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DIGITALIZACION Y CONFIANZA.

Desde mi jubilación soy más usuario del transporte púbico. La realidad es que el bono transporte es un acierto, con independencia de quien lo haya promovido. Por poco más de 10 euros al mes, los jubilados tenemos acceso a la mayoría de localidades de la Comunidad de Madrid. Cuando tomo el metro o el ferrocarril me fijo más. La mayoría de los viajeros van con un móvil digital en las manos. Casi todos lo manejan con soltura. Mi preocupación por la inteligencia artificial me lleva a preguntarme por lo que tienen entre las manos. ¿Lo entienden?. ¿Conocen sus potencialidades?. ¿Confían en lo que hacen con él?.

Me pongo como ejemplo. Siempre me han apasionado las máquinas. De muy pequeño me quedaba ensimismado observando el funcionamiento de aquella máquina gigantesca que subía y bajaba la jaula del pozo minero. En mi madurez, cuando las máquinas complejas como los aviones empezaron a hacerse inteligentes apenas me di cuenta. Subí a un avión por primera vez pasados los 30 años. En 30 años el avión se ha popularizado. Poco a poco máquinas cada día más inteligentes han ido rodeando mi vida sin percatarme. Comencé siendo un usuario de los programas de ordenador casi inconscientemente. No entendía casi nada, pero si seguía las instrucciones de mi maestro de comandos aquello funcionaba y podía elaborar y archivar mis documentos. Me parecía maravilloso!. Cuando apareció Windows de Microsoft y pudimos prescindir de los comandos en blanco y negro, seguía sin entender nada pero aquello ya me pareció un milagro. Luego la inteligencia artificial se trasladó de los ordenadores de sobremesa al teléfono móvil. Mi primer móvil hacia mediados de los 90 fue un Motorola. No tenía cámara, ni acceso a internet ni correo electrónico. Lo utilizaba para llamar cuando estaba fuera de casa. Cualquier parecido con los móviles actuales llenos de aplicaciones y que operan como ordenadores de bolsillo es pura coincidencia.

Ya todos hablamos con naturalidad de la inteligencia artificial y de las aplicaciones, término que ha desplazado el de programas al baúl de los recuerdos. El número de aplicaciones aumenta cada día en miles y cada vez se incorporan a más lugares y objetos cotidianos: el reloj, el automóvil, la vivienda, los electrodomésticos, el supermercado, el móvil, el banco etc. Casi nada se hace ya sin una aplicación y la inteligencia artificial que la gestiona. Los humanos somos cada vez más prescindibles. Nuestra principal ventaja frente a las máquinas es que tanto éstas como la inteligencia artificial no tiene sentido sin humanos.

La máquina inteligente más compleja a la que casi todos tenemos acceso en los países avanzados es el teléfono móvil. Vuelvo a ponerme como ejemplo. El sistema operativo de mi móvil (Windows 10) tiene 11 temas de configuración en el primer nivel y 72 apartados en el segundo nivel. Los 72 apartados del segundo nivel tienen 254 botones de activación y 95 enlaces a la web de Microsoft para configurar un tercer nivel. Mi inteligencia natural normal y mi buena formación se sienten en ocasiones superadas por la complejidad de la configuración del móvil que llevo en mi bolsillo. ¿Y los miles de usuarios que observo en el metro o autobús?. ¿Lo comprenden todo?. ¿Cuántas veces una persona opera con el móvil sabiendo lo que hace y cuántas otras se fía ciegamente de la inteligencia artificial que lo gobierna para que funcione correctamente y le guíe?.

Esta es la cuestión a la que quería llegar: ¿Cuánto importa la confianza en el funcionamiento de la sociedad digital en la que vivimos?. ¿Responden las grandes compañías tecnológicas (Google, Facebook, Microsoft, Appel, etc.) a la confianza que los ciudadanos depositamos en ellas y en su inteligencia artificial?.

El virus ransomware WannaCry que afectó a miles de grandes empresas en mayo pasado y se extendió por 150 países, no es una prueba muy alentadora. Si los cíber-delincuentes pueden poner en jaque a las grandes empresas, ¿qué no pueden hacer con nuestros móviles y ordenadores domésticos?. La desconfianza está más que justificada. Por supuesto que si te pones muy exigente, la solución pasa por arrojar todos tus dispositivos al mar y volver a los eremitas del siglo V, pero no hemos progresado en miles de años e inventado la digitalización para esto. Así que esa es una solución que no soluciona nada.

Tal vez la solución venga de la mano de la propia inteligencia artificial. Con frecuencia lo que trae la amenaza, trae también la oportunidad. Por de pronto la inteligencia artificial está aprendiendo a colaborar mejor que los humanos, pues tiene como misión hacer convivir la diversidad de aplicaciones. Si un usuario de un móvil Android descarga la aplicación WATSAPP, la inteligencia artificial de Facebook, tiene que aprender a colaborar con la inteligencia artificial de Google o Microsoft en beneficio del usuario. Los humanos llevan siglos practicando la no colaboración y la competencia inmisericorde. Basan el sistema económico en estas reglas. Afortunadamente las nuevas generaciones que conviven con la inteligencia artificial empiezan a estar hartas de esas reglas. Parece que prefieren compartir y colaborar. Esperemos que ese espíritu no se tuerza.

El riesgo es evidente. La maldad anda suelta en forma de ciber-delincuencia. Es cuestión de tiempo que la maldad llegue también a la inteligencia artificial. En ese momento los humanos tendrán un grave problema que afrontar. Nadie puede asegurar que la inteligencia artificial operará siempre bajo el principio de ayuda al ser humano. En cualquier caso los políticos de la nueva generación harían bien en empezar a preocuparse por la evolución de la inteligencia artificial para fomentar la que ayuda al ser humano y combatir con determinación la que lo perjudica. Me temo que no harán ni caso de mi consejo hasta que no se produzca una pérdida masiva de confianza en las tecnologías de internet a causa de un desastre tecnológico.

 

Alcobendas, 14 de junio de 2017.

 

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