El diario EL PAÍS está publicando la colección que lleva por título NEUROCIENCIA Y PSICOLOGÍA. La estoy leyendo para conocer más a fondo la mente humana y las posibilidades de la inteligencia artificial, porque opino que la mayoría de las Teorías Económicas elaboradas a partir del relato de Adam Smith en los últimos 300 años están diseñadas a medida de las contradicciones del humano que conocemos. La ciencia económica en la que me he educado se fundamenta en principios poco racionales, por no decir abiertamente irracionales, como es el principio del mercado de competencia perfecta y el principio de formación de precios en condiciones de transparencia. Ya no digamos el principio según el cual buscando la maximización del beneficio individual maximizo el beneficio colectivo de la sociedad en la que vivo.
Como dice Yayo Herrero “la producción tiene como finalidad hacer crecer la economía, interpretando que ese crecimiento económico es el que permite garantizar las condiciones de vida de las personas. El crecimiento y el dinero se transforman en creencias: creemos y sentimos que más que necesitar alimentos, casa, salud, o agua lo que necesitamos es dinero”. Cada día somos algo más conscientes de la insostenibilidad del crecimiento económico continuo. Necesitamos transitar hacia una economía más racional y normativa de la mano de la inteligencia artificial y de los avances en el conocimiento de nuestro cerebro (neurociencia). En el verano de 2017 publiqué en este mismo sitio web un artículo titulado ROBÓTICA E INTELIGENCIA ARTIFICIAL en cuyas tesis me reafirmo una vez leído el Epílogo del primer libro de la colección mencionada, “Somos nuestra Memoria” escrito por Emilio García García.
La Neurociencia y el comportamiento humano siempre han formado parte de mis inquietudes, a las que llegué desde los estudios de economía. Cuando en Microeconomía estudiaba en el árido manual del profesor Castañeda, el comportamiento del consumidor y sus curvas de utilidad marginal me parecían un modelo matemático teórico y racional pero muy alejado de la realidad. En ese modelo el comportamiento del consumidor se presumía como racional, cuando la Historia económica demuestra que no es así. A reafirmarme en esta visión contribuye el segundo libro de la mencionada colección titulado “El cerebro y las emociones” escrito por Tiziana Cotrufo y Jesús Mariano Ureña, donde se analiza el papel de las emociones en los comportamientos humanos.
He tenido que recorrer la experiencia de la vida para darme cuenta de la importancia que el comportamiento humano tiene en los fenómenos económicos y para descubrir poco a poco el importante papel que juegan nuestro cerebro y las emociones en el comportamiento humano. La psicología y la neurociencia son más determinantes de la Economía de lo que acostumbramos a pensar los economistas.
Como dice Emilio García en su libro “ellas (las memorias) definen nuestra identidad… y conviene desechar la concepción tradicional de la memoria como una especie de grabación precisa de acontecimientos o datos concretos – nuestra memoria no es un disco duro que recoge nuestras experiencias – sino un complejo y frágil proceso cerebral en constante evolución que construye, almacena y recupera recuerdos”. Y remacha más adelante “La singularidad de las vivencias incide de un modo tan específico en cada cerebro particular que podemos decir no sólo que todo cerebro es único, sino que además lo es cada segundo de su existencia”. Sin duda esta singularidad personal de nuestro cerebro constituirá un tema futuro de debate al abordar la generalización de los implantes cerebrales y la conexión cerebro-máquina. En ese proceso de conexión cerebro-máquina tendrá mucho que decir la inteligencia artificial, que acaba de iniciar su desarrollo. Como siempre sucede en estos casos el proceso se justificará por la mejora de las patologías de nuestro cerebro para luego ir poco a poco extendiéndose al resto de situaciones.
Otro aspecto importante de nuestro cerebro en relación con la Economía es la plasticidad neuronal o neuroplasticidad. Hasta época reciente se pensaba que sólo los cerebros de los niños eran “plásticos”, pero hoy sabemos que el cerebro mantiene su plasticidad durante toda la vida de una persona. Así que el cerebro de un adulto también conserva su plasticidad y puesto que la neuroplasticidad es la base de la memoria y el aprendizaje, podemos aprender con independencia de la edad que tengamos, aunque obviamente de forma diferente a cuando éramos niños.
En mi opinión, el aprendizaje y las emociones son un elemento esencial de la Economía, así que todos los avances científicos que favorezcan la neuroplasticidad, el aprendizaje y el control de las emociones de nuestro cerebro serán también importantes para la Economía. Con frecuencia pienso que sólo seremos capaces de hacer una economía distinta cuando seamos capaces de pensar de una forma distinta. ¿Pueden ayudar la neurociencia, la psicología y la tecnología a cambiar nuestra forma de pensar?. Opino que sí. Por supuesto que al entrar en la vejez nuestra neuroplasticidad se verá afectada, pero lo importante es que las conexiones neuronales sigan funcionando incluso en un cerebro “envejecido”.
Un cerebro “envejecido” no significa un cerebro “estancado” o “deteriorado”. Esto lo entendieron bien las sociedades primitivas – las tribus de las que provenimos – cuando encomendaron a un “consejo de ancianos” el gobierno de los asuntos comunes de la tribu. Hoy, en las sociedades avanzadas, ser “anciano” es un valor en retroceso, y se ensalza la juventud y la belleza. No creo que sea un buen criterio de gestión. En el equilibrio y el mestizaje de “senectud y juventud” está la mejor opción. La senectud aporta la experiencia y la prudencia que no tiene la juventud, y la juventud el impulso y la fuerza que le falla a la senectud. Es de sentido común, pero con frecuencia el sentido común es el menos común de los sentidos.
J. Ángel Suárez González.
13 marzo 2018