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¿Os imagináis que habrían pensado nuestros padres o abuelos si les hubieran vaticinado que sus hijos o nietos irían a todas horas con un teléfono en el bolsillo y que con tal artilugio podrían no solo hablar con otras personas sin necesidad de cables sino también recibir mensajes de texto, hacer fotografías y enviarlas a otras personas, consultar el tiempo, participar en juegos, pedir un taxi e infinitas otras muchas cosas? Posiblemente no se lo habrían creído, como mi abuela, nacida en 1889, nunca se creyó que el hombre hubiera llegado a la Luna, pese a que le dio lugar a verlo en televisión (por cierto he leído que los teléfonos de la última generación tienen la capacidad de cálculo del sistema informático que en 1969 permitió a la NASA enviar el primer hombre a la Luna).
Pues cosas más increíbles que sobrepasan todo lo imaginado pueden ya hacer nuestros “smartphones” convertidos en la tecnología más popular de nuestra historia. He leído que actualmente la mitad de la población mundial, esto es 3.600 millones de seres dispone permanentemente de un móvil y que en los países desarrollados, fácil constatación, cada usuario dispone de más de una tarjeta SIM. El móvil se ha convertido en una herramienta universal y hasta los desesperados que huyen de guerras y calamidades sin cuento y que cruzan mares y fronteras prácticamente con lo puesto exponiendo sus vidas, se les ve en cambio, cuando con fortuna llegan a su destino, hablando de inmediato con el móvil.
A la gente, sea de un mundo o de otro le chifla el móvil y en nuestra sociedad opulenta nos hemos acostumbrado a él de tal manera que nos sentimos desnudos si salimos a la calle sin llevarlo consigo. Lo miramos cada pocos minutos e interrumpimos las conversaciones o la escritura para atenderlo (perdón, que ahora mismo me está sonando). Por eso no es extraño que los expertos hayan dado la voz de alarma y alertado de los riesgos que para nuestras mentes y conductas comporta el uso desaforado del móvil. Se quejan los padres de que sus hijos adolescentes estén enganchados al móvil las veinticuatro horas, ignorando cuanto les rodea, pero también los mayores estamos muchas veces prendidos del invento manteniendo con amigos, conocidos y desconocidos, “chácharas banales” que en otra época nos hubieran avergonzado.
Parece ser que ya hay en muchos países centros de desintoxicación tecnológica para personas que no pueden vivir ya sin sus móviles, tabletas u ordenadores. Su lema es “Desconectar para reconectar” y a uno que pretende ser un usuario siempre atento a que la distracción no se convierta en adición, preocupa este estado de cosas y quiere compartirlo con los lectores para que estén alerta, pues está en juego nuestra salud, inteligencia y quién sabe si el porvenir de las generaciones futuras.
No hay nada peor que ser inmovilista. Una persona inmovilista es la que vive anclada en el ayer, creyendo, erróneamente, que cualquiera tiempo pasado fue mejor. El inmovilista rechaza de plano todas aquellas ideas o creencias que van contra su rancia manera de pensar. Jamás se adaptará o transigirá, sino que, por el contrario, se jactará entre sus afines de no comulgar con los nuevos modos y modas. El inmovilismo es un proceso que se agudiza con la edad. Cuanto mayores nos hacemos, más nos precavemos del porvenir y más nos aferramos a lo que tenemos y a lo que somos. He conocido y conozco a muchas personas inmovilistas y, en verdad, me aterra la idea de llegar a convertirme en una de ellas.
Las cosas cambian de una manera acelerada y hay muchas personas mayores perturbadas por esos cambios. A la generación anterior a la nuestra les escandalizaba la permisividad sexual entre los jóvenes, no digamos nada de la homosexualidad que muchos todavía hoy “toleran” solo de boquilla. Costumbres y actitudes que antaño eran tachadas de pecaminosas hoy son totalmente normales y a todos nos parecen ridículos los motivos en que se fundaba su prohibición.
