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Viernes 03 de Mayo de 2013 19:15

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por Juan Pedro Escanilla
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De pequeño iba en Metro al Cole: Diego de León - Puerta del Sol, con transbordo en Goya. Me llevaba Mari Tere, una chica vecina, amiga de la familia, que debía hacer un trayecto similar. De ella recuerdo su falda tableada, sus calcetines a media pantorrilla y el calor tierno de su mano, con la que me guiaba, abriéndose camino con una eficacia asombrosa, entre la muchedumbre que abarrotaba los andenes y pasillos.

En aquel tiempo el Metro solo tenía cuatro líneas y las estaciones más lejanas del centro eran Tetuán y Vallecas. El billete costaba 40 o 50 céntimos, de peseta, según el trayecto, y de él vivían la taquillera, el que picaba los billetes antes de entrar al andén, el jefe de estación, el conductor y el que cerraba las puertas. Supongo que además lo hacían los de mantenimiento y los plumíferos de las oficinas, pero esos no eran visibles. Bueno, de vez en cuando se hacía visible también algún inspector que nos iba pidiendo los billetes para comprobar si, a pesar de todos los filtros, nos habíamos colado por el morro. Claro que al inspector no se le veía nunca por las mañanas porque en los vagones era imposible moverse de tan apretados que íbamos.

Hoy, con todo ese personal (al menos el visible) reducido al maquinista, parece que el Metro tiene problemas para llegar a fin de mes y a algún genio de la casa se le ha ocurrido la brillante idea de recurrir a la publicidad.

Siempre ha existido. El rosario de estaciones que se desgranaba cada mañana hasta Sol: Goya, Retiro, Banco, etc. era a su vez una sucesión de cartelones a gran escala encuadrados por una cenefa de azulejos: Limpiametales NETOL, perfumería GAL, bombillas OSRAM, y hasta alguna tintorería cuyo nombre he olvidado, que mostraba un dibujo de un hombre entrando con una gabardina sucia y arrugada y saliendo por otra puerta con ella impecable. Pero a nadie en su sano juicio se le habría ocurrido nombrar a alguna de las estaciones con alguna de esas marcas.

La Puerta del Sol tuvo siempre un encanto particular. Cuando me liberé de la mano de Mari Tere (o la perdí, el sentimiento es ambiguo) aprovechaba siempre, a la vuelta, para haraganear un poco por las calles adyacentes, con una densidad de tiendas que no tenía ni soñaba tener el barrio de Salamanca. ¡Y qué tiendas!: Material fotográfico; instrumental quirúrgico; Objetos de escritorio. Por no hablar de Multicolor, una juguetería que creo que aún sobrevive en la calle Arenal. O la más escondida "Gomas la Discreta" en la calle Jardines, el único sitio de Madrid dónde se vendían preservativos sin receta médica.

La estación de Sol, que daba entrada a ese parque de atracciones, era también una de las más bulliciosas: en ella concurrían varias líneas y poseía probablemente el más intrincado laberinto de pasillos de toda la red. No era difícil confundirse y acabar en Tirso de Molina, o más lejos, si uno iba despistado. No sé si llagar a ese mundo por la estación de Vodafone será algo igual.

La publicidad es la reina de nuestro tiempo. Nosotros mismos nos hemos convertido en enseñas ambulantes: Empezó con el discreto chic de los logos de Lacoste y Fred Perry  y se ha convertido en un escandaloso exhibicionismo de marcas en camisetas, pantalones, sudaderas y hasta chaquetas americanas. Pagamos por eso y nuestros hijos se sienten infelices si no pueden mostrar, por encima de la cintura del vaquero, el borde del calzoncillo con las mágicas palabras "Calvin Klein" en él.

Pero hay una explicación del desaguisado del Metro que va aún más allá del omnipresente poder de la publicidad.

La toponimia urbana se ha construido generalmente a base de nombres y recuerdos ilustres:  Hechos heroicos; Batallas ganadas o incluso perdidas; Fechas memorables; Padres de la Patria; Generales de fama y algún soldado raso cómo Cascorro; Políticos que mandaron en su tiempo. Hasta algún que otro científico.

Así que si el callejero no hace sino resumir lo que es y fue importante, está claro que había una ausencia: Los que en realidad mandan hoy y mandarán siempre, las grandes empresas. Vayámonos, pues, acostumbrándonos. A la estación de Banco de España habrá que cambiarle muy poco para llamarla simplemente "BANKIA".

Al menos esa tendremos el orgullo de haberla pagado entre todos.

Juan Pedro Escanilla

Juan Pedro Escanilla

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