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Tendría yo unos ocho años (lo deduzco más por la cronología de los hechos que por mi memoria) cuando aparecieron por el edificio en el que yo vivía en Madrid dos chavales húngaros de edad aproximada a la mía. Con ellos bajaba a jugar a la calle y a intercambiar palabras de nuestras lenguas como otros chicos intercambiaban cromos de futbolistas o bolas de jugar al gua. Creo que ellos aprendieron a hablar español correctamente mientras que yo apenas logré entender dos o tres palabras con las que me lucía en las comidas familiares pero que he olvidado por completo.
No habría vuelto a acordarme de ellos de no ser por las imágenes recientes de la estación de trenes de Budapest atiborrada de emigrantes que huyen de la guerra (las guerras) en oriente medio.
Cómo ellos, los niños húngaros habían huido. En su caso, de la brutal represión que siguió al fracaso de la revolución de otoño de 1956: Un buen día su madre, según contaban en casa, se hartó, cogió una bicicleta, una mochila y a los niños y se fue al bosque a buscar setas. Y así, tras da roda, llegó a la frontera y acabó después por aterrizar en España, en casa de otra húngara, Doña Ilona, no sé si familia o amiga, quien vivía ya en el edificio desde hacía unos años. Pasaron allí un tiempo, se fueron, y no los he vuelto a ver.
Por la improvisación de la que están haciendo gala los gobiernos, se diría que están ante un fenómeno excepcional, que no hubiera pasado antes. Sin embargo yo mismo, a lo largo de mi vida he conocido personalmente, además de a los chicos húngaros, a refugiados de Nicaragua, Chile, Argentina, Sahara, Libano y Palestina. No han sido los únicos casos: Por las noticias he sabido de los éxodos en los Balcanes, de los boatspeople, etc. Y mención aparte merecen las oleadas de inmigrantes venidos de los países del este cuando celebrábamos las caídas de los muros en vez de levantarlos. Muchos países europeos, hoy prósperos, veían hace relativamente poco como sus habitantes tenían que huir literalmente y con grandes riesgos, de la miseria, el fanatismo y la violencia. Parece que se llevaron con ellos toda nuestra dignidad.
Cómo le pasaría a la húngara de la bicicleta, la decisión de emprender viaje no es cosa fácil para un candidato a refugiado, ni siquiera para un emigrante económico: Dejarlo todo, arrostrar peligros y encarar un futuro incierto.Hoy en día, acostumbrados a los viajes de turismo y placer, apenas si nos percatamos de que hay otros viajesen los que la gente huye, enlos que la gente busca, en los que la gente muere: Un paquebote de cruceros puede coincidir con un esquife de fortuna en el Mediterráneo sin siquiera verlo.
Hasta que viene a darnos un aldabonazo ese niño varado en la playa, un pelín cabezón (aún un bebé) y con el culo en pompa. Del que solo la postura poco natural de los brazos nos indica que no está dormido. Para él también, cómo para los niños húngaros, sus padres buscaban un futuro mejor.
Creo que fue Marx el que dijo (no sé si de su cacumen o citando a alguien) que la historia se escribe dos veces, una como tragedia y otra como comedia. Parece que los humanos nos empeñamos en darle la razón haciendo el ridículo siempre que podemos.
El próximo 18 de junio hará justo doscientos años desde que se libró la batalla de Waterloo, que terminó con el imperio de Napoleón, tras el sobresalto de los cien días, y cambió el mapa político de Europa incluida la creación del Reino Unido de los Países Bajos del que se independizará poco después la actual Bélgica, que, paradójicamente, había sido modernizada bajo el dominio francés.
Fue una batalla sangrienta en la que se perdieron 55000 vidas. Lejos de los records habituales, sobre todo de los actuales dónde los civiles mueren a mansalva, pero impresionante si se tiene en cuenta que sólo duró doce horas.
Conmemorar las batallas es algo habitual. Sobre todo las victorias (¿Qué ciudad importante no tiene su arco del triunfo?) pero todos sabemos que también hay países a los que les gusta celebrar sus derrotas, sobre todo si están orgullosos de ellas: Para los griegos la defensa del paso de las Termópilas es una gesta nacional. Cómo para nosotros Numancia.