He leído hace poco tiempo una entrevista con el filósofo canadiense Charles Taylor (85 años), autor, entre otras obras de “La era secular”. Dice este caballero que estamos viviendo una situación completamente nueva en la historia de la humanidad: “Hemos pasado de una sociedad marcada por la cristiandad a otra abierta y diversificada” y que el reto al que todos nos enfrentamos es el de la convivencia entre creyentes y no creyentes dentro de una democracia (régimen de derecho y no de tolerancia) “en la que cada cual tenga el derecho de expresar su opinión, a votar como quiera, a practicar la religión que acepte”.
El inmovilista no aceptará de buen grado estos planteamientos. Para el inmovilista sus opiniones son leyes y descalificará a quienes le lleven la contraria pues el inmovilista, imbuido de un sentimiento de superioridad moral, cree siempre tener razón.
Según el mencionado filósofo para explicar y entender la nueva situación, necesitamos un nuevo lenguaje que dé cuenta de los nuevos significados. Temo que para muchos ya es demasiado tarde y que morirán aferrados a sus viejas creencias, escandalizados por la que ellos suponen pérdida de sentido de la vida y que no es más que la demostración de su incapacidad de adaptación al tiempo presente.
"Para conseguir buena letra es preciso coger bien la pluma, sin apretarla y escribir siempre despacio" recomendaban los cuadernillos de caligrafía que usamos en nuestros días colegiales. Como muchos chicos y chicas de mi generación, mis primeros pinitos de “escritor” lo fueron a fuerza de repetir trazos de letras y de copiar refranes para conseguir “una buena letra”, algo que nos decía el maestro era muy principal en la vida. En mi caso no lo consiguieron porque siempre he tenido una letra ilegible, terror de las secretarias.
Parece ser que en nuestros tiempos la caligrafía ya no está de moda. Sus últimos reductos, ¿hasta cuándo? son las recetas de los médicos y ¡cómo no! los “grafitti” que algunos elevan a la categoría de arte. Incluso hay quien se plantea eliminar la escritura de los programas escolares porque es más práctico para los niños y niñas aprender a manejar un teclado de ordenador o usar los pulgares para escribir “guasaps”. No puedo estar de acuerdo y protesto por ello en nombre de la civilización.
Siempre he envidiado a las personas que tienen una bonita caligrafía, que, por lo general son ¡que coincidencia! personas admirables. Me ha maravillado saber que, a través de los rasgos caligráficos de una persona desconocida, se puede llegar a conocer, no solo si es hombre o mujer, sino su psicología, aunque esto último no esté científicamente demostrado.
Quienes abogan por la resurrección de la caligrafía no son solo unos románticos de las letras sino personas convencidas de su utilidad para la enseñanza y para la vida. Cuando los niños aprenden “una buena letra” están trabajando también con su motricidad que le ha de servir para otros fines. Un escritor, Rafael Sánchez Ferlosio, escribió que “para superar los daños que le habían causado años de consumo abusivo de anfetaminas se dedicó a ejercicios caligráficos: “Yo creo que la caligrafía salva del alzhéimer””.
Una última razón para seguir practicando la caligrafía es que esta forma parte propia y exclusiva de nuestra individualidad. Ninguna persona escribe igual que otra, aunque pueda imitarse la letra y en una época en la que los derechos nos igualan a todos es saludable poseer rasgos que nos individualicen.
Escribamos a mano un ratito cada día, aunque sea la lista de la compra y, sosegados, tratemos de mejorar nuestra escritura para sentirnos más vivos en un mundo tecnificado poblado de ordenadores y teclados móviles como el que ahora estoy utilizando. Pero os prometo que, practicando con el ejemplo, cuando me levante de la silla voy a seguir copiando refranes a mano sobre un cuaderno con palillero y plumilla como en mis años infantiles. Todavía estoy a tiempo de mejorar mi letra.
Hace unas semanas (exactamente el pasado 26 de abril) se reunieron en la biblioteca de la Fundación Ortega-Marañón (calle Fortuny, 53) un grupo de personas “raras”, teniendo por tales a aquellas que en tiempos de degradación “ética y estética”, gustan del estudio y de la investigación, para rendir homenaje a la figura intelectual y humana de don Juan Marichal, uno de los grandes ensayistas españoles del siglo XX, fallecido en agosto de 2010.
