Se había ido ya hace tiempo, pero los hombres tenemos de marcar con cruces las fechas del calendario y él decidió esperar a la primavera para la suya.
Unos y otros se están dedicando ya al ejercicio de hipocresía habitual en estos casos. Algo relativamente normal tras cualquier defunción, pero esta inmersión en el túnel del tiempo a que nos están sometiendo periódicos y televisiones, empieza a sobrepasar los limites de los razonable. Se han convertido en un coro que recuerda los gritos de “santo subito” a la muerte de Juan Pablo II. Ayer oí en televisión a una señora de Cebreros contar cómo, de pequeño, había querido regalar sus zapatos a un niño que no tenia.
Supongo que todos los hombres y mujeres que como se dice “entran en la historia” lo hacen de una manera un tanto abrupta, con el tiempo encargándose de poner las cosas en su sitio
Nunca podremos saber como hubiera evolucionado España en otras circunstancias. Y aunque algunos pensemos que los cambios sociales y económicos llevaban necesariamente a una apertura democrática y que el franquismo sin Franco era imposible de imaginar, es difícil refutar la tesis oficial de el hombre casi providencial que nos llevó de una orilla a otra del mar Rojo sin (apenas) mojarnos el culo.
Tampoco importa mucho. Después de todo, los propios israelitas renegaron de Moisés una vez el trabajo hecho y probablemente con razón, ya que cada momento requiere sus hombres y su equipo. Lo que Adolfo Suarez tenia que hacer lo hizo, bien o mal, y a partir de ahí ya no servía ni a unos ni a otros aunque todos lo alaben ahora.
Pero esas alabanzas no son ni mucho menos desinteresadas. No es la primera vez que se trata de utilizar la transición como coartada para mantener el régimen con un discurso que se podría resumir cómo: “fue tan difícil, tan improbable, que no podemos arriesgarlo”. Sobre todo que no se nos ocurra imaginar que podía haber sido de otra manera.
Y nos pasaran una y mil veces la imagen de Adolfo Suarez sentado en su escaño mientras el resto de los padres de la patria buscaban el inútil cobijo de las mesas de los suyos. Hasta el rey ha salido a chupar rueda.
De los dos colegas que montaron el tinglado, el rey ha tenido el viento de popa mientras que a Suarez la vida y los amigos lo han tratado cruelmente. Tiene por eso la simpatía romántica que despiertan los vencidos y, por eso, resulta patética la intentona de aprovechar su aura para apuntalar un régimen que hace agua por todas partes.
Adolfo Suarez fue el último presidente del gobierno franquista y el primero de la democracia. Gracias ello, el rey nombrado por Franco pudo mantenerse. No es de extrañar que quieran sacarle jugo hasta el final.
Por favor, déjenlo descansar en paz.