Los franceses, sin embargo, no deben estar muy orgullosos de su papel en Waterloo porque han puesto el grito en el cielo cuando los belgas, que combatieron como aliados de los ingleses, han intentado acuñar una moneda de dos euros con el león de Waterloo en una de sus caras.
No sé si el público en general, salvo los coleccionistas, suele fijarse mucho en los grabados de las monedas. A lo sumo las guardamos cuando están relucientes y tenemos una tendencia natural a soltar las más viejas o usadas, ley de Gresham obliga, sin indagar mucho a que viene uno u otro motivo. A pesar de eso, sesudas mentes europeas, reunidas en el ECOFIN han decidido que era muy feo molestar al vecino recordándole sus derrotas. Y cómo las tonterías nunca vienen solas, o quizás para compensar, también se ha impedido a Francia emitir una moneda conmemorando la batalla de Mariñano en la que vencieron a los milaneses y suizos hace ahora 500 años.
No sé lo que harán los franceses, pero los belgas, que tienen una gran habilidad para encontrar soluciones a todo, han decidido finalmente acuñar una moneda de 2,50 euros. Cómo no tendrá curso legal difícilmente podrá oponerse el ECOFIN, así que la moneda existirá y tendrá el mismo status que tienen las monedas conmemorativas que desde hace tiempo se venden al pie de la colina del Mont Saint Jean, cerca de Waterloo, una de ellas con el mismo león en una cara, y que son acuñadas por …. surprise ! … La casa de la moneda de la República francesa
Cualquiera que haya entrado alguna vez en un casino y haya apostado una ficha, aunque sea pequeña, a la ruleta, ha conocido ese momento mágico en el que la rueda empieza a girar más lentamente y los números empiezan a hacerse visibles. En nuestro fuero interno todos empezamos a especular haciendo cálculos imposibles, tratando de adelantarnos al destino incluso a sabiendas de que no podemos cambiarlo porque, mesdames et messieurs, les jeux sont faits.
Antes era más fácil. Cualquiera podía jugar a adivino porque lo único que había que acertar era si el partido favorito podría gobernar sólo o tendría que hablar catalán en la intimidad. Ahora, a cada partido favorito le ha salido un clon, un hijo rebelde que aspira a comérselo aunque sea a base de mimetizarlo: un espejo mágico donde los votantes quieren verse sin la caspa de la casta, sin los granos de la corrupción, sin las arrugas del cansancio por las recetas fallidas.
Unos y otros se miran de reojo al tiempo que contemplan las evoluciones de la bolita en la corona superior a la de los números: A golpe de encuesta van atisbándose posibles resultados: Par, impar; Rojo, negro; Izquierda, derecha. Todos saben que ninguno podrá hacer saltar la banca, así que lo importante es hacer guiños a unos y otros sin perder en el intento todo su capital político.
Los nuevos partidos políticos tienen el atractivo de su frescura. Y en un país donde cada uno lleva un ministro de economía o de trabajo, incluso uno de asuntos exteriores, en el bolsillo, la crítica da réditos. Es este clima de ruptura con el pasado el que han sabido aprovechar tanto Podemos como ciudadanos para plantar cara a sus hermanos mayores, llevándose, de paso, por delante a los que lo habían intentado cuando los tiempos no estaban maduros.
Pero todo tiene sus límites y las cargas de podemos contra Izquierda Unida y de Ciudadanos contra UPyD no eran sino maniobras tácticas para volver a lo que es el objetivo de todo partido que aspire a gobernar en los países de nuestro entorno: Ocupar el centro.
Este proceso se ha cobrado ya sus víctimas en un Podemos que cada vez quiere parecerse más al PSOE y, de otra forma, porque su origen y evolución es diferente, afectará también a Ciudadanos. ¿Cómo se recompondrán izquierda y derecha tras todo este barullo? ¿Volveremos al bipartidismo imperfecto, sea quien sea quien resulte ganador en cada bando, o se consolidarán cuatro grandes partidos a nivel nacional?
La sucesión de acontecimientos electorales (más aún que la ausencia de cultura de pactos que es un recurso manido: se aprende rápido) va a hacer que los resultados sean de difícil digestión, cómo en Andalucía donde, si no fuera por las municipales y autonómicas hace ya semanas que tendríamos gobierno, con o sin Chaves dimitido de todos sus cargos.