El motivo era la presentación de un libro “Testimonio de un isleño. Juan Marichal”, editado por el Gobierno de Canarias y entre los “raros” reconocibles vimos a José Luis Abellán (“Historia crítica del pensamiento español”), José Varela Ortega (“Los amigos políticos”), Vicente Verdú (“El capitalismo funeral”), el catedrático de Derecho penal y ex juez del Tribunal Supremo, Enrique Bacigalupo y otros amigos y discípulos del autor de “El secreto de España”.
En la mesa, presidida por el director general de la Fundación Jesús Sánchez Lambás, estaban el periodista Juan Cruz, el catedrático e historiador Angel Viñas, la autora de la edición, biografía y cronología del libro presentado, Julia Cela, y la Consejera de Educación, Universidades, Cultura y Deporte, Milagros Luis Brito, que ha editado la obra y a quien desde aquí agradezco el obsequio de un ejemplar de este libro.
En el trascurso del acto, los oradores glosaron algunos rasgos definidores de la personalidad humana e intelectual de Marichal y contaron varias anécdotas de sus contactos con el maestro.
Jesus Sánchez Lambás se refirió, como rasgos de la personalidad del homnejeado, a su carácter discreto, prudente, fino y elegante y le situó como historiador a la altura de un Jover o de un Artola.
Juan Cruz, tinerfeño como Marichal, a quien conoció a finales de los 60, recordó como en los últimos años de su vida, ya con la mente sumida en sombras, se animaba repentinamente cuando le evocaba las arenas de la playa de El Médano en Granadilla y recordó que su lema en la vida fue aprender (“pasó la vida aprendiendo y trasmitiendo su saber”).
El profesor Viñas señaló su mutua admiración por la figura de Negrín y contó un detalle estremecedor: cuando Marichal volvió a España ya jubilado como catedrático en la Universidad de Harvard, Viñas, entonces director general de Universidades, intentó que alguna Universidad española le ofreciera una cátedra extraordinaria dotada por el Ministerio, pero ninguna se hizo eco de esta propuesta, ni para Marichal ni para Tuñón de Lara, otro ilustre catedrático proveniente del exilio.
Julia Cela, “alumna,admiradora y seguidora del maestro Marichal”, contó como había surgido la idea de escribir una biografía de Marichal, siendo este ya octogenario, tomando como base sus recuerdos desgranados en conversaciones grabadas en magnetofón en el salón de su domicilio madrileño de la calle Caracas nº 15.
Por última, la Consejera del Gobierno de Canarias, Milagros Luis Brito hizo alusión a los valores de tinerfeño universal del biografiado y al lugar que ocupa como primer historiador del ensayo español.
Con posterioridad al acto he leído con verdadero placer la biografía del maestro, escrita por Julia Cela. Destaca la biógrafa como rasgos de la personalidad de Marichal, su bondad, sencillez, buena educación, adquirida desde la infancia, su respeto hacia el otro y su elegancia de maneras en el trato diario con los demás, pareja a su elegancia en el vestir, rasgos todos ellos propios de un verdadero intelectual, destacando sobre los demás su ansia de saber, de aprender algo nuevo todos los días, lo que le llevó, desde muy joven, a plasmar todas esas inquietudes en una gran obra que como dijo la hispanista, de origen lituano, Biruté Ciplijuskaité “ha sabido unir la filosofía y la historia, aplicándolas a la literatura para conseguir una visión integral”.
No se si la biografía de Marichal, escrita desde el respeto (siempre le llama don Juan, lo mismo que algunos llamaban a Azaña don Manuel) y el cariño, será la definitiva o no. Abunda en informaciones de tipo académico y pasa rozando por aspectos mas personales e íntimos de su vida como corresponde a la personalidad discreta del biografiado. No obstante alguna cosa revela que al maestro quizás le hubiera gustado ocultar, como sus desvelos para que restituyeran a sus cátedras a los profesores expulsados por el el franquismo de la Universidad española, Tierno Galván o Aranguren1, utilizando sus contactos con catedráticos norteamericanos influyentes en los ambientes políticos. Creo que es una biografía suficiente (no una minibiografía, como la calificó Viñas), ilustrada, en el plano mas humano, con fotografías personales y familiares del fondo fotográfico de su hijo Carlos Marichal, en las que aparece Juan Marichal de niño y de joven, en escenas familiares con su mujer Solita Salinas con quien formó “una de las parejas mas compenetradas que hayamos conocido”, con sus hijos, Carlos y Miguel, su suegro, el poeta Pedro Salinas, ambos se profesaban mutua admiración que en el caso de don Juan era verdadera veneración, con su cuñado Jaime Salinas....
