces se incurre en un ataque frontal a los más elementales principios de la estética. Lo que es evidente es que se han invertido muchos miles de millones en esta extravagante y atípica ciudad convertida en parque temático del juego. Aunque hay varios complejos hoteleros en construcción que parecen tener factura original (¿algún consagrado arquitecto premiado con el Pritzker?), últimamente se ha estancado la cifra de negocio y de visitantes, por lo que las autoridades locales buscan promocionar la ciudad como destino turístico a escala planetaria. Supongo que es que no puede crecerse ininterrumpidamente, pero la historia de Las Vegas hasta ahora puede resumirse en que necesita expandirse y reinterpretarse a sí misma para seguir atrayendo a nuevos visitantes… y, si es posible, que piquen en el juego. Si se registra una crisis económica prolongada, Las Vegas lo tiene crudo, pues vive casi exclusivamente del turismo y la construcción. Y tiene rivales incluso en EE.UU.: los casinos de Atlantic City en la costa Este y las loterías, mucho más económicas y cada vez más populares por sus cuantiosos premios. De momento, la ciudad está capeando la crisis en parte gracias al turismo extranjero que se aprovecha del dólar barato y de las auténticas gangas hoteleras que pueden encontrarse.

Mediodía en The Strip

En poco más de una milla -la milla de las luces de neón- se concentra una

veintena de grandes complejos hoteleros a lo largo de la avenida principal, entre ellos los más conocidos: el gigantesco MGM Grand, el Paris, el Venetian, el Luxor, el Excalibur, el New York New York, el Bellagio, el imponente Caesar’s Palace, etc., etc. El antiguo centro de la ciudad, o Downtown, se encuentra unos dos kiló- metros más al norte del límite de esta concentración hotelera, hacia Fremont Street, donde por las noches hay un magnífico espectáculo de luz y sonido y donde se encuentran algunos de los antiguos casinos de los años cincuenta como Binion’s Horseshoe, Vegas Vic y Golden Nugget. En esta zona las manzanas son bastante más pequeñas y las calles más estrechas. Es aquí donde empezó el juego, irradiándose luego los casinos hacia The Strip, cada vez más al sur en busca de mayores superficies sobre las que levantar proyectos megalómanos.

En construcción

Con el ordenador portátil de Manolo y la tarjeta Visa de Fernando, habíamos reservado por Internet dos habitaciones en el Tropicana. El hotel, construido en los años cincuenta, está al final de The Strip, así que hubimos de atravesar la ciudad bajo la luz del atardecer, antes de que empezaran a resplandecer los grandes letreros luminosos. Ya el aparcamiento en superficie es descomunal.

Desde nuestra habitación en el Tropicana

Como está mandado, lo primero con que uno se tropieza nada más entrar en el hotel es el casino, un precioso espacio rectangular con un techo de vidrieras estilo art-nouveau primorosamente restaurado en la última reforma, la llamada sala Folies Bergère, que demuestra de alguna manera la atracción que ejercía todo lo francés a la sazón. En el centro están las mesas de juego y en los laterales, más en penumbra, las máquinas tragaperras, cuyo tintineo no deja de sonar.

Sala Folies Bergère

El hotel era originalmente un edificio de tres alturas con larguísimos pasillos, al que en la ineludible renovación que se hizo en los noventa -en Las Vegas todo es perecedero y, si quiere sobrevivir, tiene que transformarse necesariamente- se añadió una gran torre de 20 plantas con más de 1.200 habitaciones para adaptarlo al megalomaníaco gusto imperante. Esto le permite tener habitaciones de diferentes precios para adaptarse a todos los bolsillos. Para el viajero la estancia no es cara, sobre todo si se evitan las fiestas y fines de semana... y, más aún, la tentación de jugar.