Porque el talón de Aquiles, tanto de Podemos como de Ciudadanos es su ambigüedad. Se puede repetir hasta la saciedad que ya no importa lo de derechas o izquierdas, pero la realidad es tozuda. Creo que fue Mariano Fernandez Enguita (perdón si me equivoco) quien publicó hace un tiempo en Facebook la percepción de los ciudadanos: Podemos aparecía a la izquierda del PSOE pero no tanto cómo IU y el más transversal de todos era Ciudadanos (la campana de Gauss perfecta). No sólo por eso, sino por su posición en el espectro, parece que Ciudadanos puede ser la pareja de baile deseada por todos, a condición de que tenga la talla suficiente para bailar en pareja.
Así que se avecinan tiempos complicados en los que se evocarán toda suerte de espectros políticos: El frente nacional; La gran coalición; La pinza. Cada uno sentirá el vértigo de la bolita girando con la mirada puesta en noviembre y en las consecuencias de un paso mal dado. Pero al final cada uno tendrá que optar y definirse porque incluso para cambiar el sistema hay que tomar el poder.
Herrar o quitar el banco. Pero que nos ahorren las votaciones sin fin y los discursos sin lógica.
Está de moda decir que la culpa de todos los males la tiene el bipartidismo. Puede ser. De momento, los partidos que denuncian el bipartidismo han conseguido una gran victoria cargándose a los dos partidos más pequeños del arco parlamentario. Que a su vez denunciaban también el bipartidismo.
He conocido, de lejos o de cerca, países con diversos sistemas y no me ha parecido nunca que hubiera una correlación del tipo a menos partidos, más corrupción. La casuística es muy variada y da para todo. Si hay, lógicamente aunque con bastantes excepciones, una tendencia a que los sistemas electorales mayoritarios den lugar a grandes partidos (o coaliciones) y que los proporcionales permitan la floración de más partidos que al final tienen que entenderse en pactos post electorales.
Por otra parte, es claro que la calidad del sistema electoral (sea mayoritario o proporcional) determina la calidad de la democracia. No se trata sólo de que aspectos técnicos cómo el tamaño o distribución de las circunscripciones pueda beneficiar a unos u otros sino, sobre todo, de que, en función del mecanismo para ser candidato y eventualmente elegido, el diputado (u otro cargo electo) se sentirá responsable de sus actos ante el conjunto de los ciudadanos o únicamente ante la estructura del partido que lo colocó en la lista.
El sistema electoral español provoca la ilusión de que los ciudadanos eligen a sus representantes, lo cual no es totalmente cierto. En puridad, el ciudadano vota listas y elige cuantos escaños le tocarán a cada partido, pero es el partido quien determina a la hora de hacer las listas, quienes tienen prioridad para sentarse en esos escaños. Por supuesto, la presencia de determinados nombres puede atraer más o menos votos pero no necesariamente en beneficio de la persona atractiva.
Así las cosas, los elegidos se deberán a los aparatos que los han puesto en las listas más que a los ciudadanos que han votado a estas. Está claro que el sistema democrático queda muy resentido de la ausencia de eso que los anglófonos llaman accountability.
Tan resentido que ha llegado a ser obvio que algún tipo de remedio había que poner. Tiene el PSOE el mérito de haber sido el primero en importar el sistema de las primarias, que en los países que yo sé que se utiliza tiene otras funciones, y ahora lo utilizan muchos partidos. Lamentablemente no se ha ido más lejos. Hubiera sido preferible modificar el sistema electoral con fórmulas más adaptadas a la democracia (listas abiertas, circunscripciones uninominales u otras) pero para los partidos las primarias, dando satisfacción a la ilusión de democrática, tienen la ventaja de que no son obligatorias y, además, sus efectos son reversibles.
Este último aspecto lo conoce bien mi hermana Concha. Cómo, lógicamente, es un tema en el que no soy imparcial, me limitaré a los hechos más claros:
Luis Tudanca, secretario general del PSOE en Castilla y León, él mismo elegido en primarias, animó a todas las agrupaciones de la región a realizar procesos de primarias para escoger a los candidatos a las diversas elecciones. A su rueda, la agrupación de Béjar, en la que milita mi hermana, se puso a la tarea de hacer unas primarias para las candidaturas por Salamanca a las Cortes de Castilla y León. Lista en la que tradicionalmente Béjar ha llevado el segundo candidato. El propio Luis Tudanca estuvo en Béjar prometiendo que la voz de los militantes se tendría "muy en cuenta"
El caso es que mi hermana arrasó. Y al hacerlo, técnicamente, debía reemplazar a la actual procuradora de Béjar, candidata en anteriores ocasiones. El problema es que esta señora habría apoyado al secretario general regional cuando éste desbancó al anterior.
