Los líderes pasan, las organizaciones permanecen. El ejemplo más claro de este principio es la Iglesia de Roma, que instituyó el cónclave como instrumento de elección de su líder supremo. Aunque en los tiempos de la Iglesia primitiva hay una cierta confusión propia de una época difícil, problemática y poco documentada, nadie duda hoy día de la autoridad moral del Papado en la sociedad civil y de su autoridad jurisdiccional dentro de la Iglesia. La propia Iglesia de Roma conserva una secuencia de 265 Papas que se remonta hasta el año 67 de la era cristiana con el martirio y muerte de San Pedro. Ninguna otra organización puede presentar esas credenciales.
Visto con ojos modernos, el fallo del cónclave, como en general de toda la Iglesia de Roma, es la supremacía en sus estructuras del hombre y la postergación de la mujer. ¿Era Jesucristo un líder misógino?. No lo creo. Más bien se adaptó a los tiempos en que vivió, seleccionando doce varones apóstoles y ninguna mujer apóstol. Los varones pronto se adueñaron de la Iglesia y la conformaron a su manera. En esta materia Jesucristo no fue ningún revolucionario. Quizá percibió que la humanidad de su tiempo no estaba preparada para la incorporación de la mujer. En otros aspectos, fue claramente un rompedor. En tiempos de Jesucristo la mujer era social y políticamente poco menos que nada, y como nada continuó siendo hasta tiempos muy recientes.
Podemos deducir de este hecho la importancia de las organizaciones e instituciones de todo tipo, cuya honestidad y correcto funcionamiento interesa a todos los ciudadanos. Organizaciones e instituciones sanas contribuyen a la buena marcha de un país, por lo que considero un grave error político dedicarse a denigrar y deteriorar las instituciones en lugar de a mejorarlas y fortalecerlas. Los partidos políticos forman parte de las instituciones, aunque es cierto que no viven su mejor momento. Preocupados “los viejos partidos” por la corrupción y los nuevos por desplazar pronto a los viejos, considero que es importante destacar lo que hacen bien. Porque no es cierto ni que todo lo hagan mal, ni que todos sean iguales.
Pedro Sánchez y Mariano Rajoy son hoy los líderes temporales de sus organizaciones políticas, los denostados y “viejos” partidos de la transición, PP y PSOE. Sánchez acaba de decir que es un corredor de fondo, y que se prepara para la carrera de 2020. Rajoy lleva haciendo carreras de fondo desde hace varios años. Ellos pasarán, pero sus organizaciones permanecerán si los ciudadanos no las abandonan y destruyen. Para abandonar algo hay que tener un repuesto fiable, y eso no es fácil. Es cierto que la corrupción es una de las peores enfermedades que puede atacar cualquier organización humana. Incluso puede llegar a matarla. En Catalunya tenemos algunos ejemplos, aunque podemos pensar que el nuevo PdeCat es un intento de los viejos afiliados y líderes de CiU para que la corrupción no les alcance. El hecho cierto es que nadie quiere mantener relaciones con CiU, ni dentro ni fuera de Catalunya, así que CiU ha optado por desaparecer y morir. ¿Pasará lo mismo con el PP y el PSOE?. Los ciudadanos tienen el voto y la palabra para decidir.
Mientras llega el tiempo del voto y la palabra, insisto en que no es cierto que todos los partidos sean iguales ni que todo lo hayan hecho mal. Los errores los resaltan los otros partidos y se manifiestan pronto, así que me centraré en los aciertos. Desde mi punto de vista el PSOE ha tenido dos aciertos.
El primer acierto es sacudirse el “complejo histórico” de la unidad de España con ocasión de la independencia de Catalunya. Muchos votantes de izquierda nos sentíamos huérfanos cada vez que la derecha planteaba las cuestiones de la unidad de España, la bandera y el himno nacional. Parecía que nos importaba un bledo España y su soberanía. Por fin hemos encontrado cobertura política en la izquierda porque la existencia de España y la soberanía popular nos importa y mucho. Nosotros (la izquierda socialista) también votamos la constitución de 1978, y aunque no es perfecta (ninguna lo es), la valoramos mucho por ser fruto de un consenso laborioso, y sabíamos muy bien lo que votábamos cuando decidíamos que la soberanía residía en el conjunto de los ciudadanos españoles y no en cada uno de sus territorios. Sánchez y el socialismo español han puesto el listón alto asumiendo la unidad de España, la bandera y el himno nacional, que por fin ya no es patrimonio exclusivo de la derecha sino de todos los españoles.
El segundo acierto ha sido vincular el apoyo a la aplicación del artículo 155 de la Constitución del 78 a la reforma constitucional. La derecha y más en concreto el PP arrastra los pies en esta materia, pero el PSOE acierta al insistir. Ninguna Constitución es perfecta y la de 1978 tampoco lo es. Pero la Constitución del 78 tiene un mérito que otras no tienen: es fruto del consenso, y sólo desde el consenso se puede hacer una Constitución en la que quepamos todos. La pretensión de hacer una Constitución “ex novo” que sólo satisfaga ideológicamente a la derecha o a la izquierda es una iniciativa llamada al fracaso antes o después. Por eso, en mi opinión, la mejor opción es partir de un texto viejo y consensuado (la Constitución de 1978 lo es) y mejorarlo en aquello en lo que exista suficiente consenso político, adaptándolo a los nuevos tiempos.
También el PP ha tenido diversos aciertos. Señalaré dos.
El primer acierto ha sido convocar elecciones en Catalunya el 21 de diciembre. La mayoría esperábamos que el PP jugara con los tiempos del 155. Rajoy no lo hizo así y convocó inmediatamente las elecciones. Los resultados no fueron buenos para el PP, pero tienen razón: Rajoy decidió pensando más en España que en los intereses del partido.
El segundo acierto tiene que ver con la judicialización del caso Catalunya. A la larga comprobaremos que llevar las decisiones del Parlament y la aplicación del artículo 155 a los Tribunales de Justicia ha sido un acierto. Los independentistas hubieran preferido que el Gobierno lo llevara directamente desde los Ministerios de Defensa e Interior. A cada uno lo suyo y al PP lo que es del PP.
Alcobendas, 18 de enero de 2018.
José Ángel Suárez.