Harley Davidson Café

En la fachada del Tropicana resaltan los motivos caribeños y los exuberantes jardines. Lo mejor del hotel es su gran complejo de piscinas, con cascadas y vegetación tropical; en sus aguas pueden incluso practicarse algunos juegos de azar. Curiosamente, en las habitaciones antiguas –amplias pero algo destartaladas- no hay acceso a Internet, y para conectarse, en zonas como la piscina, hay que pagar una cantidad no precisamente pequeña. Nos llevamos una buena desilusión porque pensábamos que al llegar a una gran ciudad como Las Vegas tendríamos resuelto el problema. Quizá lo que quieren por todos los medios es que el cliente no se distraiga de su papel de jugador y consumidor enganchándose a Internet o, peor aún, satisfaciendo su afición al juego en alguno de los numerosos casinos on-line disponibles en la red. Lo cierto es que nos pareció inexplicable que la conexión a Internet fuera tan complicada en una ciudad donde las nuevas tecnologías están a la orden del día.

Tresaure Island

El cruce de Tropicana Avenue con The Strip es enorme; al menos hay cinco carriles de circulación en cada sentido, y los peatones sólo pueden cruzarlo a través de unos grandes pasos elevados con escaleras mecánicas que hay en las cuatro esquinas. Aunque está casi al final del bulevar, ello se explica porque en esa confluencia se encuentran varios de los mayores complejos hoteleros de la ciudad, a saber: Mandalay Bay, Luxor y Excalibur; New York New York y Montecarlo; MGM Grand y Tropicana. La circulación de vehículos por abajo y peatones por arriba es incesante y, por la noche, merodean las prostitutas aficionadas o profesionales por la zona, al igual que lo hacen a todas horas por las mesas de juego y las barras de los bares de los casinos.

Caesar's Palace

En la acera de enfrente del Tropicana hay numerosos comercios abiertos hasta muy tarde, en los que puede comprarse ropa barata o recuerdos del más puro estilo kitsch, alquilar por horas una imponente motocicleta o un llamativo Lamborghini amarillo, tomar comida rápida de todo el mundo con cubiertos de plástico y en platos de cartón, etc. Destaca el Harley David- son Café, una cafetería repleta de memorab lia para los moteros y nostálgicos de la mítica marca, con una gigantesca Harley surgiendo en tromba de un flanco del edificio. También, galerías repletas de pequeños comercios, una cafetería de Planet Hollywood con toda la parafernalia al uso y un sinfín de tiendas más. En esas dos o tres manzanas se concentra la zona más comercial y concurrida de la ciudad. La gente, multitud de gente de las razas más variopintas, deambula por las anchas aceras, sobre todo al anochecer. En la avenida se mezclan los turistas, los mirones y los jugadores empedernidos , si bien éstos se confinan por lo general a los salones del casino. Aunque la actividad no cesa prácticamente en Las Vegas a ninguna hora del día –probablemente es con Hong Kong la única ciudad que nunca duerme-, el verdadero espectáculo se registra por la noche cuando se encienden las luces de neón y los rayos láser disparan sus haces luminosos, y las aceras del centro se pueblan de gente con ganas de “marcha”. Entonces se produce una auténtica sinfonía de luz y de color, con la que los casinos compiten entre sí para atraer a su potencial clientela. Todos nos sentimos atrapados en esta lúdica y extravagante urbe que se levanta y se reproduce por ósmosis en medio del desierto, y mientras unos se juegan los cuartos y otros contemplan tan inusual y rutilante espectáculo –ya sea en el interior de los casinos o paseando por The Strip-, a unos y otros no nos queda sino gozar de esa sinfonía nocturna que se ofrece a la vista. Quizá no tenga sentido vivir en tan artificiosa ciudad ni comparta uno sus maneras de esparcimiento, pero pasar unos días en ella es sin duda una experiencia sin duda inolvidable.

Mustrario de servicios profesionales

Me llama especialmente la atención el enorme despliegue con que se anuncia el negocio de la prostitución. Por la avenida se ve circular continuamente un camión con remolque que lleva cuatro grandes paneles con fotografías de jóvenes de ambos sexos y todos los colores, con grandes senos, travestis... y una frase que más o menos dice: “Llámenos y en 15 minutos tendrá el objeto de su deseo en su habitación”. Por si fuera poco, los puestos de periódicos gratuitos no son sino propaganda del mismo tema, y en todas las esquinas del centro hay un chicano que ofrece al paseante lo que parece una baraja de cartas y luego resulta ser un muestrario de chicas servicios del mismo tipo en oferta. A partir de los 35 dólares del anuncio más barato –habría que ver los recargos y otras gabelas- se puede llamar, supuestamente, a la modelo de uno de los naipes. Y apenas puedo facilitar más datos del funcionamiento de este negocio pues, al fin y al cabo, tan sólo soy un espectador dispuesto a dejarse sorprender por cuanto ve.

