Una acepción común del verbo aforar es la de “estimar o evaluar la capacidad o el contenido de un recipiente”.
Supongo que las autoridades competentes han debido evaluar o estimar de manera muy pesimista lo que se le podía venir encima al ex rey Juan Carlos I, a juzgar por las prisas que se están dando en aforarle.
Son los inconvenientes de la abdicación. Lo normal, en monarquía, es que el rey termine sus funciones muriéndose, ya sea en la cama o en el campo de batalla, para que el chambelán de turno pueda gritar aquello de: “El rey ha muerto, ¡Viva el rey!”.
Creo que hay alguna tribu africana en la que nombran rey a uno de sus miembros quien por un tiempo determinado es tratado, valga la redundancia, a cuerpo de rey: le dan de comer hasta saciarse, le llevan mujeres y seguramente, esto sólo lo imagino por la situación geográfica, le permiten cazar algún elefante. Después se lo cargan, y ya esta: El siguiente, por favor.
Ha habido abdicaciones famosas, algunas de ida y vuelta como la de Fernando VII, y en la mayoría de ellas el rey abdicado ha tenido que salir con el rabo entre las piernas. Lo excepcional, por inhabitual, es un rey abdicado pasando tranquilamente los últimos días de su vida en Yuste. Claro que Juan Carlos I no es Carlos V, quien no se avergonzaba de su hijo bastardo, Don Juan de Austria. Ni supongo que de otras cosas.
Los tiempos cambian. Y un rey abdicado puede ser rápidamente presa de los fantasmas del pasado en forma de presuntos hijos, amores turbios o negocios oscuros. De cuentas no saldadas, en definitiva.
Con aforamiento o sin él, si hay cosas saldrán. Y cada cosa que salga, independientemente del recorrido judicial que tenga, será una acusación contra la falta de transparencia anterior. Así que creo que el debate es un poco inútil. La propia abdicación exprés es un síntoma del deterioro de la institución. Ha bastado un resquicio para que cientos de banderas tricolores se colaran por él.
Pero no nos engañemos: El 19 de junio no era el 14 de abril. Hoy por hoy no se trata de dar un golpe que traiga la republica. De lo que se trata es de corregir los abusos de un poder ante las limitaciones de una Constitución que cada día pide a gritos una reforma.
Hagamos una reforma constitucional que profundice en la democracia, que se adecúe a las nuevas circunstancias y que impida los recortes en los derechos adquiridos.
Probablemente, entonces, la republica vendrá como fruta madura.