Es difícil sorprenderse de que la primera reacción de Syriza tras la toma del poder en Grecia haya sido la de declarar que no quiere volver a ver a la Troika: Cuándo se escriba la crónica negra de esta interminable crisis más de un capítulo habrá que dedicarlo a esa banda de funcionarios clónicos, disfrazados del cobrador del frac con gomina, armados con tabletas de 800 euros y teléfonos a los que sólo les falta un master para ser más listo que ellos, amamantados en inglés con la idea de que si alguien es pobre es porque "algo habrá hecho", que se dedican a aterrorizar a los despreciables PIGS blandiendo su ideología del horror al déficit presupuestario y la sacralización de la deuda.
Si este ejército de ocupación llevara armas de fuego estaríamos protegidos de sus desmanes por la Convención de Ginebra pero, desgraciadamente, sólo disparan palabras, órdenes y amenazas. Convencidos de que su inclemencia será el mérito más valorado en sus futuras carreras, por donde animan ordenan y pasan si quieren pasar, que escribía Garcia Lorca. Van, implacablemente, cuadrando las cuentas y al hacerlo cierran escuelas, dejan sin autobuses a zonas rurales y sin médicos a enfermos, provocan precariedad, paro, desahucios. Y, sobre todo, dejan a toda una economía sin la capacidad de consumo e inversión necesaria para cebar la bomba y relanzarse.
Dicen los economistas de izquierda, en un intento por hacer recapacitar a los poderosos, que la austeridad ha fracasado porque ha generado pobreza y desigualdad. ¡Que ingenuidad! ¡Cómo si hubiera sido otro el objetivo! El mundo en el que iluminados como Jacques Delors construían una Comisión Europea cuyo proyecto era la convergencia entre sus diversos miembros se ha acabado. Y se ha acabado porque el fin del bloque comunista, del que todavía nos regocijamos en aniversarios puntuales, dejó al capitalismo, que hasta entonces había tenido que contemporizar con la socialdemocracia y consentir a regañadientes que un estado del bienestar se desarrollara en los países periféricos, las manos libres para destrozar todo lo que se había construido.
El sueño de una Europa, libre, cohesionada, convergente y armónica no es del gusto de todos. Y así, a golpes de tratados ultra liberales, de "soberanía de los mercados", de deslocalizaciones y de una carrera hacia la competitividad en detrimento del empleo, se está deshaciendo sistemáticamente todo lo construido en décadas de solidaridad intra - europea a base de fondos estructurales y políticas comunes. No es algo casual, ni forzado por la situación, que, con la aquiescencia beata de los mayores perjudicados por ello, se reduzca el presupuesto de las instituciones europeas. Es algo querido para que, al cabo de los años mil, las aguas vayan por donde debían ir y los del sur (no sus ricos, claro) volvamos al lugar que nos correspondía antes del utópico sueño de vivir por encima de nuestras posibilidades.
No las tengo todas conmigo con los de Syriza. Aparte del apoyo conservador, o la ausencia de mujeres en su gobierno, que son cosas graves pero que pueden ser circunstanciales, los rescoldos marxistas de mi formación universitaria me provocan siempre una cierta desconfianza ante los movimientos basados en el simple descontento sin una reflexión profunda sobre la situación en sí: El pataleo sin ideología puede tener malas consecuencias. Pero benditos sean si logran mantener la Troika fuera de las fronteras de Grecia.
Porque eso significa que, tarde o temprano, también los pondremos fuera de las nuestras.