Comoquiera que no jugué más allá de unas monedas y que casi todo el tiempo de nuestra estancia en la ciudad nos lo pasamos recorriendo casinos -Las Vegas es una ciudad de ludópatas y jugadores sobre todo, pero también de mirones, insisto-, creo que lo mejor será que haga un resumen de lo que vi y más me sorprendió. Veamos, pues. Justo en la acera de enfrente del Tropicana se levantan tres grandes complejos hoteleros: el Mandalay Bay que, con más de tres mil habitaciones, reproduce el Sureste asiático en el periodo colonial; el Luxor, una recreación de la arquitectura faraónica, con una pirámide de 30 pisos cuya cima proyecta un potente haz de luz por las noches; y el Excalibur de la leyenda del rey Arturo, un castillo medieval a rebosar de torres y almenas plenas de colorido que parece salido de una película de Walt Disney, y que con sus cuatro mil habitaciones no anda muy a la zaga de los más grandes; además, junto con Circus Circus y Treasure Island es un hotel casino orientado a las familias con niños, pues, aunque parezca mentira, Las Vegas quiere ser un lugar de esparcimiento para gente de todas las edades.

En la esquina de enfrente nuestro, en diagonal, se levanta el impresionante New York New York, que reproduce maravillosamente la silueta del skyline o principales rascacielos de Manhattan y, ¡cómo no!, la Estatua de la Libertad, todo a escala reducida; se accede a él por una réplica del Puente de Brookyn y alrededor del complejo evoluciona, a inusitada velocidad, una gran montaña rusa. Lo importante, como ya he dicho, es llamar la atención de los potenciales clientes y ofrecerles atracciones en consonancia. En su interior, cada uno de los hoteles trata de recrear la atmósfera del lugar o época en cuestión: columnas enormes y tumbas faraónicas si es egipcio, las calles empedradas del Greenwich Village y los rincones preferidos del Central Park en el de Nueva York, aldeas medievales y conjuntos de armaduras en el de los caballeros del rey Arturo, etc., etc.

Y en la acera opuesta de Tropicana Avenue se levanta el MGM Grand que, con más de cinco mil habitaciones, es probablemente el mayor hotel del país (¿hasta cuándo?). Sólo el casino tiene una superficie de 16.000 metros cuadrados, con enormes salones de apuestas (los paneles en los que se siguen éstas son sencillamente impresionantes por sus dimensiones y colorido) y para jugar concursos de póquer; además, cuenta con el mayor auditorio para eventos musicales y deportivos (en él suelen celebrar- se los campeonatos mundiales de boxeo). Rememora, como no podía ser de otra forma, el mundo del cine, y en particular el de la productora del león que ruge; tiene un gran recinto acristalado en el que conviven leones y cuidadores (entiendo que no son domadores pues no llevan látigo) a la vista del público boquiabierto y expectante. En las cercanías se encuentra el Liberace Museum, un templo dedicado al recuerdo de este extravagante cantante y pseudoartista que tanto se identificó con Las Vegas y su lujo del más puro kitsch. Pero hoy día ya no hay cantantes que la ciudad pueda considerar como propios y, si es preciso, no se duda en contratar a Elton John o a Madonna o Céline Dion, pues la globalización lo permite todo. Cuanto más dinero se invierte, mayor es la recaudación a la postre.

