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Domingo 07 de Abril de 2013 19:31

ECCE HOMO

por Juan Pedro Escanilla
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Desde hace ya mucho tiempo, la conmemoración de la Semana Santa en España es una sucesión un poco esquizofrénica de escenas contradictorias: Mientras la gente aprovecha, los que pueden, para tomarse unas pequeñas vacaciones, la tele, prácticamente todas las cadenas, se acompasan al discurso nacional católico y nos inundan de películas históricas, algunas de parentesco muy lejano con la vida de Jesús, y documentales de procesiones en toda la geografía patria. Integrada en el paisaje, la conocida versión musical del verso de Antonio Machado: "No puedo cantar ni quiero… a ese Jesús del madero… sino al que anduvo en el mar" nos recuerda cómo, después de un peloteo competencial entre romanos y judíos los primeros ejecutaron al Cristo.

Crucificándolo, los romanos hicieron a los cristianos un primer regalo (después vendrían otros) dándoles un icono de una simplicidad y de una fuerza expresiva como nunca ha habido otro en la historia: La cruz.

No siempre fue así: Al principio los cristianos se reconocían entre ellos mediante dibujos de peces, ya que la palabra griega ICTHYS (pez) puede ser vista como el acrónimo de Jesús, Cristo, Hijo de Dios, Salvador. También por las muchas referencias a los peces en el nuevo testamento: La pesca milagrosa; Los cristianos son cómo pececillos en el mar; Serás pescador de hombres, etc. Todavía hoy se ven pegatinas de peces en algunos coches, quizás de nostálgicos de una iglesia más acorde con sus orígenes.

Sin embargo la fuerza simple de la cruz, que existía como símbolo en culturas anteriores: Egipto y Grecia, se impuso incluso mucho antes que el propio crucifijo (Con el Cristo encima de la cruz) ya que éste encontraba resistencias entre los que creían que no se debía representar la imagen de la divinidad.

La cruz es un signo fácil y polisémico: Cualquiera con dos palos puede construir una para marcar la tumba de un ser querido; Un lugar importante a recordar; Un cruce de caminos. Con una cruz se ubica un punto en un mapa, se firma un documento, se marcan objetos y lugares. Y todos esos posibles usos llevan adherida, de forma más o menos visible la huella indeleble de su connotación religiosa.

Si uno planta con determinación la espada frente a sí, puede afirmar sin ningún género de dudas aquello de "in hoc signo vincit".  Y así, la espada ha hecho de la cruz un símbolo triunfante, no sólo en lo espiritual sino también terrenal y juntas han vencido viejos imperios y construido nuevos mundos, acumulado poder y atesorado riquezas: La cruz convertida en joya, en adorno, cada vez más lejos de su significado original.

Y tanta proliferación de cruces, espadas o joyas, ha llegado sin duda  a enmascarar lo más importante: La propia figura de Jesús, paradigma de todos los que, en sus propias palabras, sufren persecución por la justica, de la misma forma que el Gólgota resume, en un solo espacio, todos los patíbulos pasados y futuros. Probablemente el mensaje que menos interesa pasar a las iglesias establecidas.

Algo prácticamente inevitable desde que, en el Concilio de Nicea, se impuso como dogma la naturaleza divina del Cristo. Desde entonces, por más que los teólogos hablen de la doble naturaleza o unión hipostática, lo cierto es que el Cristo dios se ha zampado al Cristo hombre y, de paso, ha desactivado completamente su mensaje humano, tan moderno para su tiempo, de igualdad, solidaridad y fraternidad.

Yo, con todos mis respetos para el maestro Machado, creo que se equivocaba de medio a medio: Andar encima del mar no tiene ningún mérito, está a la altura de cualquier dios.

Morir en la cruz sólo puede hacerlo un hombre.

Juan Pedro Escanilla

Juan Pedro Escanilla

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