Así que de Béjar a Salamanca algún papel se traspapeló y mi hermana, con el ochenta por ciento de los votos de los militantes se cayó de la lista. Parece que Luis Tudanca, al final, tuvo que optar entre pagar favores o mantener su palabra. No sé si su elección tendrá algún efecto positivo para él mismo pero de paso se ha cargado la agrupación de Béjar y ha mostrado lo grande que le viene el sillón que en el pasado ocuparon hombres de la talla de Demetrio Madrid o Jaime Gonzalez.
Y una parte de la soberanía popular estará representada por una persona a la que sus propios compañeros han negado su apoyo. Supongo que, en su ingenuidad, se creerá que es una élue du peuple.
Así que ya va siendo hora de que el PSOE de un paso más y, más allá del parche de las primarias, se plantee una reforma electoral que profundice en la democracia y que impida estos esperpentos.
A mí también me gustaría ser secretario general de la FSM, ¿Cómo no? Aunque no puedo decir que sea la ilusión de mi vida. En realidad la ilusión de mi vida era ser director de cine y me quedé de funcionario, eso sí por partida doble.
Para Antonio Miguel Carmona, la ilusión de su vida es ser secretario de la FSM, pero se tendrá que conformar con ser alcalde de Madrid. Sin embargo, ser alcalde de Madrid es, o era, la ilusión de Juan Carlos Monedero quien seguramente ocupará algún otro puesto. Merecido, que por algo se ha pasado la vida, según parece, siendo el alma de la emisión “la tuerka” que es a PODEMOS lo que la abadía de Monserrat al nacionalismo catalán.
Y probablemente, ese puesto de Monedero será la ilusión de algún otro que, más abajo en la cadena trófica, tendrá que conformarse con menos, o con nada: ¡Valle de lágrimas!
Así que parece que se avecina un interesante juego de sillas musicales. Y eso sin tener en cuenta las ilusiones de los del PP, incluida Esperanza Aguirre, cuya mayor ilusión es la de tener bajo su mando a los agentes de movilidad del ayuntamiento de Madrid.
Y en todo este asunto, lo sorprendente es la cantidad de gente que descubre ahora que su mayor ilusión es ser presidente de la Comunidad de Madrid. Sorprendente, sobre todo, por lo sobrevenido de la cosa ya que hace apenas unos días ninguno la había manifestado y ahora se descubren esa ilusión: Ha bastado que se fuera (de grado o no) Tomás Gómez. ¡Y eso que sólo era secretario general! Entiendo que estos ilusionados pensaban que serlo le bastaba para ser candidato (¡Vaya! Lo mismo que le niegan a Pedro Sánchez) y que la plaza estaba ocupada.
Ilusiones volátiles, que un día van y al siguiente vuelven. Y que, de seguir así, y en la misma lógica de rebajas de los casos anteriores, quizás tengan que conformarse con ser diputados de la oposición. Claro, que eso siempre es mejor que ser simples militantes del partido en el gobierno.
Menos mal que en todo este lío de ilusiones e ilusos, los militantes de base están tomándose en serio el proceso y consolidando, en las asambleas, una candidatura digna capaz de ser una alternativa de gobierno. Probablemente sean los que menos ilusiones se hagan, pero son los que están tirando del carro.
Hace unos días, una de mis hermanas me dio una foto, que había encontrado en un cajón, en la que aparecía yo, adolescente, tocando la batería. La peculiaridad del asunto es que yo no recuerdo haber tocado nunca la batería, ni siquiera haber posado mimando el gesto. Sin embargo, ahí estaba la foto, bien conservada y autentificada con la letra manuscrita de mi madre: “Juan Pedro y el gordo de Antolín tocando la batería”.
Parece que la imagen que nos hacemos de nosotros mismos, el “yo” que nos vamos construyendo, se forma, no con la vida tal y como ha sucedido, sino con lo que recordamos de ella, bien porque somos incapaces de tenerlo todo en la cabeza, bien porque filtramos, tan interesada cómo inconscientemente, los recuerdos, intentando librarnos de la realidad. De forma que lo olvidado no existe … hasta que reaparece.