New York New York

Y ahora me limitaré a hacer un esbozo de algunos otros hoteles casino que visité durante nuestra breve estancia en Las Vegas. El Montecarlo recrea el mundo de la Costa Azul y de los salones de juego refinados. El París es una réplica de los lugares más emblemáticos de la capital francesa, con una enorme Torre Eiffel, el Arco del Triunfo, la Ópera Garnier, calles adoquinadas con bocas de metro art-nouveau, farolas de hierro, boutiques de productos gastronómicos, etc. El Venetian -el antiguo Sands- proyecta ampliarse

Venetian

hasta seis mil habitaciones y cuenta con magníficas reproducciones del Campanile, el Puente de Rialto y el Palacio de los Dux; se puede incluso pasear en góndola por el Gran Canal que tiene delante suyo. El Treasure Island recrea la obra de Stevenson y está pensado para acoger familias con niños (el Cirque du Soleil tiene una compañía estable en él); en la laguna que hay delante suyo se escenifican espectaculares batallas entre barcos piratas y de la Armada británica.

Bellagio. Jardín musical

Dos fueron los hoteles que más me impresionaron; uno de nueva planta y el otro re- novado a fondo en los noventa. Me estoy refiriendo, claro está, al Bellagio y al Caesar’s Palace. El primero, construido hace diez años donde se levantaba antes The Dunes, recrea la atmósfera de la preciosa localidad de dicho nombre a orillas del lago Como. Delante tiene un enorme estanque con fuentes que, al correr durante la noche, dan lugar a bellos espectáculos de luz y agua. En el patio interior hay un precioso jardín en el que los chorros de agua crean una auténtica sinfonía acuática, mientras que el techo del vestíbulo está recubierto por grandes flores multicolores de cristal de Murano. El Bellagio es uno de los mayores hoteles y los comercios que hay en él están a tono con la exquisitez del marco, acogiendo todas las grandes marcas de prendas de vestir y perfumería italianas. No le va a la zaga el Caesar’s Palace, que si bien data de mediados de los sesenta fue renovado a fondo en la década de los noventa. Aunque conserva la hierática suntuosidad de las estatuas romanas y las columnas griegas originales, la decoración actual es más refinada y discreta, aunque por momentos se respira una inevita- ble atmósfera kitsch. El colmo de todo ello es la galería comercial, también con grandes marcas de la moda italiana, que tiene un techo de logrado efecto trampantojo y en la que una imponente cuadriga imperial ocupa toda una gran rotonda. Esa acumulación de imponentes antigüedades es lo que uno no acaba de digerir del todo en este impresionante complejo hotelero rodeado de bellos jardines italianos. Tanto quieren deslumbrarnos a los visitantes que a veces se pasan en el intento.

Y poco más hay que contar de nuestra estancia en Las Vegas. Uno puede tener la sensación de que cualquier tiempo que se pase en ella es excesivo, pero también la contraria, que falta tiempo para ver todo lo que se ofrece al visitante. En cualquier caso, la ciudad es un espectáculo per se, sobre todo al caer la noche como ya he dicho. Pero ya sea por unas u otras razones, lo cierto es que Las Vegas no deja indiferente al visitante. La mejor panorámica de la urbe y sus alrededores puede verse desde la Stratosphere Tower, que con sus más de 300 metros es el edificio

Bellagio. Techo del vestíbulo

más alto de la ciudad; cuenta con un observatorio, un restaurante giratorio y alguna de esas atracciones propias de quienes buscan experimentar sensaciones fuertes. En coche fuimos a ver la Trump Tower, un edificio casi aislado de su entorno con más de 20 plantas de apartamentos exclusivos recubierto de planchas de metal refulgentes bajo la luz crepuscular en el más puro estilo -entre lujoso y hortera- del magnate inmobiliario de dicho nombre. Como si del moderno becerro de oro se tratase o de un descomunal lingote del dorado metal, todo el edificio irradia un resplandeciente fulgor. Tanta es su prepotencia que uno no puede menos de repeler su morboso atractivo. Representa de algún modo el desenfreno de la riqueza, su aislamiento, la especulación, el poder del dinero... Si todo ello brillase no se me ocurre mejor imagen para simbolizarlo que ésta de la provocadora Trump Tower al atardecer, emergiendo como un segundo sol artificial en medio de una ciudad sobre la que se abaten las sombras. Pese a todos nuestros prejuicios, entramos en los servicios que hay en el vestíbulo para darnos el gustazo de orinar entre los suntuosos mármoles, ¡ay qué placer más memorable!

Trump Tower

Ultima modificacion el Domingo 22 de Febrero de 2015 19:29
maria teresa

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