El libro se completa con una serie de textos de Marichal relacionados con Canarias, unos de carácter autobiográfico, otros sobre Canarias o acerca de personalidades canarias, algunos ya publicados en libros y revistas, otros inéditos. Entre estos últimos los que mas me han interesado son los dos siguientes: el titulado “Canarias y la universalización de la cultura hispánica”2 en el que alerta del riesgo para las autonomías “uno de los logros institucionales y políticos mas firmes de la restaurada democracia española”, de la particularización (descentralización) de la cultura y advierte sagazmente: “La universalización de la cultura española está todavía por completarse, y no se logrará mientras no haya españoles que dediquen sus vidas al estudio de otras culturas, como los hispanistas que trabajan sobre España”. El otro es un texto sobre Galdós “Para Canarias, Galdós hoy”3 en el que subraya la significación del Galdós liberal como antecesor de los escritores españoles que hicieron de sus vidas y de sus obras una lucha constante por la libertad política y espiritual.
Juan Marichal fue uno de los intelectuales que mas han contribuido al conocimiento del pensamiento de habla hispana. Los españoles que éramos jóvenes en los años 60 y 70 le debemos el descubrimiento de don Manuel Azaña, en los cuatro tomos de la Editorial Oasis “ya muy difíciles de localizar” que, afortunadamente en mi caso, poseo y ocupan lugar preferente en mi biblioteca, al igual que varias de las obras de don Juan con dedicatoria autógrafa, regaladas por una buena amiga.
No tuve el honor y la satisfacción de conocer personalmente a don Juan Marichal, pero he podido disfrutar, y sigo, del placer de la lectura de sus obras (los libros nunca mueren), escritas en un estilo claro y preciso, “con voluntad de estilo”, fundamentales para la historia del pensamiento español y e imprescindibles para entendernos entre nosotros en la complicada hora actual de España.
1La autora cita también a Morodo, pero debe tratarse de un error, pues si no estoy equivocado, Raúl Morodo no fue catedrático de Derecho político y Constitucional hasta 1976, ya muerto Franco.
2Conferencia pronunciada en el Congreso de Cultura de Canarias el 10 de noviembre de 1986.
3Conferencia leída en Las Palmas de Gran Canaria el 5 de marzo de 1990
Dice Karl Vosser que los proverbios son fórmulas o sentencias suspendidas y ondulantes entre el concepto y la intuición, la verdad y la ficción, que contienen la sabiduría y filosofía práctica de muchas generaciones expresadas en forma popular, y, a veces, semipoética.
La frase proverbial “Pasar más hambre que un maestro de escuela”, que todavía se usa como muletilla en la conversación, alude a la desdichada situación económica por las que pasaron los maestros de enseñanza primaria durante el siglo XIX debido lo escaso de su retribución y a lo incierto de su percepción o devengo.
Históricamente, desde Fernando VII a Alfonso XIII, los maestros de enseñanza primaria formaban una profesión marcada por la penuria económica y cultural. Cualquier estudio sobre el magisterio español en el siglo XIX y parte del XX –y los hay excelentes como los de Ruiz Berrio, Beatriz Baltanaz o Ruiz Rodrigo- destapa la escasa consideración social que se tenía a los docentes, lo que corrobora la literatura costumbrista coetánea. Alejandro Fernández Pombo, en su tesis doctoral “El profesor en la sociedad española del siglo XIX a través de la literatura”, ha entresacado numerosos ejemplos literarios de las obras de Galdós, Valera, Ganivet o Blasco Ibáñez. También Amando de Miguel en su libro “La España de nuestros abuelos” cita, en relación con “la figura entrañable de los maestros”, los testimonios, entre otros, de Palacio Valdés y Martinez Baselga.