Uno puede pensar que es un gran líder político, que sus triunfos sucesivos y su capacidad de gestión hacen de él un personaje de futuro, imprescindible, dispuesto a arreglar España empezando por Madrid. Hasta que alguien pone encima de la mesa la olvidada factura del tranvía y el pasado viene a trastocar unos planes basados en la idea que se tenía de un mismo.
En el libro “The reincarnation of Peter Proud” (Max Erlich, 1973, adaptada al cine en 1975), el protagonista va recordando escenas de una vida anterior que no acierta a comprender hasta el último momento en el que se produce un drama al que sucumbe.
Cómo él, Tomás Gómez ha ido ignorando o malinterpretando las señales del pasado pensando quizás que el problema se reducía a un problema de corrupción. Así la cosa, todo es simple: Si él no es culpable de nada deshonesto, cosa que tiendo a creer, no tiene nada que temer y si lo es, puede esperar, en circo actual del “y tú más”, que practican todos los partidos, hasta los emergentes, acogerse a la benevolencia de la tan manida “presunción de inocencia”.
Grave error. Porque el asunto del tranvía de Parla no es un problema de corrupción (o no sólo). Es, sobre todo, un problema de malísima gestión y ahí es donde duele. En los tiempos que corren, el tranvía de Parla es el paradigma mismo del despilfarro inútil de la época en la que “vivíamos por encima de nuetras posibilidades” ¿Quién querría entregarle la gestión del presupuesto de Madrid, en un momento en que cada céntimo cuenta, a alguien que pagó su juguete tres veces más de lo que valía? A pesar de las apariencias, políticos honestos se encuentran por montones. Que además sepan gestionar bien, ya son muchos menos. Y Tomás Gómez no es uno de ellos.
Su segundo error ha sido perder la flema: podía haber guardado sus oportunidades para el futuro con una retirada digna, cómo la de Rubalcaba o la de Carme Chacón, entre otras muchas, pero ha preferido despreciar a su propio partido organizando una resistencia épica de opereta decimonónica, incluyendo la asonada de medio centenar de seguidores ante Ferraz. Sin olvidar, por supuesto, la teoría conspiratoria que incluye hasta al periódico “el país”.
Claro que ser paranoico no impide que a uno le persigan, pero en política el problema no estriba en no tener enemigos, eso es algo casi inevitable, el problema se reduce a evitar darles la cuerda para que te cuelguen.
Es inminente, si no se ha producido ya, el estreno de la película “Fifty shades of grey”, basada en la novela homónima (2011) de E. L. James (Erika Leonard) a quien se atribuye la creación del llamado “porno para mamás”. Es una expresión que me parece exagerada. No leí la novela, aunque la empecé, porque a la tercera página decidí que lo light no es lo mío y que en realidad no era más que una novela cursi, de las que antes se llamaban románticas, adornada con un poco de picante. Así que dejémoslo en que la Señora Leonard ha encontrado su propio momio aggiornando el género, algo que falta hacía porque, ahora que no hay una sola película sin escena de sexo ni serie televisiva en la que los protagonistas no encadenen palabrota tras palabrota, a nadie le entusiasman las frases ñoñas.
Siempre me interesé por los relatos subidos de tono. Clandestinamente al principio claro, porque a aquellas edades y con aquel ambiente, en el que una mirada de reojo al escaparate de una corsetería te costaba una buena colleja, los colegas del cole nos limitábamos a buscar en el diccionario las palabras más gruesas que conocíamos y a sorprendernos con sus asépticas, precisas y absolutamente inútiles, definiciones.
A escondidas también o casi, me atreví con novelas de las que en casa se comentaba que “eran muy fuertes”, cómo “la tía Tula” (1921) de Unamuno, con las consiguientes decepciones no tanto por la prosa y el estilo, que no estaba en edad de apreciar, sino porque el contenido no era el que yo me esperaba. Recuerdo que incluso me tragué un ladrillo de Ibsen (1828-1906) en el que lo más fuerte que se decía, eso si, varias veces, es que uno de los protagonistas había tenido de joven una vida muy disoluta. Supongo que en las heladas noches invernales de Oslo, las ideas evocadas por esta frase debían ser muy reconfortantes pero, desde entonces, odio a los puritanos.
