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Jueves 31 de Enero de 2013 17:59

PERDER EL NORTE

por Juan Pedro Escanilla
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Los belgas son para los franceses el equivalente de los de Lepe para los demás españoles: Una especie de niños de azotes en los que verter frustraciones a base de chistes simples y a veces crueles. No importa que belgas y leperos demuestren hasta la saciedad su inteligencia y su espíritu emprendedor. Los mitos tienen una vida muy resistente.

A la del de los belgas acaba de darle combustible para una temporada una buena señora que salió con su coche para ir a la estación a buscar a su nuera y siguiendo las instrucciones de su GPS se plantó en Zagreb, capital de Croacia, distante de Bruselas cerca de 1300km. Con un par.

Parece difícil explicar cómo alguien puede hacer un recorrido tan largo, que implica repostar gasolina un par de veces y, según confesión de parte, dar unas cabezadas, sin percatarse del error. “Iba distraída”, dice la buena señora (jugándose de paso una buena cantidad de puntos de su carnet).

Muy distraído debe estar también un señor capaz de atesorar en Suiza 22 millones (de los buenos, no de pesetas) y comprarse una coqueta finca de tres veces la extensión de Barcelona, así cómo quien se compra un paquete de tabaco. Distraídos también los que le veían pasar con sobres llenos de sueldos (sobre-sueldos) y no percibían la magnitud de sus signos externos de riqueza.

Por no hablar de lo distraído que debe estar alguien para publicar en su revista artículos de una señora a la que no conoce ni de vista y de la que su agencia no le da el más mínimo detalle. Y eso a pesar de que el estilo y los temas le debían hacer sonar ciertas campanillas. Por cierto, pagándo los artículos muy por encima de lo habitual.

Si marcáramos en el muro (cómo se hace con las inundaciones: cómo el soldado zuavo bajo el puente del Alma) señales para medir la crecida de la mierda, las de este enero que se termina figurarían en le Guinness de los records. Sin ir más lejos, el 17, que estuve en Madrid, no podía uno pararse delante de un quiosco de prensa sin ser acosado desde todas las portadas por el patético desfile de nombres de padres de la patria (o de las patrias, que también los hay periféricos) que se han tomado el país a beneficio de inventario envueltos en la primera bandera que les caía a mano.

Despistados, también, los responsables de los partidos políticos: Los unos amparándose de forma embarazosa en cosas como la presunción de inocencia; la oportuna suspensión de militancia o la ignorancia de lo que tal señor hacía. Los otros aventurándose a dar alguna colleja al adversario. Suavecita, claro, siempre con el miedo metido en el cuerpo de que les pueda tocar el turno en cualquier momento.

Y todos proponiendo soluciones surrealistas, cómo auditores internos (¡vaya!, ¿no teníamos comités de disciplina o similares en todos los partidos?) o pactos anticorrupción (¿se acuerdan de los pactos anti transfuguismo?). Soluciones que, básicamente, consisten en decirnos de manera ingenua: “no se preocupen que esto lo arreglamos nosotros. “Vamos a barrer, ya lo verán”.

Pero no pueden arreglarlo. Por lo menos no desde el modelo en que se sitúan la mayoría de los líderes políticos actuales que es el de continuidad pura y dura del sistema. Sin darse cuenta de que un sistema que ha permitido la canibalización de los aparatos de los partidos y de una buena parte de las estructuras del estado no puede seguir así.

No tengo la menor duda de que la inmensa mayoría de los políticos, de todos los partidos, son gente honesta. Conozco bastantes en unos y otros para sacar esa conclusión. Y creo que la consecuencia que algunos intentan sacar de lo que estamos viviendo que es la de que todos los políticos están corruptos es mala para la democracia y es buena, precisamente, para los corruptos, paradójicamente, por aquello de que cuanto más se diluya la responsabilidad más difícil que se arbitren remedios. Es como si el bosque no nos dejara distinguir los árboles. Sin descartar los riesgos del populismo implícito en ese enfoque.

Y es probablemente la propia honradez de la mayoría de los políticos la que les hace pensar que es un problema de personas: Que basta con echar a los “malos” para que las cosas se arreglen. Sin embargo la experiencia nos dice que, aunque el afloramiento de casos es actualmente espectacular, toda la historia de nuestra democracia está plagada de nombres que han dado identidad propia a tantos y tantos casos: Roldan; Naseiro; Tamayo, etc. No iría yo hasta decir que el sistema genera corrupción. Pero está claro que tiene rendijas y nichos suficientes para que los corruptos se agarren firmemente, sobrevivan: Un sistema electoral muy rígido; Una separación de poderes prehistórica; Partidos políticos burocratizados y con un sistema de financiación mal definido así como una multiplicación de poderes ejecutivos con poco o escaso control.

Nuestro país necesita un traje nuevo. Uno en el que no se necesite creer que alguien es honesto porque tendremos la confianza de que los deshonestos no pasarán los filtros. Uno en el que la única manera de perder el norte sea hacerle mucho caso al TOM TOM.

Juan Pedro Escanilla

Juan Pedro Escanilla

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