Como exponente de estas citas, baste el feroz juicio que hace Emilia Pardo Bazán en “La vida contemporánea”, al referirse a la vida española de su tiempo:
“Educación? Para eso están los maestros de escuela con sus ayunos al traspaso y sus hambres calagurritanas”.
La musa popular también hizo de este tópico, blanco de burlas y chanzas, como evidencia este cantar popular que entonaba la Murga gaditana:
El ministro de Fomento...
¡huy que portento!...
dice que les va a pagar...
¿Será verdad?...
a los maestros de escuela...
¡Viva su abuela!...
toda la paga atrasá...
De hecho, la mezquindad de los sueldos fue la causa de que los hombres prefirieran profesiones mejor remuneradas y se ofreciera a las mujeres el ejercicio profesional como maestras, haciendo traslado a las mismas de su proverbial pobreza.
Tuvo que ser el Conde de Romanones quién adoptara las medidas oportunas para el pago de los maestros corriese a cargo del Estado. En efecto, por Real Decreto de 26 de octubre y Ley Económica de 31 de diciembre de 1901, pasaron a depender del presupuesto del Estado las atenciones de Primera Enseñanza, exceptuadas las de las Provincias Vascongadas y Navarra, dejando estas “sagradas obligaciones” de depender de los municipios que frecuentemente las olvidaban, dejando a deber a los maestros años enteros de sus mezquinos sueldos y obligándoles, por tanto, a mendigar o literalmente, a morirse de hambre.
La II República hizo lo que pudo para dignificar la figura del maestro. De hecho, como recuerda la escritora, recientemente fallecida, Josefina Aldecoa en su “Historia de una maestra”, un gran número de maestros hicieron práctica profesional de su fe republicana. El personaje del maestro que interpreta Fernán Gómez en la exitosa película “La lengua de las mariposas” es fiel reflejo de esa circunstancia. Eminentes pedagogos como Manuel Bartolomé Cossío inspiraron campañas como las Misiones Pedagógicas que tuvieron gran eco dentro y fuera de España.
Con la Dictadura de Franco volvió a decaer el papel de los maestros, muchos de los cuales sufrieron en sus propias carnes el rigor de la depuración (y aún males mayores). En su tesis “La depuración del magisterio nacional”, el historiador Moreno Valero cifra en más de 60.000 el número de maestros represaliados o que se vieron obligados a dejar sus puestos a partir de 1939.
En realidad represaliados resultaron todos los integrantes del Cuerpo de Maestros pues todos fueron separados del ejercicio de la profesión, bajo presunción de culpabilidad y obligados los que quisieron y pudieron reintegrarse, a demostrar, a través del alcalde o del cura, que no eran desafectos al nuevo régimen. A estos efectos, Josep Fontana señala que la depuración de los maestros no solo pretendía apartar de la enseñanza a los que no compartían el ideario de los sublevados, sino reducir su número para cerrar escuelas1. Por su parte, María Antonia Iglesias, en un libro reciente “Los maestros de la República”2 nos refiere algunos de los casos mas terribles de maestros, víctimas de la represión, e, igualmente Iñaki Pinedo, en el documental de cincuenta minutos de duración titulado “La escuela fusilada” hace un repaso de esta memoria con testimonios de la represión sufrida por los maestros durante y después de la guerra civil.
Durante los años 40 y 50 del pasado siglo, el magisterio nacional se convirtió en una salida natural para las clases medias rurales. A lo largo de estos años se acentuó, además, la diferenciación social entre el maestro de primera enseñanza y el catedrático (o profesor agregado) de Bachillerato, licenciado universitario, procedente en su mayor parte, de las clases medias urbanas y poseedor de un mayor nivel cultural.
La reformas educativas de los años 70 y el posterior proceso democratizador en la enseñanza y en la sociedad, trajeron consigo, junto con el incremento de la demanda educativa y su correlativo aumento de aulas y profesores, una mayor exigencia social por lo que se ha venido en llamar la “calidad de la enseñanza”, traducida también en una mayor participación de los padres de los alumnos en la vida de los centros docentes así como un cambio notable en las relaciones profesor-alumnos, sin descartar los aspectos conflictivos de estas interrelaciones, hoy día agudizados.