Por suerte, en mi entusiasmo investigador, acabé dando en casa con una colección de comedias de Aristófanes (444-385 a.c.) que mi abuelo guardaba de épocas mejores en su despacho y que, por arte de magia o la protección de la diosa Afrodita, se habían salvado de las diversas censuras del momento incluida la de mi abuela. Las realistas descripciones que entremezcla Aristófanes en sus historias burlescas son auténticas joyas. Un puntazo el griego (sin segundas).
Volviendo a lo nuestro. Parece que con motivo del estreno de “Fifty…” una cadena inglesa de tiendas de bricolaje ha previsto un incremento notable de la demanda de cuerdas y cinta aislante y no solo ha aumentado su stocks de estos productos sino que además, no sé si considerarlo una mejora extra convenio, ha repartido entre sus empleados ejemplares del libro para que puedan aconsejar a la clientela.
¿Efecto de marketing? ¿Deseo de atraer y fidelizar a una parroquia que raramente distingue un tornillo de un clavo? ¿O simplemente agradecimiento del gerente cuya mujer ha leído el libro? En todo caso es impresionante la forma en que la vida real y la imaginaria desbordan una sobre otra y se entrecruzan a través de ese espejo de Alicia que es la literatura.
En todo caso, e insisto en que no terminé la novela, me cuesta imaginar el papel de la cinta “aislante” en una relación en la que lo que todo el mundo quiere es acabar con la solución de continuidad entre moléculas propias y extrañas pero, en fin, hay variedades para todos los gustos.
Algo más claro tengo lo de la cuerda, para la que puedo imaginar múltiples usos incluido el que Vargas Llosa atribuye a los monjes tibetanos en una de sus novelas, ¿El elogio de la madrastra? (1988). Sin embargo, debo advertir a los que quieran utilizar las cuerdas para aquello a lo que están genuinamente destinadas, atar o ser atado, que les conviene, a modo de precaución y para actuar con conocimiento de causa, la lectura del libro de Stephen King, “Gerald’s Game” (1992). Si, a pesar de todo, se deciden a ir a comprarlas, no traten de explicarle a ese vendedor que disimula una sonrisa que tienen que arreglar el tendedero.
El también ha leído el libro.
Es difícil sorprenderse de que la primera reacción de Syriza tras la toma del poder en Grecia haya sido la de declarar que no quiere volver a ver a la Troika: Cuándo se escriba la crónica negra de esta interminable crisis más de un capítulo habrá que dedicarlo a esa banda de funcionarios clónicos, disfrazados del cobrador del frac con gomina, armados con tabletas de 800 euros y teléfonos a los que sólo les falta un master para ser más listo que ellos, amamantados en inglés con la idea de que si alguien es pobre es porque "algo habrá hecho", que se dedican a aterrorizar a los despreciables PIGS blandiendo su ideología del horror al déficit presupuestario y la sacralización de la deuda.
Si este ejército de ocupación llevara armas de fuego estaríamos protegidos de sus desmanes por la Convención de Ginebra pero, desgraciadamente, sólo disparan palabras, órdenes y amenazas. Convencidos de que su inclemencia será el mérito más valorado en sus futuras carreras, por donde animan ordenan y pasan si quieren pasar, que escribía Garcia Lorca. Van, implacablemente, cuadrando las cuentas y al hacerlo cierran escuelas, dejan sin autobuses a zonas rurales y sin médicos a enfermos, provocan precariedad, paro, desahucios. Y, sobre todo, dejan a toda una economía sin la capacidad de consumo e inversión necesaria para cebar la bomba y relanzarse.
Dicen los economistas de izquierda, en un intento por hacer recapacitar a los poderosos, que la austeridad ha fracasado porque ha generado pobreza y desigualdad. ¡Que ingenuidad! ¡Cómo si hubiera sido otro el objetivo! El mundo en el que iluminados como Jacques Delors construían una Comisión Europea cuyo proyecto era la convergencia entre sus diversos miembros se ha acabado. Y se ha acabado porque el fin del bloque comunista, del que todavía nos regocijamos en aniversarios puntuales, dejó al capitalismo, que hasta entonces había tenido que contemporizar con la socialdemocracia y consentir a regañadientes que un estado del bienestar se desarrollara en los países periféricos, las manos libres para destrozar todo lo que se había construido.
El sueño de una Europa, libre, cohesionada, convergente y armónica no es del gusto de todos. Y así, a golpes de tratados ultra liberales, de "soberanía de los mercados", de deslocalizaciones y de una carrera hacia la competitividad en detrimento del empleo, se está deshaciendo sistemáticamente todo lo construido en décadas de solidaridad intra - europea a base de fondos estructurales y políticas comunes. No es algo casual, ni forzado por la situación, que, con la aquiescencia beata de los mayores perjudicados por ello, se reduzca el presupuesto de las instituciones europeas. Es algo querido para que, al cabo de los años mil, las aguas vayan por donde debían ir y los del sur (no sus ricos, claro) volvamos al lugar que nos correspondía antes del utópico sueño de vivir por encima de nuestras posibilidades.
No las tengo todas conmigo con los de Syriza. Aparte del apoyo conservador, o la ausencia de mujeres en su gobierno, que son cosas graves pero que pueden ser circunstanciales, los rescoldos marxistas de mi formación universitaria me provocan siempre una cierta desconfianza ante los movimientos basados en el simple descontento sin una reflexión profunda sobre la situación en sí: El pataleo sin ideología puede tener malas consecuencias. Pero benditos sean si logran mantener la Troika fuera de las fronteras de Grecia.
Porque eso significa que, tarde o temprano, también los pondremos fuera de las nuestras.
Si hay una persona en este mundo de dobleces y oscurantismos que merezca llevar su propio nombre esa es sor Paciencia.
Africana, de raza negra, sor Paciencia trabajaba en la misma misión que el padre Miguel Pajares y, cómo él, contrajo el virus del ébola.
Al padre Pajares, en una operación tan imprudente como ineficaz lo repatriaron, a petición propia, para curarlo en España. Sor Paciencia, digámoslo suave, no cabía en el avión: Qué si no tenía estatuto de cooperante; Qué si no tenía visado; Que si no tenía la nacionalidad, etc. Para más INRI, otra monja fue repatriada junto al padre Pajares, eso sí, española y … sana.
Ironías del destino, o la mano de la providencia dirán otros, prácticamente sin tratamiento, abandonada en su tierra, Sor Paciencia sobrevivió y, al hacerlo, el milagro de la transmutación convirtió su sangre en una reserva de anticuerpos, un bien precioso con el que intentar acertar donde otros remedios habían fallado. Así que, ahora sí, había que traer a sor Paciencia a España y utilizar su sangre para tratar el virus. Se acabaron los problemas de visado, de protocolos o de nacionalidad.
Hic est enim calix sanguinis mei. Convertida en medicamento ambulante, Sor paciencia ha resistido a la triple tentación del rencor, el orgullo y la soberbia y, por amor a dios o al hombre blanco a quien, con lágrimas en los ojos, vio un día partir hacia la muerte, ha hecho el viaje que entonces le fue negado, haciendo bueno el principio homeopático de que lo que nos cura viene del mismo sitio que lo que nos mata, y con la finalidad última de salvar la chapuza en la que se está convirtiendo la gestión de la sanidad en España.
La vampirización de sor Paciencia es la metáfora perfecta de nuestra relación con el tercer mundo. Cómo olvidar, al escribir estas palabras, la imagen de tantos hombres y mujeres de color ahogándose en pateras, apaleados por la policía marroquí, desgarradas sur carnes por las cuchillas de las concertinas.
No lograran pasar hasta que de verdad los necesitemos.
Algunas veces las intenciones, buenas o malas, se nos quedan durmiendo en un rincón hasta que un acontecimiento nuevo viene a despertarlas. Es lo que me ha pasado a mí: A principios de año, Paco Sosa Wagner y Mercedes Fuertes, ambos catedráticos en la universidad de León, presentaron en Bruselas su librito "Cartas a un Euroescéptico". Todavía no estábamos en campaña pero ya se avistaban las elecciones al Parlamento Europeo y, por otra parte, tuve hace tiempo la oportunidad de coincidir con Sosa Wagner por motivos profesionales así que, picado por la curiosidad, me fui al Cervantes a escuchar.