Paralelamente, y a pesar de la problemática que pesa en torno al polémica sobre la Educación en España, ha ido creciendo el aprecio social por los profesores. Si en el curso 1991-1992, según una encuesta realizada por la OCDE, esta consideración social se mantenía todavía baja, por debajo de la media de otros países, en 2006 y según los resultados de un estudio de opinión pública efectuado por la Fundación BBVA, los maestros (los profesores, en general) son, junto a los científicos y médicos, los grupos profesionales que mayor confianza suscitan entre los españoles.
Los maestros, escribió la citada Josefina Aldecoa, hija y nieta de maestras, son los “héroes sociales” que han puesto en nuestras vidas las bases mas importantes, los pilares mas firmes para nuestra formación profesional y humana.
Al recordar con esta breve nota la evolución del magisterio en España, quiero invitar a los lectores de este blog a que, a su vez, recuerden por un momento a aquellos profesores que contribuyeron a su formación, rindiéndoles, aunque no sea sino en su fuero interno, el agradecido homenaje que su memoria merece.
1Josep Fontana “La caza del maestro”. El País 10 de agosto de 2006
2María Antonia Iglesias “Los maestros de la República” La Esfera de los Libros, 2006
En 1910, por Real Decreto de 6 de mayo, se creó la Residencia de Estudiantes, sin duda, hasta 1936, “el primer centro cultural de España y una de las experiencias mas vivas y fructíferas de creación, difusión e intercambio científico y artístico de la Europa de entreguerras”1.
Con motivo de su centenario, la Residencia está desarrollando a lo largo de 2010 y 2011 un amplio programa, de exposiciones, publicaciones, conciertos, conferencias y otros eventos a través de los cuales se pretende mostrar cual ha sido el legado cultural y científico de esta institución presente hasta nuestros días. Otras instituciones, en colaboración con la Residencia de Estudiantes, como la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales o la Fundación “la Caixa” se han sumado a los actos de centenario de este mágico y mítico templo de nuestra cultura cívica.
Una de estas iniciativas, mas o menos coordinadas con los actos conmemorativos de la efemérides, pero, al menos coincidente en las fechas, es la exposición titulada “La Biblioteca de la Antigua Residencia de Estudiantes en la Universidad Complutense: los fondos del Colegio Mayor Ximénez de Cisneros”, organizada por la Universidad Complutense de Madrid a cuya inauguración he tenido el gusto de asistir el pasado día 3 de marzo en la sede de la Biblioteca Histórica “Marqués de Valdecilla”, calle de Noviciado, 3.
Por el prospecto de la exposición me entero de que en 1943 se trasladaron al Colegio Mayor Ximénez de Cisneros de la Universidad de Madrid, en la Ciudad Universitaria, “la biblioteca y otros enseres del clausurada Residencia de Estudiantes en la calle Pinar”. Parece que el “factotum” de ello fue Pedro Laín Entralgo (1908-2001), antiguo pensionista de la Junta de Ampliación de Estudios y director en 1940 de las ruinas físicas e intelectuales de la Residencia de Estudiantes (llamada entonces Residencia Jiménez de Cisneros). Ignorados quedaron estos libros de la biblioteca de la Residencia, acumulando polvo y telarañas, hasta que ahora, cincuenta años mas tarde, la Universidad Complutense los ha rescatado y catalogado. Son, según nos cuenta, el director del Colegio Mayor Ximénez de Cisneros, José Luis González Llavona unos 1.000 los ejemplares catalogados y unos 170 los expuestos. El tiempo, la incuria, la “tremenda dejadez” y el escaso control sobre estos fondos ha hecho que su número haya mermado notablemente por destrucción o “descuidos, de tal forma que de la magnífica biblioteca que debió tener la residencia no queda, probablemente, mas de una décima parte.
Los que quedan se reconocen porque llevan el sello de la Residencia (o del Comité Hispano Inglesa o de la Sociedad de Cursos y Conferencias), ex libris, firmas y dedicatorias. Entre ellos figuran libros de autores tan variados como Kant, Azorín, Alfonso Reyes, John M. Keynes, H.G. Wells, Adolfo Posada, Julio Rey Pastor, Rubén Darío, Lenin, Gómez de la Serna, Gabriel Miró, Cesare Lombroso, Concepción Arenal y muchos más. Son los restos del naufragio, libros batidos por el tiempo y por la historia, algunos muy fatigados, que se pueden curiosear en las diez secciones en la que se ha dividido la exposición, atendiendo a su temática. Otros expositores están dedicados al propio funcionamiento de la biblioteca, formas de adquisición de libros, por compra, intercambio, legados etc, encuadernación institucional y sobre libros y lecturas.
He oído contar que en el Colegio Mayor Teresa de Jesús hay otros cinco mil libros, procedentes de la Residencia de Señoritas, esperando ser catalogados.
Una vez visitada la exposición y reconociendo el buen trabajo realizado por la Universidad Complutense, no puedo por menos de pensar que el sitio de estos libros está en la biblioteca (o Centro de Documentación) de la Residencia de Estudiantes, de donde estos libros fueron sacados y adonde, pienso yo, deberían volver, en un gesto académico que honraría a la institución universitaria que los guarda.
1Carlos Abella. “Dali, Lorca y la Residencia de Estudiantes". Obra Social Fundación “la Caixa” 2010.
Las últimas noticias las ha leído recientemente, pero su pista la vengo siguiendo desde 2001 [1] . Resulta que en el comedor del castillo de Auckland, al norte de Inglaterra, residencia del obispo de Durham, se guardan, desde 1756, una serie de doce cuadros de Zurbarán conocidos como “Las doce tribus de Israel. Jacob y sus hijos”. Son un conjunto de doce lienzos, de grandes proporciones (1.98 metros de alto por 1.02 de ancho) cada uno con una figura de tamaño natural, ambientada en un fondo de paisaje y referida al pasaje del Génesis (49, 1-18) en que Jacob moribundo, bendice a sus doce hijos conjeturándoles el porvenir. Los cuadros ostentan, junto al nombre del personaje representado, un número romano indicativo del orden que ocupan en la relación bíblica. Son: Jacob. Rubén I. Simeón II. Leví III. Judá IV. Zabulón V. Isacar VI. Dan VII. Gad VIII. Aser IX. Neftalí X. José XI. Benjamín (este último es una copia del original realizada en el siglo XVIII).
La historia de estos lienzos es cuanto menos novelesca. Se cree que fueron pintados en el taller de Zurbarán para alguna iglesia o convento de la América hispana. Es conocido el ciclo exportador de este maestro y su taller, especialmente al Perú, a a partir de 1637 o 1638, lo que daría lugar, por imitación de los modelos que habían dado fama al pintor de Fuentetodos, a un comercio masivo de obras de arte realizadas por pintores sevillanos casi desconocidos hacia este floreciente mercado hispanomericano [2] . El barco que los trasportaba a América, quizás a Méjico, se cree que fue apresado por unos corsarios ingleses y su cargamento llevado a Inglaterra donde los cuadros aparecieron en 1756 en poder de un comerciante judío de origen portugués, de nombre James Mendez, establecido en Surrey. Fue a la muerte de dueño, cuando el obispo de Durham, Richard Trevor (1707-1771), que nunca antes había mostrado interés en la adquisición de obras de arte de cuadros, adquirió doce de los trece cuadros por unas 124 libras para colgarlos en el “Long Dining Room” en el castillo de Auckland, luego de la realización de obras de ampliación, iluminación y decoración de este espacio. Únicamente no pudo comprar el último de los cuadros que representaba a Benjamín el cual fue adquirido por un comprado de nombre Jones Raymond y ahora se exhibe en Grimsthorpe Castle, en Lincolshire. No obstante el obispo consiguió que un amigo de Raymond, el artista, copista y crítico de arte Arthur Pond, le hiciera una copia de este lienzo.