Me gustó la conferencia. Me gustó que no se citara el partido del autor más que una sola vez (y por la presentadora) y, sobre todo, me gustó oír a un político español hablar de Europa para algo más que para echarle la culpa de todo lo malo: ¿Alguien se acuerda de que cuando en España los teléfonos pasaron a tener nueve cifras nos inundaron de publicidad diciendo "Europa nos pide un cambio"? Era mentira. La más pequeña de cuantas he oído antes y después, pero probablemente una de las que mejor explica el infantilismo de nuestros próceres, siempre con el "yo no he sido" en la boca.
Así que me dije: Tengo que leer ese libro. Me hice con él, lo eché al macuto que utilizo cómo cartera y … ahí se quedó. No porque el libro fuera un ladrillo, más bien es un opúsculo, sino por mi natural tendencia a lo que desde los romanos se conoce cómo la <em>procastrinatio</em>.
Y ahí se habría quedado de no ser por el reciente rifirrafe en el interior de UP y D, en el que no voy a entrar, bastante tiene uno con las propias dolencias, que me lo ha recordado y me ha incitado a, por fin, leérmelo. Y de paso a sugerirme una serie de post sobre Europa.
Vayamos al libro. Debo decir que me ha gustado. Pienso que debería ser libro de lectura en todos los institutos de bachillerato. No sólo porque está escrito de forma muy comprensible, incluso para nuestro nivel PISA, sino también porque presenta una cara amable de Europa que contrasta con la que, cómo dije antes, nos están siempre dando los políticos. Los mismos que se quejan de que haya tanto euroescéptico. Al menos Sosa y Fuertes saben transmitir su gran entusiasmo.
No se escribe, sin embargo, sobre un libro sin criticarlo. Lo contrario sería simple jabón. Bueno, dejémoslo a medias. Digamos que es bueno reflexionar sobre algunos aspectos:
1. ¿Euroescépticos? El significado de la palabra se ha deteriorado de tal manera que, en realidad, llamamos euroescépticos a los que deberíamos llamar antieuropeos, visto lo que dicen y hacen. Este libro, se llame como se llame, no está dirigido a ellos. Más bien a los "euroignorantes" o, si no queremos faltar, a los "euroaprendices".
2. Se ve que los autores aprecian lo que Europa ha hecho por nosotros. Y eso es bueno. Nuestra relación con Europa ha sido una larga luna de miel, pero eso se ha acabado. No digo que no sigamos obteniendo beneficios de nuestra pertenencia a Europa, ni mucho menos, pero psicológicamente, la magia se ha esfumado. No se provocará el entusiasmo de las jóvenes generaciones hablándoles de lo bien que nos ha ido. Hoy, para los jóvenes, Europa es ese sitio dónde están los países a los que hay que escapar porque en España no hay trabajo.
3. ¿Por qué todos los que hablan o escriben sobre Europa es empeñan en insistir sobre el déficit democrático? Lo tomaré cómo un cumplido pensando que si nadie se plantea la misma pregunta sobre la ONU, la OIT o la OTAN, entre otras, es seguramente porque la Union Europea es mucho más importante. No creo que los "eurignorantes" pongan especialmente en duda el déficit democrático. Creo que esos ataques son más interesados y no siempre se acompañan de una profunda fe democrática en quienes los hacen.
4. No obstante, me preocupa que los autores se acojan a la simplificación de que la UE es democrática porque lo son los Estados que la forman y traten de hacer paralelismos institucionales. Quizás convenga tener en cuenta, primero, que en alguno de esos estados la democracia deja bastante que desear y, sobre todo, que la gente quiere otra cosa. Está claro. Y lo importante es que querer otra cosa no se convierta en querer menos democracia sino, tal vez, en querer otra democracia.
Y 5. Y es precisamente en esa especie de conservadurismo institucional dónde radicaría la verdadera crítica que merece este libro. Tengo la impresión de que los autores se dejan contaminar de alguna manera por su profesión de base y se aplican a construirnos una Europa que tendría una arquitectura calcada de las que hoy tienen los Estados, de la misma manera que hemos construido pequeños Estaditos en las autonomías. Europa, por muchas razones, está en un momento clave de su historia y es muy delicado decir cuál será su futuro. Y no es seguro que pase por el esquema clásico: Legislativo, ejecutivo, judicial que ni siquiera es correctamente aplicado en muchos de nuestros países.
Así que tendremos que hacer prueba de mucha imaginación. Espero poder escribir algún post más sobre esto.