Figura interesante la de este obispo Trevor. Fue un decidido defensor de los derechos de los judíos en Inglaterra. Unos años antes de la compra de los “Zurbaranes”, en 1749, había conseguido el apoyo de otros obispos para la aprobación del respaldo del “Jew Bill” que permitía a los inmigrantes judíos naturalizarse británicos. El hecho de comprar los cuadros y exponerlos en el comedor del castillo puede interpretarse como el deseo por su parte de dejar pública constancia ante sus influyentes y distinguidos invitados de que los judíos eran una comunidad valiosa para el porvenir de Inglaterra.
Desde entonces los cuadros, de imponente tamaño, apenas han salido del lugar donde fueron colocados, aunque, en 1995 (del 16 de febrero al 30 de abril) fueron expuestos en el Museo del Prado, en una exposición que lamento haberme perdido. En el catálogo de esta exposición figura un extenso artículo del profesor de Historia del Arte de la Universidad de Alcalá de Henares, Benito Navarrete, en que considera a esta serie como cuadros de la máxima calidad solo comparables a los que pintó Zurbarán para la Cartuja de Jerez, en 1639, actualmente en el Museo de Grenoble[3] . Opinión que no es compartida por otro experto, Enrique Valdivielso, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla quien afirma que no son de lo mejor de la extensa producción del artista: “Están realizados con gran participación del obrador del pintor. Se percibe en ellos el trazo de alguno de sus discípulos. Entonces trabajaban casi en serie. Y del obrador de Zurbarán, que además tenía fábrica y tienda propia salían centenares de cuadros” [4]
Pues bien el asunto es que los Church Commisioners, el organismo que maneja las propiedades y los bienes de la iglesia anglicana, esta tratando de vender estos cuadros cuyo valor en el mercado del arte se estima en unos 24 millones de dólares. La razón de la pretendida venta es clara: la iglesia anglicana necesita dinero. Con la venta de las pinturas, cuyo coste de mantenimiento y seguridad es elevado, se podría atender -dicen- las necesidades de las parroquias pobres y de la clerecía durante al menos diez años. La progresión de las hipótesis de venta no acaba en las pinturas, el propio castillo de Auckland, que ahora alquila sus instalaciones para eventos como bodas, podrá estar también en el punto de mira de las enajenaciones.
La posible venta ha levantado críticas en la comunidad anglicana (en especial por parte del director del Museo Británico Neil Mac Gregor y del ex obispo de Durham, Tom Wright), por eso sus promotores han encargado a una agencia de relaciones públicas que vaya “allanando el terreno” antes de proceder en los próximos meses a su venta en la casa de subastas Sotheby´s.
Lo ideal dicen los expertos es que no se desmembrara la colección, si no que, si llegara a venderse, sería conveniente que fuera aparar a un solo comprador. Hay quien dice que ya hay bimillonarios rusos tras de ella. Hasta el momento ningún responsable cultural o de museos español se ha pronunciado sobre un posible interés de la colección para su adquisición por el Estado español agobiado financieramente en una época de “vacas flacas”. Ahora bien, a muchos españoles, entre los que me cuento, les gustaría que esta colección, pintada en España, por un maestro español de la talla de Francisco de Zurbarán, (aunque fuera con ayuda de su taller) retornara a España, su patria de origen. El esfuerzo económico, con la ayuda de patrocinadores privados, merecería la pena y las generaciones actual y futuras lo sabrían valorar y agradecer. Amén que quiere decir “así sea”.
Notas
[1] “La Iglesia anglicana pone en venta su colección de Zurbarán”. El País 21.09.01
[2] Este mismo año hemos podido ver uno de estos cuadros “americanos” de Zurbaran en la exposición “Pintura de los Reinos. Identidades compartidas en el mundo hispánico”, en concreto, “Santiago el Mayor, perteneciente a la serie “el Apostolado” de l colección de la Orden Franciscana Seglar del Convento de San Francisco de Lima.
[3] No he podido comprobar este aserto en el catálogo citado, que no tengo, pero contrasta este juicio con el del mismo historiador recogido en el diario El Pais de 21.09.01: “Es una serie de una calidad muy variable, donde, sin ser autógrafa, intervinieron el pintor y su obrador. Es la primera de ellas y existen otras dos en América pintadas por el taller. Por el conjunto hago una estimación de mil millones [de pesetas], como mucho”.
[4] Zurbarán "el anglicano", El País, 6 de febrero de 2011